9/27/2019

El fondo de una taza


    Llego a la mesa y pido americano, agua mineral, hojeo la Biografía de la humanidad, de José Antonio Marina y Javier Rambaud, y al rato escribo algo, rasguños, ocurrencias que acaso sirvan para algún artículo más adelante. Esto es la gloria, llevar a palabras lo que apenas es una nebulosa, masa informe diseminada entre neuronas que presupone cierta historia, anécdotas por materializar en texto a tu real y único entender.
    Sucede que a veces estoy metido hasta el pescuezo en las aguas de una idea, lápiz en mano, entre sorbo y sorbo, y cuando me percato, cuando por un segundo espabilo allá en el fondo de la taza queda apenas un dedo de café que en plan autómata termino por beber muy  poco a poco. Me concentro tanto que miro alrededor, noto cuanto ocurre, puedo vislumbrar el espacio en el que permanezco como a través de un cristal, especie de acuario en el que floto, me hundo, nado, hasta que el vaivén del agua me arrastra como quiere, como le da la gana. Entonces se acerca el mesero a retirar la taza. Y no reacciono. Sostengo el lápiz, lelo, hipnotizado, pensativo. No debo permitir que se esfume lo que busco, no debo consentir que la imaginación reviente, que estalle como fruta madura al caer al suelo. Si cedo se escabullen las ideas, cuyo punto de fuga es la hoja en blanco transformada en líneas, párrafos, y así.
    Veo al mesero alejarse y créeme, siento que una parte de cuanto deseo escribir va metida de cabeza en esa taza, ahí, de golpe y porrazo en el minúsculo charco que era aquel último sorbo. ¿Te ocurre? ¿Te pasa a veces? ¿Notas cómo alguien o algo parte en dos, de un estacazo, la unidad con pie y cabeza que pretendías construir?
    Quizás cualquier historia va de la mano con esto: encadenamiento muy cerrado, esférico, que exige una imagen, un concepto para transfigurarse en lo que llamamos artículo, novela, ensayo o incluso poema, y pide la existencia de un elemento aglutinador para dar sentido a lo que escribes, cosa que no puedes suspender mientras  las ideas fluyen de tu mano a los folios que llenas y llenas no se sabe hasta qué punto. Me viene en este instante esa metáfora que Julio Cortázar gustaba utilizar para explicar su noción de cuento: redondez, esfericidad, unidad plegada sobre sí, mordiéndose la cola, sin dar indicios de dónde comienza y dónde finaliza. En fin.
    Sigo en mi mesa con el hilo conductor de esto que deseé escribir hecho pedazos. El mesero lleva la taza y una bandeja con dos o tres vasos camino al lavadero. Ahí se escurrirá el esbozo de relato que ya no levantará cabeza. Por el desagüe en la cocina de este café diminuto va a las alcantarillas un trozo de imaginación entremezclada con borra, cafeína, agua sucia, un poco de saliva y ve tú a saber qué más.
    Misterios de la escritura, cosas raras de la invención a la hora del dale que te dale en aras de contar algo para bien o para mal. Lo cierto es que allá, ahogadas en una taza de café fueron a dar ciertas esquinas de mis ideas, claves para concretar eso que tuve entre ceja y ceja y saboreé feliz mientras el hachazo no llegaba y ahora fíjate, nada más el naufragio, los restos diseminados por el recipiente. Una historia diluida, como edulcorante o qué se yo, en el abismo de esa taza.

9/19/2019

Cuando te dicen maricón


    En un debate televisado Felipe Mujica, político venido a menos en las lides de Venezuela, llama homosexual al escritor Gustavo Tovar Arroyo, quien lo interpela a raíz de sus últimas actuaciones frente a la corporación criminal encabezada por Maduro.
    No encuentra el señor Mujica otro modo de descalificar a su oponente que a través del subterfugio ad hominem. Como el político en cuestión se ve desnudo, sin argumentos para continuar la defensa de lo que cree justo -su punto de vista a propósito de la discusión que sostiene- entonces escupe la mesa y saca las pistolas.
    En el largo recorrido del Homo sapiens y antes del Siglo de las Luces lo normal, lo aceptado por la mayoría, lo que no ameritaba diatribas mayores era justo cuanto ha llevado a cabo Mujica: excluir, discriminar, pretender invisibilizar, aplastar al otro en función de razones espurias, es decir, erigir el abuso, justificar la práctica de hacer lo que me venga en gana porque soy más fuerte, más rico, más blanco, más poderoso que tú.
    En proyección histórica, apenas desde hace un puñado de años el bicho humano se percató de su error. El otro, ese tú que tienes enfrente y que resulta imprescindible para construir un nosotros, hace las veces de palanca impulsora cuyo punto de fuga es la convivencia, armonía, equilibrio y, en fin, procura de lo que llamamos civilización. Ideas reñidas con lo que hemos logrado hasta hoy en materia de Derechos Humanos, reconocimiento de la alteridad e individualidad -soy maricón, ateo, madrilista, de los Yankees, comunista o liberal porque me sale de los cojones- es innegable que existen todavía a lo largo y ancho del vasto mundo. No obstante, el horizonte se perfila claro: en la modernidad tu vida privada es básicamente eso, tu jodida vida privada, de manera que si no perjudicas a terceros ni violas ley alguna, transitas por ella según tu real entender y proceder. Y punto, y se acabó. Los mujiquitas de cualquier pelaje bien pueden largarse a hacer puñetas al infierno.
    Gustavo Tovar Arroyo, un caballero cuyas inclinaciones artísticas, gastronómicas, sexuales o lo que sea deben importarle un rábano a nadie, expuso sus ideas en el debate y éstas le cayeron como patada en la ingle a don Felipe. Peor para él. Con toda razón el primero se limitó a llamarlo bruto, además de imbécil  -yo habría escogido epítetos menos agradables-, encima de dejarlo en cueros cuando de intercambio de opiniones se trata. Que en trajines intelectuales te pateen el culo en buena lid no debería dar pie para que emerja, de golpe y porrazo, el perfecto bellaco que llevas por dentro. Menuda reacción. Vaya estólida demostración acabó haciendo este individuo.
    Con sus luces y sombras siempre me he sentido afortunado por vivir en la época que vivo. Comulgo con los valores occidentales -escoger la orientación sexual que te salga de la entrepierna es uno de ellos-, los cuales han costado sangre, sudor y lágrimas, y los defiendo y los promuevo a pesar de Felipe Mujica y sus entrañas cavernarias. Paso la página. Son tiempos, éstos, que reclaman más y mejores batallas. He dicho.

9/11/2019

Conga y filosofía


    Los sueños, Segismundo, sueños son. Creí aprender tal sentencia ya de grande, luego de puños y patadas que la vida regala a borbotones. Es que soy profesor universitario y desde niño quise ser cantante. No uno como los demás sino alguien distinto, único, capaz de parecerme a los Beatles pero en buena medida diferente, con pizca de Mick Jagger pero manteniéndome a distancia, digno de Sinatra pero sin enredarme en sus zapatos. Así crecí y con ello tuve la certeza -intuición de imberbe, que ya es bastante- de que lo demás era cuestión de tiempo, de cargarme de paciencia mientras los minuteros daban la cara al porvenir. He dicho certeza, sí, de luces parpadeantes, guitarras clásicas o electroacústicas, decibeles y álbumes con mi rostro impreso ahí, feliz e imperturbable, mirando al infinito como en pagana anunciación: la de sonidos jamás antes emitidos, la de músicas que trepan el aire para hechizo de cualquiera.
    Camino hacia el liceo y una lata de naranja hit sirve para marcar el son. Avanzo, mochila al hombro, y el balón de aluminio que golpeo -juro que es la batería de Ringo Starr- termina  aplastada junto a vasos de yogurt, cartones de leche Indosa y paquetes arrugados de cigarrillos Astor. He querido ser cantante y la puerta principal del Instituto San Antonio, en la Upata de mi adolescencia, se transforma en línea que separa de su público al artista listo para salir al escenario, ávido de acordes, fuegos de artificio, ritmos a fuerza de cadera y percusión.
    Entonces, ciertas realidades aplastan la nariz. La hora de la verdad cae como una losa y terminar bachillerato supone la gran prueba de fuego, es decir, tomar de una vez los instrumentos por asalto. Y los instrumentos, más que de cuerdas o de viento, dijeron aquí estoy yo en forma  de letras, párrafos, signos de puntuación y hojas impresas. Si la música cabe en una partitura, llegué a la conclusión de que eso mismo podría ocurrir con la literatura, y también con la filosofía, asunto que si bien no implica copia fiel de cuanto había soñado, era sin dudas una aproximación más que decente. Por eso siempre Cortázar me pareció un fenómeno del rock -qué jazz ni qué ocho cuartos, qué improvisar en torno al papel en blanco ni qué zarandajas por el estilo-. Cortázar es rock puro y duro, ácido por donde lo mires. Coge otra vez Las babas del diablo, escucha bien Continuidad de los parques, pónle atención a Queremos tanto a Glenda y déjate de tonterías. ¿Úslar Pietri?, pues sin discusión música sacra, ¿Manuel Puig?, lleva a Morricone en los bolsillos, ¿Severo Sarduy?, bolero de cabo a rabo y listo, se acabó. Parece mentira pero ahora que lo noto Ednodio Quintero suelta una especie de joropo entremezclado a ratos con gaita zuliana. Montejo hace de las suyas con un piano en tempo adagio y presto. Argenis Rodríguez sabe a vieja Trova, Ángel Gustavo Infante es vallenato cristalino -un Pastor López dándole pachanga a las historias-. ¿Capisci?, hay cercanía y hay puntos de contacto, mi estimado. Hay música, filosofía, literatura y viceversa, todas para una y una para todas así que ánimo compadre, suenan los timbales como nunca.
    De niño quise ser cantante y aunque le busqué la vuelta a lo que hago, lo que hago terminó siendo distinto. De niño quise ser cantante y mírame, preparo clases, dicto seminarios, escribo artículos científicos. Hay que ver, a veces llego a creer que fracasé, que cargo la derrota sellada en la cara, que soy un fiasco de pe a pa, lo que genera días de desazón y de tristeza. Pero en otros lances, como ahora, tomo las cosas con calma, pienso, cuento hasta cien, cierro los ojos y me miro, me contemplo, después de todo el aula es mi tablado, mi proscenio, un espacio lleno de almas hasta reventar propinándose codazos en plan apártate porque este concierto lo he esperado siempre, porque este concierto sí que no lo perderé jamás. Y de seguidas escucho los aplausos, desde el escritorio alzo la vista y apenas puedo distinguir la muchedumbre, encandilado por las luces. Ni Van Halen, ni Michael Jackson, mucho menos Elton John, nadie como yo en el perfomance que desde el salón B5, segundo piso a la derecha -ahí frente a la fotocopiadora- llevo adelante sustentado en Kant, Sócrates, Bobbio o Stuart Mill.
    He cumplido a mi manera -haces que me acuerde de My way-. Lo compruebo gracias al chorro de octanaje que satura mis arterias, que incorpora más latidos al ritmo normal del corazón, todo a punto con los focos y los altavoces, el vestuario, los ensayos y, maravilla por donde metas el ojo, esa puesta en escena cada lunes, miércoles y viernes de cuatro a siete de la noche aquí en el piso dos. Quién lo hubiera sospechado, los presocráticos en do mayor, Tomás de Aquino o San Agustín en clave sinfónica, ciertos ilustrados en coro operístico que para qué te cuento. Es que créeme, es la purísima verdad, quién lo hubiera imaginado. Los sueños, Segismundo, ¿sueños son?

9/06/2019

Un clásico

Desde hace mucho, un clásico que fue y es fabuloso. Stars in your eyes, de Air Supply.

Les dejo el link: https://www.youtube.com/watch?v=kEn-DwQGApw