Una lavadora es un enigma de material
ferroso. Me explico: esas máquinas para la limpieza guardan en las entrañas
vaya uno a saber qué, pero lo cierto es que allá adentro, en las profundidades
de las tuberías, de ciertos compartimentos inefables o del pozo que llevan como
panza, deambulan elementos que hemos dado por perdidos. Una media, pongo por
caso, aquél sostén de encajes rojos, el pañuelo del abuelo. En fin.
Desde niño me he preguntado qué habrá en el
fondo de semejantes oquedades. A mis seis o siete años juraba que esos monstruos
lavatorios comprendían raras variantes de dragones, animales extraordinarios
listos también para lanzar fuego ante enemigos de la peor calaña, pero ya ven,
me he enterado con el tiempo de que un agujero negro yace incrustado de cabeza en tales artefactos. Tal cual, así como lo
lees. Es que es parte de su anatomía.
Los botones perdidos de tantas camisas,
¿adónde fueron a parar? ¿Existe un mundo diferente cuya desembocadura es el
fondo de una lavadora? Lo que soy yo, estoy seguro de que sí. Las trenzas de
aquellos zapatos que jamás aparecieron, la llave olvidada en un bolsillo y que
se coló en el vientre de ese ser, un par de monedas que corrieron igual suerte,
¿dónde están? ¿Por qué razón nunca he podido dar con ellos?
El fondo de una lavadora, pensándolo bien,
quizás tiene bastante que ver con el otro lado de cualquier ventana. Éstas, si
te pones a ver, tienen un punto de fuga equivalente al abismo de la Mabe, de la
General Electric, de la Electrolux. Y no digamos ya el escaparate -¿te has puesto a imaginar las conexiones
entre tu lavadora, tu ventana y un escaparate?-. Un escaparate es el vientre de
la ballena sin lugar a dudas. El cuarto oscuro de los terrores infantiles ante
el que una asomada disparaba tétricas historias, cuentos abominables, es decir,
el hecho helado del horror concentrado en un único punto de tu habitación.
Ahora que lo pienso, la desembocadura del
escaparate lleva sin desviaciones a los intestinos de la lavadora, y de aquí al
otro lado de la ventana no hay más que pocos pasos. Tres objetos tan disímiles
comparten un secreto jamás antes explorado, lo que supone echar manos a la obra
y escudriñar con ahínco hasta dar cuenta de domésticos misterios que nos
aplastan la nariz. La hebilla extraviada en el escaparate con toda razón
aparece en el fondo de la lavadora y la mujer que miras a través de tu ventana
lleva puesto el suéter que horas antes dormitaba en el armario, colgado de su
gancho. Se hace la luz, ahora lo comprendo todo.
Trilogía perfecta, nudo que las ata más
allá del día a día: lavadora-ventana-escaparate como anuncio del alfa y del
omega, de principios y de fines. Premisa y conclusión, causa y consecuencia.
Por su puesto que se hizo la luz, dime tú si no, anda, es que dime tú si no.
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