Hay gente que se
atreve a bailar, a comer platos exóticos o a lanzarse montada en un kayak por
las cataratas del Niágara, pero no a pensar. Pensar, lo que se dice vincular A
con B para llegar a C, parece que cuesta un ojo de la cara.
Lo digo por mí, claro. De adolescente,
cuando juraba por todos los dioses que tenía salud de roca, que sería por
siempre joven y que de ñapa era inmortal, imaginaba también que en el arte de
mover las neuronas corría cien metros planos en nueve segundos. Fíjate qué
forma tan común de creerse pensante, de darle y darle a la materia gris, pero en
reversa.
Después, ya en la primera adultez, continué
alimentando la seguridad de que día a día dibujaba el perfomance de alguien entregado a los quehaceres del intelecto.
René Descartes en pleno siglo XXI, haciendo de las suyas con este graffitti pegado de la frente: pienso,
luego existo. Y lo demás huevos de pato.
Hasta que alguna vez soñé un sueño al mejor
estilo Borges, o creí haberlo soñado, qué más da, o pretendí soñarlo pero ya ves,
lo imaginé quizás sentado en la nada romántica poceta o en medio del profundísimo
relax que a veces nos pesca metidos en la ducha. Lo cierto es que soñé o quise
soñar que me soñaban.
A partir de esa experiencia, que bien pudo
haber nacido, como he afirmado arriba, en el nada filosófico baño de mi casa,
terminé convencido de que ciertos hilos nos llevan y nos traen, nos incitan a
amarnos o a odiarnos, nos meten de cabeza en un mundo que es baba onírica
chorreada por otro mientras ronca a pierna suelta, ve tú a saber dónde, cómo,
cuándo y por qué.
Ponte a pensar (o mejor, ponte a creer que
piensas) y vislúmbrate abrazado, acurrucado con tu novia. Mírate de cabo a rabo
preparándote para ese examen del viernes. Échate el ojo llevando a tu bebé en
brazos y cuéntame. ¿Te parece de lo más interesante el sueño de alguien, donde
existes por los pelos de un mosquito? ¿Reconoces una puesta en escena que es claro
ejemplo de la siesta que supones nada menos que tu propia vida?
Cuando descubrí que somos consecuencia de
la resaca de un tercero, que formamos parte de alguna pesadilla, de cierta indigestión
que nos echó afuera mientras el enfermo dormitaba largo a largo en un colchón,
sentí casi tocar el misterio de lo humano. Créeme, jamás sospeché que al fin y
al cabo todo fuese tan sencillo. Por eso hay gente noble y tierna como una
fruta en su momento, o endurecidos al punto de competir con las piedras.
Nacieron de un camarón sublime, placentero, luego de que sus soñadores
practicaran el amor como bestias saturadas de afecto y de deseo, o son la evidencia
tosca de sueños cuyo seguro antecedente fue dormir la mona después de una
oscura decepción.
La verdad es que por donde lo mires eres la
obra magna, colorida, sublime de ese que te lleva en un bostezo y, quién se
atrevería a lanzar un no, hasta emanación gaseosa de otro que te expulsó como
ventosidad en sus rudos forcejeos con Morfeo. Es que todavía no salgo de mi
asombro. Es que, dime tú si no, todo esto se cuenta y no se cree.
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