Leo una entrevista a Moisés Naim y pienso:
qué cojones. Vargas Llosa tiene razón, digan lo que digan los envidiosos, los
izquierdosos y los ultrosos. Vamos a ver, doy una pasadita por twitter y ahí
está, salta como liebre, brinca aquí y allá, satura los rincones de la
virtualidad hecha espectáculo, al por mayor, al quién da más. Parece que es
verdad, atravesamos la cultura de los flashes, del relumbrón mediático, del
jaleo sin peso específico al más puro estilo hard show bussines .
Me refiero a la serie El Comandante, que según el entrevistado no es biografía alguna de
Hugo Chávez sino exactamente lo contrario, una obra para la televisión
inspirada en cierto libro de su autoría, cargado hasta el cuello de ficción.
Despacho la entrevista y quedo satisfecho. Las ideas de Naim siempre me han
parecido ejemplos de conexión con el cerebro, con el mundo que nos toca
transitar para bien o para mal, duro, complicado, universo rosadito a veces e
hijo de la gran puta casi siempre. Entonces me digo: hay que ver. Una serie de
sesenta capítulos dedicados nada menos que a Chávez. Supongo que el hombre es
garantía de éxito, que su popularidad, sustentada en el histrión que encarnó,
es más que un buen aval si se trata de
vender. La Sony no tiene un pelo de tonta. ¿Qué hizo, después de todo, Hugo Chávez
en su vida sino vender y vender? Se vendió a sí mismo y la pegó, vendió un
proyecto delirante y tuvo fortuna, y vendió un país a los demonios de la
sinrazón con idéntica buena suerte.
Entonces paso la vista a mi álbum particular
de personajes latinoamericanos con lustre e impronta indiscutible. Aparece
Óscar Arias, irrumpe Fernando Cardoso, imagino a Rómulo Betancourt, vislumbro a
Carlos Rangel, pienso en Ricardo Lagos, en fin. Revuelvo imágenes en sepia de
individuos que metieron sus narices con respetabilidad en la política y nada,
que alguno de ellos protagonizara tamaña serie es algo que únicamente puede
ocurrírsele a un desquiciado. O sea a mí. Bancarrota por donde lo mires. Al
lado del Che y Fidel Castro, acota Naim, “Chávez es el líder político de mayor
fama mundial en estas latitudes”. Por eso la peliculita y por eso andamos como
andamos, concluyo aún con la entrevista en las manos. Un sesudo Rangel, un
pausado Lagos, un estadista como Arias, embutidos en esas aburridas formas que
echan mano de la legalidad, del diálogo, de la tolerancia, untados por el ritmo
lento que exige el actuar y el hacer desde las exigencias democráticas, ¿qué
pueden buscar frente al vértigo castrista o el ventarrón mitómano, embrujador,
hilarante, del caudillo venezolano? Un pepino. Nada entre la nada.
Que Sony
Entertainment Television haga su agosto llevando a la pantalla chica lo que
le venga en gana, vale. Pero que la peste política, es decir, dictadores
eternos o aprendices de tales gocen de los favores del público, que se
embolsillen el raiting cuyo punto de
fuga es la alfombra roja de Hollywood, indica una tara que ve tú a saber cuándo
pasará a la historia. Vargas Llosa y su civilización del espectáculo, no te quepa
la más mínima duda. Cala mucho más el estruendo descocado de un Chávez que se
jura pieza clave de la historia, con sus disparates y megalomanía a cuestas,
que el aire sosegado de demócratas refractarios a estruendos de la lengua y
terremotos tras sus pasos, pongo por caso.
Con razón el Socialismo del Siglo XXI,
ensalada con la vinagreta más amarga de estos tiempos, tuvo tan espectacular
acogida. Los exquisitos paladares de aquella rocambolesca fanaticada premiaron
con creces el experimento de un recetario a punto de caramelo, o sea, listo para
la intoxicación generalizada, a reventar. La civilización del espectáculo, dime
tú si no, haciendo de las suyas por donde eches el ojo. Digerir un plato semejante
fue darse de bruces con el macabro resultado de sus invectivas. Pero lo
importante aquí ha sido y es el tintineo de copas, el relumbrón fulgurante, la
atracción fatal que un encantador de serpientes ejerce en función de la
histeria, del hígado y las gónadas. Ese
eufemismo que dieron en llamar carisma.
Sostiene Naim que la serie está bien hecha,
mejor actuada, magistralmente escrita. Y no lo dudo. Pero de Chávez Venezuela
tiene suficiente. Lo que soy yo, paso la página. Enhorabuena la democracia otra vez, más temprano que tarde, amén.
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