Lo ves y no lo crees. Hay gente jurando que
las cosas raras pasan al otro lado del planeta, a años luz de distancia o en
confines dignos de ensoñaciones calenturientas. De ningún modo, Cuasimodo. Tengo
un amigo que no se aburre nunca. Así como lo lees, cada día silba y sonríe
feliz, divertido hasta las entrañas, loco de atar como Gene Kelly en Cantando bajo la lluvia. Cosa más rara,
camarada.
Y no es que semejante
condición se dé del cerco de los dientes para afuera, como decía Homero (no
Simpson sino el otro), qué va. La diversión y el cachondeo nacen en plenas
cavernas de su yo, es decir, que la felicidad y la alegría bañan su minutero
dándole la espalda a todo límite, a todo espacio, a toda negación del displacer,
mira tú cuánta rareza propinándome un batazo en la nariz.
Mi amigo, que no tiene un pelo de teórico
-literariamente hablando es un hombre poeta, porque ensayista ni en broma-, ha
realizado considerables esfuerzos por responder a cabalidad cuanto pregunto,
frunciendo el ceño y rascándome la cabeza, a propósito de técnicas para patear
la abulia, el tedio, la lata que sabemos son los días cuando aprieta el hastío.
Entonces, como si nada, desde una frase solemne parecida a un templo cuenta que
el secreto está en la entrevisión.
Me deja de piedra, me pregunto si el hijo
de puta me está tomando el pelo. Siento ganas de orinar y voy al baño y en el
espejo observo el rostro de un bolsa redomado.
¿Entrevisión? ¿Qué coño es la entrevisión? ¿De veras tengo, muestro,
porto, correteo por la vida con la cara que escupe el azogue desde la pared?
Pienso, luego existo, sostenía aquél, frase que en momentos así termina
insuflándome una llamarada de terquedad mulera, así que me detengo un instante,
busco la calma, respiro, tomo asiento, doblo el codo y asumo la irrevocable
decisión de reflexionar, sí, como el mismísimo Dante en la escultura de Rodin.
Nada. Niet.
En lo absoluto. No sucede nada de nada por más que piense y piense y me rebane
los sesos buscando. La entrevisión, joder, la entrevisión -menudo chiste, digo
para mis adentros-. Pero como pensar no es un acto únicamente consciente ni
únicamente intelectual, tiempo después, cuando casi había dejado la cuestión a
un lado, me llama la atención cierta frase
que al voleo hallo en Dublinesca,
novela de Enrique Vila-Matas que hojeo en este café donde me encuentro.
Mira qué belleza: “Nada nos dice dónde nos
encontramos y cada momento es un lugar donde nunca hemos estado”. Página
sesenta y tres, Seix Barral, Biblioteca Breve para más señas. Me da por suponer
que la escurridiza entrevisión tiene que ver con este párrafo que me revolotea
en las meninges. Se hacen carantoñas, se encuentran y se abrazan, qué sé yo. Si
la fulana entrevisión cobra un poco de sentido al tropezar con su paralelo
literario, yo entreveo entonces que el enigma comienza acaso a hacerse menos
denso. Hay que ver -me digo ahora- los recovecos que a veces damos para saltar
de A y caer en B. La vida sabe poco de líneas rectas, de atajos, de trucos o
vueltas de tuerca para llegar antes.
Repito hasta el cansancio que el bueno de
mi amigo nunca se aburre. Aburrirse para él es un arte que no ha pretendido
nunca dominar, y con razón. Qué cabronada tan sutil e interesante, y remato
añadiendo que qué cabronada tan simple, tan sencilla, tan ajena a confusos entramados
o a nebulosas disquisiciones filosóficas. Es que “nada nos dice dónde nos
encontramos y cada momento es un lugar donde nunca hemos estado”. ¿Lo ves?, ¿lo
entrevés? Yo, lo que soy yo, intento meterme entre pecho y espalda tal cuestión
desde el instante en que me di de bruces con la frase en la novela pero
sostengo con tristeza que he fracasado hasta ahora. La sencillez de una
sentencia como ésa no implica compresión de facto o cosa que se le parezca.
Puedes resolver ecuaciones diferenciales con los ojos cerrados, desentrañar en
un chasquido la Crítica de la razón pura
o mascar chicle mientras conduces tu bicicleta pero fíjate que la entrevisión,
con toda su simplicidad a cuestas según
sugiere Vila-Matas, es un muro que mil veces me pareció infranqueable,
una roca impenetrable, llámala como te dé la gana, que algún día, escríbelo,
atravesaré por fin como quien cruza una meta y bebe del éxito a verdaderos borbotones.
Tengo un amigo que jamás se aburre y cuando
quien escribe acceda por fin a semejante dimensión les juro que hablaré por la línea del medio, que develaré códigos,
combinaciones, señas, contraseñas y secretos, y que ya nada quedará en las
sombras. En esas ando, en esas justamente ando, y me despido hasta entonces.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario