4/22/2010

Rozando la epidermis

Tengo una camisa que se las trae. Las guerras de todos los días terminan por curtirlo a uno, y mi camisa azul soporta inclemencias, soles tropicales, lluvias sin fin aparente, cubriéndome como si nada.
Una camisa puede ser la compañera que envejece mientras tú pateas caminos y enfrentas dragones en las calles. Por eso hay camisas de camisas: indignas y desvergonzadas, o tercamente heroicas, como la mía, como la azul que a estas alturas es una segunda piel, una coraza a prueba de granadas y obuses de todos los pelajes.
La compré en una rebaja de octubre, lejos, y ahí estaba, azul como el Atlántico esperándome en el anaquel de aquella tienda. Fiel, mi camisa vieja hace que voltee al pasado, que me descubra en el presente, me hace recordar que somos hojarasca arrastrada por los vientos, pero también que existe la perseverancia, el empeño, la fragua de lo que se va siendo.
Cualquiera se la pone y ya, sale a la calle, pasea con su chica, la arroja luego al cesto de la ropa sucia, mientras lo que ha llevado encima es una indumentaria. Y a veces se llega a más: esa indumentaria termina por ser la vida cotidiana, que ahoga y deja los pulmones y el alma hechos pedazos. La mayoría opta por meterse en una camisa de fuerza.
Toda camisa que se respete tiene un horizonte definido, ser una camisa de principio a fin y demostrarlo a tu lado codo a codo. La mía, desteñida como está, bañada en mil sudores, me guiña un ojo cada vez que va conmigo y vivo la aventura de liarme a trompadas con las circunstancias. Sabe de luchas, de lanzas, de cómo muerdo el polvo sin contemplaciones muchas más veces de las que desearía. Por eso la decencia la acompaña y sé que al fin, cuando la desabotono porque ya he perdido o he ganado y entonces me voy a las duchas, sólo me mira de reojo y parece decir nada, compañero, menudos cojones los de este día que se acabó.
Ya no se encuentran camisas como ésta. Puedo verlas en la vía, en los cafés y en los pasillos, como en procesión sin gracia de algodones, linos, retazos cubriendo cuerpos que solamente llevan un adorno. Mi camisa, por fortuna, es una diferente: conoce su lugar en esta vida, y es todo menos una prenda bonita, fresca o llamativa. Es todo, cualquier cosa menos eso.

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