12/11/2008

El encanto de la a

Para Daniel

Quizás por eso la primera letra del abecedario se da la mano con los orígenes. Ella empalma con la niñez, con el inicio de la vida, con esos tiempos donde el espacio borroso de lo que apenas comienza nos marca y se abre como una flor. A es la letra que siempre, sin excusas, sin ausencias por ningún motivo, está presente en las portadas de todas las cartillas infantiles. Por algo será.
Es la A quien también se ubica en primer lugar, cómo no, haciendo lo suyo en la canción que mil y una veces navegaba de boca en boca cuando se escuchaba el timbre que nos invitaba a recreo. “A, e, i, o, u, el burro sabe más que tú”. Alta y espigada, como empinándose para medir el horizonte que la niñez tiene enfrente, la A termina por colarse y aparecer ahí, única, primera de la fila. O minúscula e informal, ahora la a, en su circularidad y su baja estatura, guarda todo el parecido del mundo con una pelota, mundo en sí misma, pozo de sueños donde cabe un niño africano, pemón, sueco o taiwanés.
Recuerdo a la a metida de cabeza en un termómetro. La a dando brazadas en la cucharada del medicamento para la tos. La a en boca del doctor, quien finalmente, con su cara regordeta y asomando los ojos por encima de los lentes que colgaban en la punta de una nariz muy alargada, pedía decir aaaaaa. Era de lo más incómodo ese alargamiento forzado, con olores que mudaban como si nada del alcohol al yodo, de esta medicina a esta otra, una especie de pronunciamiento contra los males venidos y por haber, contra el dolor de garganta o de muelas, contra el asma o la fiebre o la parotiditis. Aaaaaaaaa era eso, nada más que eso, un estiramiento mágico, pero a la vez fantasmagórico. Aaaaaaa olía por completo a consultorio.
En ese umbral que se va haciendo más nítido entre la infancia y la adolescencia la a se transforma en un caleidoscopio, sus significaciones se matizan como nunca, cobra otras fisionomías a fuerza de años: una a ya no es la misma a. Metáfora lingüística del universo, supone la prueba letrada en la que el mismo Horacio ve confirmada su sentencia. La a por fin descubre la verdad de cuanto vamos siendo: “no nos bañamos dos veces en el mismo río”. La a, como la vida, es una y es otra, es una y es muchas, y a veces es una y es ninguna.
Esta letra se las trae. Me cae bien desde pequeño, es una grafía con historia, con personalidad -fíjese que esa palabrita, historia, no en balde la usa como cerrojo, como broche de oro-. La a ha sido testigo del acontecer, ha estado presente en la paz y en la guerra, en lo mediocre y en lo extraordinario. Empezando por la idea de amor, mire cómo la a despunta y lo inaugura. A-mor, vid-a, org-a-smo, m-a-cho, hembr-a, a-rte, la a, qué duda puede caber a estas alturas, guarda en su memoria lo que hemos sido y lo que somos.
De la a dice el diccionario: “Primera letra del abecedario y primera de las vocales./Denota el complemento de acción del verbo./Indica dirección, término, situación, intervalo de lugar o de tiempo.” Qué referencia tan simplona, qué definición tan asfixiante. Como para salir espantado. Esta letra es un mundo, claro, ancha, profunda, cambiante. ¿Qué sería de todos sin ella?