10/21/2017

Culo

    Para algunos ciertas cosas forman parte de un todo mayor que las contiene. En el plano de las significaciones no te quiero contar: el diccionario (ese cementerio, como creo recordar que lo llamó Julio  Cortázar) se lleva las palmas de aquí a Japón.
    A ver, expresa el libraco que culo es anatomía, geografía humana, y para más señas punto trasero o delantero de objetos varios. Y hasta ahí. La verdad es que no se mete el camposanto en el alma del lenguaje, que si a ver vamos equivale a surfear en esas aguas tranquilas o ventiscosas de la vida real, monda y lironda, que hoy te besan y mañana te aplastan con sólo restregar medio con pulgar.
    Culo: art. Del lat. Culus. 1. m. Conjunto de las dos nalgas. 2. m. En algunos animales, zona carnosa que rodea el ano. 3. m. Extremidad inferior o posterior de algunas cosas. Culo del pepino, del vaso. Sanseacabó. Menuda definición para esta palabreja que lleva en las entrañas un ovillo de connotaciones, de imaginación, de picardía sana o malsana, de erotismo y de mil y un símbolos sin medida ni fin. El culo del mundo, pongo por caso. Hay que ver, me digo, “el culo del mundo”, tamaña frasecita apunta, fíjate, a unidades de longitud, cuestión pasada por alto, como si tal cosa, tanto por el humilde Larousse que descansa en un peldaño de mi biblioteca como por el respingado DRAE, ubicado allá a lo alto, entre otro de sinónimos y el de Ambrose Bierce. Se dice fácil.
    Ocurre algo parecido con el culo de una dama. Nada más alejado de la verdad que la ficción diccionaresca  -perdónenme la fea palabra-  que manda al basurero de la historia, del día a día y de la cotidianidad que bulle en cada esquina el hecho fascinante asumido por todo varón que se respete: pasa una señora de muy buen ver y entonces lo que volteas a ver es con justicia eso, el culo, el culo no del diccionario (frío conjunto de las dos nalgas) sino un ámbito mayor capaz de subsumirlo, de encerrarlo en un espacio superior que sin dudas lo engulle por completo, es decir, que culo va siendo aquí el todo y no la parte, la dama en cuestión de cabo a rabo, entera de pie a cabeza, cuyo movimiento de las caderas y completa humanidad vuelvo y repito, genera el chorro de adrenalina, el Vesubio hirviente, la carga de deseo más explosiva que se haya visto por los alrededores. Dime tú si me equivoco. Para qué decir sí, si no.
    En lo que a mí concierne  -biológica, antropológica, semántica y sinceramente hablando-,  desde la adolescencia un culo, todo él según la explicación de arriba, fue el responsable del Big Bang, de la sensualidad hecha carne y hecha huesos, sinónimo de mujer, léase hembra fértil capaz de detener la marcha implacable del universo. Vaya cortedad la de la realísima Academia, que será de la Lengua y de cuanto inventario disponga la ficción, etcétera, etcétera, etcétera, pero no de la vida que reverbera en todo grupo humano y demás hierbas. Pienso otra vez en el cementerio de Cortázar: es que tenía razón el muy bandido.
    Que entre culos te veas, bendito entre los hombres. Mascullando tal sentencia sé a la perfección que comprendes lo que hay que comprender, que culo es femenino aunque lo preceda el, que culo es ese tierno, dulce, trascendental término que acelera el corazón, que enciende fantasías, que conecta con los  dioses  -perdón, con las diosas-, más allá de lexicógrafos acartonados y otras zarandajas por el estilo. Enhorabuena. Así sea.

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