Hay verdades ni tan ciertas y mentiras que
parecen reales. Un amigo, que va a caballo entre la mitomanía absoluta y la
sinceridad atroz, da cuenta de lo que digo. Es el vivo ejemplo de que para
hacer de este mundo un lugar más habitable todos prefiguramos nuestras vidas en
función de lo que llevamos en el saco. Y lo que llevamos en el saco, claro, se
origina en el abismo de cuanto vamos siendo. No es concha de ajo: lo fantástico
besuqueándose con la realidad monda y lironda, esa que inventó Descartes hace
ya un caudal de años, y sacarle punta y además hacerlo con provecho.
Pues nada, hay verdades que cobran su
fisonomía porque nacieron de un embuste que para qué te cuento. Por ejemplo, mi
amigo el mitómano cree ser escritor y nadie lo saca de sus trece. Se cree
escritor con pruebas físicas al canto: un manojo de papeles rasguñados en la
adolescencia. De escritores que no escriben y bailarines que no bailan está
lleno el patio pero eso es lo de menos. Lo de más es el manejo de los hilos,
edificar cierta atmósfera y no otra, inventarse un diente roto al más puro
estilo Coll, que sabe muy bien de lo que hablo (¿o soy yo quien sabe al pelo lo
que él dice?).
Uno vislumbra algún futuro, rehace como le
plazca el pasado y sumerge el presente en un caldo fantasioso tan necesario
para la cordura como un par de aspirinas para la jaqueca. Si te pones a ver, el
cuerdo es Don Quijote, el humano es Mr. Hyde, Teseo, y no el pobre Minotauro,
es el malandrín de la comarca. Lo cierto aquí trasciende conceptos de
diccionario, encerronas epistémicas, definiciones totalizadoras, es decir, lo
real es así o lo irreal es asao y todos felices y a brindar, que se calientan
las cervezas. Estás pelao, Wenceslao. Si este mundo fuese una caja de
compartimentos estancos, júralo que tres segundos ahí equivaldrían a la eternidad en los infiernos.
Lo que soy yo, asumo que lo cotidiano tiene
mucho que ver con mi caja craneana, o sea, le pongo desde adentro un toque de
sal al estofado desabrido que se desparrama de lunes a lunes, al punto de que
dos más dos a veces da cuatro pero en ocasiones cinco. ¿Quién se atreve a decir
no? En el comercio diario de sonrisas, garrotes, vilezas, amores o mentiras,
construimos significados, elevamos a alturas de vértigo lo cierto y lo falso,
lo imaginario y lo que no lo es, única trocha para sumergirse hasta el cuello
en la aventura de atravesar los días con
la ñapa de sobrevivir en el intento. Lo anterior es sencillo, pero no trivial,
y por ahí se arma el lío que ahora mismo espanto de un puntapié en plena
espinilla. Ya lo dijo Savater: “trivialidad es lo que se le queda en la cabeza
a un imbécil cuando oye algo dicho con sencillez”. Eso es, no faltaba más.
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