
Porque hay que ser decentes, coño. No hablo de decencias canónicas, esas que venden las iglesias o embadurnan a apóstoles o fanáticos de todos los pelajes. Me refiero a quienes abren la puerta al amanecer y salen a ese Coliseo que es la vida, a la batalla de todos los días por hacer del mundo algo más vivible y más soportable, más alegre, sí, más tierno y menos sembrado de cruces, y regresan al anochecer felices o mordiendo el polvo, destrozados o con el alma iluminada, pero siendo ellos mismos, con la frente en alto, demostrando que hay ciertos asuntos, intransferibles y sagrados asuntos que no se pueden mercadear, ni traicionar, ni permitir que los caguen las palomas.
Coño, es eso. Que faltan hombres y mujeres y sobran habitantes en un país que si nos descuidamos se va a ir al carajo. Hombres y mujeres para construir presentes y futuros llenos del material que decidamos meter en tales acepciones. Porque decir presentes y proyectar futuros supone rascarse la cabeza, exclamar un coño que nazca en las tripas y terminar dándose de bruces con el rostro de lo que hemos echado a un lado tantas veces y demasiados años: tomar nuestras riendas, cabrearnos cuando haya que hacerlo, para entonces fabricar una sociedad acorde con lo que soñamos. Coño, coño, coño, nada menos.
A mí, qué quieren que les diga, decencia es una palabra que me gusta y coño, para variar, me encanta. Van de la mano a la hora de enhebrar destinos, siempre y cuando quien lo haga lleve a cuestas el arsenal que cada obra exige, por aquello de la pasión, la constancia, la convicción, la terquedad a prueba de municiones. Hay que ver, coño, hay que ver.
2 comentarios:
Coño... Siempre un placer leerte
Gracias Eli, un abrazo.
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