Cada cabeza es un mundo, lo cual es tan
cierto como la existencia de la noche. He leído un diario que sólo publica
noticias falsas, con el dato adicional de que este año resultó el más vendido
entre una veintena de competidores. Nada mal si te pones a ver.
Al fin y al cabo, hay quienes se fabrican
verdades a la medida. Yo, por no ir más lejos, tiendo a creer lo que en el
fondo deseo que predomine. Para muestra un botón: como no soy amigo de los
médicos, cada vez que a alguno le ha entrado la idea de meterme en un quirófano
para operarme las amígdalas, o decide ordenarme abstención persécula de dulces
y otros placeres por el estilo, busco ipso
facto otra opinión, eso sí, previo hallazgo del consultorio indicado que a
los efectos arroje la sugerencia complaciente. Dicho y hecho: “habría que
esperar un tiempo adicional para su cirugía, caballero”, o “no se trata de eliminar
esos alimentos de la dieta, sino de moderarlos”, y sanseacabó, asunto resuelto.
Existe eso que he deseado que exista.
Después de leerlo por primera vez me hice
un asiduo del periódico en cuestión. Disfruto el placentero hecho de ser un
abonado mensual, por cinco años a partir del mes pasado, y créeme, las noticias
falsas terminan por imponerse, por torcerle el pescuezo a tantos testarudos que
sin medir las consecuencias vaticinan guerras para ahora mismo, maremotos casi
a punto de ocurrir o tragedias ecológicas indetenibles. Una noticia falsa tiene
la virtud de cogerle el pulso al día a día sobre la base de un razonamiento
aséptico, quirúrgico, cierto por donde le metas el ojo. La verdad es cosa de
consenso, lo otro es pupú de pato macho.
No te imaginas cuánta falta le hace a la
gente leer lo que tiene que leer, enterarse de eso que esperó toda la vida,
darse de bruces contra la pared de una mentira suave como almohadón de
plumas. Poco a poco, mientras consumía lo que este diario me traía cada mañana,
fui abandonando la prensa cotidiana. He llegado a aborrecerla, claro, por su
lado siempre oscuro en eso de inventarse realidades en nada compatibles con lo
que a todas luces sucede cuando te empeñas en que ocurran siempre a tu manera. Ni El Nacional, ni
Le Monde, ni El Universo, ni The New York Times, en lo absoluto. Cuando pienso
en las noticias vislumbro únicamente el hecho inobjetable de una escala de
ocurrencias que nos toca en tanto forman parte de nuestras proyecciones,
anhelos, ganas y convencimientos. Ahí radica la certeza de la realidad, del
coñazo en la nariz o la caricia en la mejilla.
Eso es: convencimiento. Una noticia contundente, real como plato de
lentejas, es religiosa cuestión de fe: primero tienes que creerla, o terminar
creyéndola, y después pasará a conformar tu realidad. No frunzas el ceño porque
ya lo he comprobado. Sin aceptación no hay mundo objetivo que valga, y sin
mundo objetivo que valga olvídate de lógica aristotélica o como se llame. Chao
Descartes, good bye racionalismos de
cualquier pelaje y toda la parafernalia.
Desde que me apunté al diario aludido soy
un hombre más equilibrado, más feliz y por supuesto mucho más enterado. Conocer
noticias falsas tiene la ventaja de hacerte menos crédulo y de acrecentar tu
condición de ser maduro y crítico, lo que no es cosa despreciable. Un diario de
noticias falsas es lo que hacía falta para entender mejor el mundo en que
vivimos. Nunca se me hubiera ocurrido.