1/24/2013

El otro Jack


    Hay libros que nos gustan de cabo a rabo, pero éstos son la minoría. Lo común es hallar escritos-mosaicos irregulares: nos atrapa buena parte de lo que hay en ellos, pero también muestran lunares, manchas, zonas oscuras cuya existencia termina desalentándonos con fuerza.
    Una tarde en Maracaibo miraba pasar la vida en un café del centro. Como las mesas estaban repletas, alguien se acercó, saludó y pidió ocupar un sitio junto a mí. Era un señor entrado en años, calvo, de lentes, con los dientes amarillos por la nicotina. Yo leía, tenía en las manos algo de Cynthia Ozick, recuerdo bien. Entonces lanzó a quemarropa algo más o menos así: “también suelo acercarme a estos lugares y leer, sólo que a estas alturas leo lo que me da la gana y lo que me da la gana es justamente lo que me da placer”. Lectura y hedonismo, claro está. Me gustó lo que el recién llegado ponía sobre el mantel.
    Hay gente, siempre lo he dicho, que anda por el mundo llamando la atención. Personas que chorrean esa especie de magma, de aura que no deja de producir curiosidad. Gente que le busca cinco patas a los gatos y bueno, basta que los tropecemos para de golpe saber que son ejemplares raros, individuos de lo más extraños, seres capaces de descolocar las cosas y seguir como si nada.
    Pidió agua mineral y echó afuera su historia. En dos platos, mi acompañante pasaba los días engordando su biblioteca ideal, un entramado de libros cuyo único punto en común era que todas, todas y cada una de sus líneas, párrafos y páginas otorgaran  placer total al ser leídos. Si hallaba un pasaje indigno de la misión que se había propuesto completar, sencillamente lo tachaba. Si era una hoja, o dos o tres o diez, las arrancaba, de modo que sólo permaneciera aquello placentero. Debía perdurar lo que a su juicio era un tesoro digno de ser leído y degustado en cualquier lugar o circunstancia. Aquella biblioteca era su maravilla, labrarla suponía la obra de una vida. Lo escuché con atención y asentí, le dije que su plan era de fábula. ¿Era feliz de esa manera?, pues bien, no era yo quién para opinar en contra.
    Ahora, en otra ciudad y otro café, con un ensayo de Alberto Manguel sobre la mesa doy chupadas al Davidoff que alguien tuvo el buen tino de obsequiarme. También desde esta trinchera miro pasar la vida y sin que esta vez nadie se acerque, pida permiso y ose ocupar la silla frente a mí, acaso porque las mesas no están ahora repletas, acaso porque los días y sus circunstancias ya no son los mismos, abro al azar el libro, paso los ojos por la página treinta y dos, y leo: “Me viene a la mente el moralista Joseph Joubert, cuyos hábitos de lectura fueron descritos por Chateubriand: cuando leía, arrancaba de los libros las páginas que no le gustaban, y de este modo iba conformando una biblioteca personal hecha de volúmenes destripados con cubiertas medio sueltas”.
    Fruncí el ceño, levanté mucho las cejas, pensé en el café de Maracaibo y en aquel Jack, destripador de libros, calvo, con los dientes amarillentos por acción del cigarrillo, y en el señor Joubert, este otro despanzurrador que tenía ahí mismo, justo a mis pies en ese instante, hecho letras y hecho obra literaria. Pedí otro café y continué leyendo. Continué leyendo, no faltaba más.

1/17/2013

Populismo a la carta


    El último pronunciamiento del Tribunal Supremo de Justicia, avalando la tesis del continuismo oficialista, ha producido con razón el levantamiento de numerosas voces condenando lo ocurrido. Enhorabuena.
    El gobierno de Hugo Chávez es dueño de una legitimidad de origen empañada a medida que pasaron los años gracias a su conducta en el poder. Es lo que se conoce como legitimidad de desempeño, venida muy a menos sin lugar a dudas. Hoy no es un secreto para nadie que los poderes públicos duermen la siestecita de los justos en el bolsillo del Ejecutivo y que, en consecuencia, los debidos contrapesos volaron en mil pedazos. Todos los equilibrios se fueron, pues, con su música a otra parte. Chávez ha hecho poco menos que materializar buena parte de sus delirios, lo cual es una realidad de la que aún no se desprenden las peores consecuencias. En tal sentido el perfomance del Tribunal Supremo no sorprende, en esencia porque es un apéndice, un tentáculo más del gigantesco pulpo en que se ha transformado el Estado venezolano, y actúa según la lógica de intereses extrajudiciales.
    No sé adónde irá a parar todo esto. Ignoro cuál será el punto de fuga de unos hechos que, partiendo de incontables violaciones a la Constitución, tejieron un entramado cuya figura lamentable es la Venezuela de estos días. Pero sí tengo la certeza de que es necesario, urgente, señalar las perversiones. Quienes se dedican al pensamiento, científicos, profesionales, escritores, artistas, académicos, intelectuales de aquí o allá, están llamados, entre otros, a lanzar la voz de alerta y plantar cara ante los hechos. Es lo menos que se espera de ellos en una sociedad tan convulsa, de muy frágil democracia, como la venezolana.
    Las complicaciones y derivas políticas, tragicómicas, dolorosas, inaceptables, que en determinados momentos sufre un país cualquiera, pueden muy bien ser específicas e inherentes a ciertas geografías a lo largo y ancho de este mundo, pero no hay que equivocarse: éticamente demandan pronunciamientos, toma de conciencia, nos tocan en tanto humanos y resulta imperativo actuar. ¿Y cómo actúa un intelectual? Pensando, escribiendo, debatiendo, alzando su voz, su autoridad moral y su quehacer para  deplorar, para denunciar las tropelías y desafueros del poder vengan del lugar que vengan. Lo intelectuales demócratas tienen trabajo en Venezuela.
    La herramienta clave de Chávez ha sido el populismo, condición desafecta al progreso y a la libertad que ha brillado con luz propia en los sesos hirvientes del   caudillaje latinoamericano durante décadas. Es usando tal moneda como logró socavar instituciones, engordar la corrupción hasta hacerla una rémora constitutiva del país, y llevarlo, por ejemplo, a los primeros lugares del club de naciones con mayor retroceso económico, inflación o violencia callejera. El populismo, de vasta e ingrata presencia en nuestra historia, es un formidable muro de contención frente a cualquier esfuerzo por crear sistemas democráticos que gocen de buena salud y alienten el crecimiento y el progreso cuando reina la pobreza. En el presente, la democracia venezolana es una mascarada.
    Mucha gente ligada a la cultura ha permanecido callada, negando y justificando cuanto disparate sacó el mandón de la chistera. Se trata de una frivolidad moral poco menos que impresionante, una debilidad de carácter, de visión y horizonte democrático, de ausencia de escrúpulos políticos a favor de una peligrosa manera de asir la ideología socialista: como una verdad colectiva superior, dueña por lo tanto de la razón, de la verdad y de la historia. Al ocurrir esto, el fin justifica los medios y de ahí a inclinar la cerviz y quebrar lanzas por un ídolo político entronizado con inciensos y demás sahumerios en el amplio santoral de los demagogos, hay sólo un paso. ¿Por qué actúan de esa manera? Por comodidad u oportunismo, por ceguera, por sed de poder o cobardía, y acaso por cierta ingenuidad difícil de concebir a estas alturas.
    Quienes han dado un golpe sobre la mesa y lo continúan haciendo, esos que día y noche se atrevieron a manifestar lo que pensaron, con alta voz, con claridad, y le han salido al paso a tanta torpeza, a tanta locura trasnochada con una valentía sin cortapisas, es decir, intelectuales incapaces de abdicar frente a su norte -la libertad-, seguramente encontrarán ecos a sus voces. Ojalá mucho más en horas tan amargas.

1/15/2013

La pizza de Camila

Tu crujiente pan caliente,
bajo ese tomate manchado,
de orégano espolvoreado,
que resbala por mis dientes.

Tu queso fundido y gratinado,
encima de tropezones,
de pollo, de champiñones,
creo que me he enamorado.

La comida de los dioses,
la diosa de la comida,
a mi el alma se me encoge,
cuando se acaba la pizza.


Anónimo

1/09/2013

X



    X, escritor amigo, publica un libro cada año. X crea historias que atrapan desde la primera línea, aunque para lograrlas posee el más curioso de los métodos.
    Justo cuando X me habló del asunto recordé mi época de escuela, en especial el tercer grado. La maestra mandaba a leer a diario por lo que cada quien, hubiera lluvias, truenos o centellas, se alzaría como protagonista en su momento. Me explico: tarde o temprano tocaba subir al escenario, es decir, pararse frente a los compañeros, abrir el tomo y leer el cuento escogido. Yo lo hacía muy bien pero con una condición: llevar mi propio libro. Si por casualidad lo olvidaba en casa era hombre muerto. Jamás, en aquel lejano tercer grado, pude descifrar con solvencia cuanto hallaba escrito en los textos, idénticos, de Pedrito, Luisito o Rafaelito.
    X escribe en su Remington viejísima, lo cual le da un aire de artista bohemio demodé y de dinosaurio fuera de contexto poco visto en estos días. Mientras quienes se entregan a las teclas usan computadoras de última generación, mi amigo echa mano del Typex y de su maquinita. Caso contrario, afirma, resulta imposible escribir las tramas que obviamente nacen de su imaginación, pero también de sus dedos. A falta de máquina, para resultar coherente, usa bolígrafo o lápiz, pero nada más que los suyos. Al ponerse a trabajar con instrumental ajeno de inmediato se da el bloqueo, la parálisis, el blanco mental y digital incapaz de hacer a un lado salvo con el regreso de la Remington o hurgando en su escritorio hasta dar con el Mongol Nº 2 o el Paper Mate Kilométrico Plus.
    Así están las cosas. Entre X y yo media un hacer (la escritura en su caso; la lectura en el mío) entrelazado por un virus extraño. Un buen día cogí el libro Angelito de Moncho, o el de Elena, ya no recuerdo con exactitud, y al pasar la vista por las letras pude dar con los significados, encontré el desenlace feliz de tanta letra junto a otra que únicamente aparecía cuando el Angelito en cuestión  llevaba una etiqueta que decía “Propiedad de: Roger Vilain. Colegio María Inmaculada. Tercer grado A”. Cogí el libro de otro y se dio el milagro, leí a placer, vaya uno a saber por cuales designios de la divinidad, del azar o del caos.
    X sueña historias que luego echa afuera con la punta de los dedos. Pero ahora mismo su máquina está descompuesta, le saltan ciertas letras, el rodillo se trabó, y para remate es zurdo y acaba de romperse el brazo izquierdo. La verdad es que a veces a cualquiera le caen las siete plagas. El punto es que mi pobre amigo X no puede usar sus herramientas de trabajo y me ha pedido contar a manera de conjuro un poco de su historia que, como referí antes, de algún modo se da la mano con la mía.
    Mejorará, claro, arreglará su Remington de los cincuenta, continuará pariendo obras la mar de fabulosas y, por qué no, el día menos esperado también lo hará desde una Laptop suya, de fulano o de sultano, o de una Macintosh bañada de modernidad, o desde un bolígrafo cualquiera. No me cabe duda, sólo es cuestión de tiempo. Un asunto de paciencia. Mientras tanto ya he cumplido, aquí está el escrito que pidió. Ojalá sirva para algo.