10/31/2006

Sexo oral

La vida es un saco de gatos y hace falta cumplir años para darse cuenta. El otro día un amigo hablaba del genérico masculino, y decía que su supervivencia, que su soberbia vitalidad cuando de darle a la lengua se trata, es muestra indudable de que en asuntos de lenguaje el machismo era cosa de lo más común. Ponía ejemplos de sobra, y para darle fuerza a su argumento se sacaba de la manga aquella frase lapidaria: "Todos los hombres son mortales", asunto que hace presente, claro, el hecho meridiano de que al decir hombre se dice también mujer, aunque ésta brille por su ausencia. Y ponía otros: "Los políticos son unos desvergonzados", "Los de aquí son los mejores estudiantes", "Estos obtuvieron un pobre rendimiento" o "Los niños del mundo representan la esperanza". Así, aunque ellas, las obviadas damas, estén implícitas en las oraciones anteriores, mi buen amigo se rebela ante semejante insolidaridad lingüística. Golpea la mesa con los puños por lo que a todas luces, según su perspectiva, no es más que otra forma, y vaya forma, de exclusión sexista.Pero un saco de gatos es un saco de gatos, qué se le va a hacer. Y lo que es peor, a veces tendemos a que la confusión aumente de manera exponencial. Carlos Andrés Pérez, vivo como una ardilla, se olía el asunto y entonces disparaba a quemarropa: "Venezolanos, venezolanas". Los de ahora, como si estuvieran muy conscientes de que las serpientes se muerden sus colas, espetan llenos de felicidad: "compañeros y compañeras", "usuarios y usuarias", y hasta "niños, niñas y adolescentes". Un avance es un avance, imposible negarlo.Así que le sigo la corriente y le doy la razón. Mi amigo pone cara de vencedor, de guerrero triunfante. El lenguaje tiene la culpa y no nosotros, por supuesto, que jugamos con las palabras a través de los siglos y somos quienes moldeamos significaciones, procuramos cambios semánticos, y en fin, percibimos matices en cuanto a maneras muy particulares de aprehender esta realidad que terminamos construyendo. Ni modo, como en política, en quehaceres gramaticales los chivos expiatorios están a la orden del día, al punto de que aquí el índice acusador apunta nada menos que a la mismísima lengua. Menudos gatos los de este saco.Pero le doy la razón, he dicho. El tipo alza los brazos (quizás las brazas, cuidado con las exclusiones) al cielo, coge un cigarrillo, o cigarrilla, para finalmente sentir que su causa tiene fundamento (¿tendré que escribir fundamenta?) y todavía, aunque no lo parezca, seguir creyendo en individuos e individuas capaces de arrojar lanzas (y lanzos, porque lo que es bueno para la pava también lo es para el pavo, qué duda cabe) en aras de la igualdad, la horizontalidad y el trato equivalentes.Mi artículo, que también es una artícula, creo yo a estas alturas que va haciendo justicia (obvio que también justicio) a los excluidos de ambos bandos. Naturalmente, uno y por supuesto una a veces termina por no cumplir del todo, ni de la toda. Pero algo es algo, y alga, que para lo demás poco a poco iremos (y claro, iremas) viendo cómo salir adelante. Mientras tanto, vuelvo a repetir que mi amigo tiene toda la razón. Salvemos a las chicas de la exclusión gramatical, que de la exclusión en los trabajos, en las sociedades, en las calles, en las universidades y en la vida mire usted que el asunto exige otras broncas y no pocos cabreos, algo más difíciles de sobrellevar. Pero es que la vida es un saco de gatos. Nada menos que un saco de gatos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sexo oral y deformación del idioma, no los metas en el mismo saco, pues la delicia, no es anología de unos perfidos de la lengua.