Para Camila
Hoy vengo con el pasado y el futuro metido
entre ceja y ceja. Mientras hojeo la última novela de Paul Auster en el Sweet&Coffee de la Foch, Camila hace de las suyas con una
biografía de Malala. Se concentra, se toma en serio cuanto lee, de modo que la
observo de reojo, miro sus gestos, casi puedo tocar la paciencia con que se
desmigaja entre párrafos y letras.
Lo disfruta a plenitud, hecho clave cuando
se trata de leer. Coger un libro, acostumbrarse a ello, llenarse hasta los
tuétanos de cariño y pasión por lo que encierra y por lo que te puede brindar
si buscas la conexión necesaria es un
asunto que requiere placer, mucho placer de por medio. Jamás alguien podrá
echarse en cuerpo y alma a la lectura -lectura de verdad, con la piel, los
dientes y las uñas metidos de lleno en la batalla por el goce en medio de un cuento cualquiera- si no ha vivido en
carne propia el vértigo de lo que implican las historias bien contadas, los
versos que golpean el fondo de ti mismo o las ideas que como ensayos, pongo por
caso, terminan incendiando tus certezas.
Entonces pienso en las veces que le he escrito.
Desde que llevó pañales he rasguñado el papel con ella en la mirada. Hoy, como
ven, he vuelto a las andanzas, así que no me pidan demasiado: soy un padre con
ganas de charlar, de decir oye tú, mira esto y aquello y a quien tengo enfrente es nada
menos que a mi hija. Dénse pues por enterados.
Tengo la impresión de que los artículos que
escribí antes para ella encierran una constante, llevan una línea meridiana: de
alguna manera Camila se reflejaba en mí. En lo físico, en lo espiritual, en lo
intelectual. Hoy no es que semejante condición haya desaparecido por completo -créeme,
chiquilla, que me fascina que en ti haya algo de mí y que en mí encuentre
tantísimo de ti- sino que en el presente ha modelado mucho más su arcilla, esa
que la hace justo lo que hoy va siendo y deja entrever cuanto se consolida. Su
idiosincrasia, su forma de entender el mundo, las vueltas que da antes de decir
sí o pronunciar no.
Fíjate que he escrito “lo que hoy va siendo”,
y es eso lo que me arrastra a hablar de ella. Sabe de sobra cuánto me gusta
cómo compartimos, es decir, esos modos que nos permiten, a través de la
literatura por ejemplo, movernos en un plano que no puedo explicar del todo,
que procura y permite la más hermosa conexión, que me da paz, equilibrio,
felicidad a tope, lo cual sé que también comparte de pe a pa. Ya no es la niña con
quien hacía de ciertas tardes una historia novelesca. Ahora miro pasar sus ojos
sobre las páginas en este café que es trinchera para ambos y veo la escena que
me acelera el corazón, veo a una chica sensible, a sus quince años, que mastica
palabras, muerde y selecciona lo que otros pueden decirle, da un puntapié o un abrazo a ciertas propuestas
que nacen ahí, en el fajo de cuartillas que guarda entre las manos, para
después incorporarlo todo a sus formas de estar, de sentir, de respirar, de
razonar. No sé si soy claro, pero es lo de menos. ¿Lo de más?, el hecho de que ambos
podemos comprendernos a partir de silencios que expresan demasiado en un
instante que asimismo es fogonazo.
Te gusta la música, cariño, y te gusta el
cine, te gustan los libros, que has aprendido a escoger en función de tu real
gana, y cada vez que te descubro en ese plan imagino el adulto que serás en una
mirada prospectiva. Entonces pasas las horas, los días, sumergida en el escudo que te labras a prueba
de necios, mediocres o vulgares, que de todo hay y a borbotones. Porque tienes
que saberlo, la literatura o la pintura son acero contra la miseria, en
cualquiera de sus expresiones, y que se vayan al infierno quienes las
vislumbran lejos del aquí y del ahora, ajenos al sudor o los jadeos de la vida
cotidiana, monda y lironda, que a todos nos aplasta.
Me contenta verte deshojar las margaritas,
no como si fuesen cuentas de rosario sino todo lo contrario: a punta de darle
cabida a esto otro que resulta clave para una vida plena, o sea, el arte, el
pensamiento, lo que va fluyendo por debajo de las cosas que en verdad importan.
En fin, eso que a falta de un nombre mejor dieron en llamar cultura. Afinas la
mirada, apuntas, disparas, y tus balas van directo al corazón, a lo que eres, a
cuanto serás, lo que no es poca cosa tal como anda el patio en estos días.
Ya ves, hoy me ha dado por decirte, por pensarte
en voz alta y en modo papel. Modo tecla, para ser exacto. No me pongo cursi -aunque
quién sabe- ni tampoco ridículo -creo yo- en medio del oleaje embravecido,
entre vaivenes con sístoles y diástoles aceleradas, y si me equivoco quieran
los dioses que al leer sonrías y pases
el explosivo que llevas como inteligencia justo por la línea de flotación que
sustenta esto que escribo. Es una delicia, si supieras, imaginar que me lees y
acto seguido frunces el ceño, achinas los ojos, preparas la carga y al final
heme aquí, volando por los aires.
Hago un ejercicio futurista y apareces
hecha mujer, con el toro cogido por los cuernos. Así me gusta soñarte, libre,
indagadora, capaz de pegar un sujeto con un buen predicado y decir tus verdades
más allá del contexto y del individuo bien plantado o el bueno para nada que se
te ponga enfrente. Entonces ya lo sé, aprecias la belleza, eres capaz de
disfrutar con lo mínimo, con las pequeñas cosas que adornan el ancho mundo, no
de color rosa pero tampoco sucursal de los infiernos. Este es un filo punzopenetrante que llevas muy adentro. Úsalo, porque vivir
es descubrir que aunque tengas la edad que tengas, a la vuelta de la esquina
hallarás almas superiores que iluminan incluso sin saberlo o pobres diablos capaces de hacer daño a cada
paso.
Aprendes a sentir, lo que a veces importa
más que comprender, y aunque en la escuela te enseñen lo contrario así caminas
con los ojos abiertos, los de la plenitud, donde caben incrustaciones
espirituales que no viene a cuento intelectualizar aquí por razones más que
obvias. Esa es una buena forma de lavarse el alma y tú lo haces, y lo seguirás
haciendo, refinando la técnica –vaya nombrecito, ¿no?- hasta que te conviertas en
la chica de ese futuro que te espera.
Como decía, me acerco a la memoria de lo
que serás y viajo en el tiempo. Te observo, tranquila, ya con líneas de
expresión sobre tu rostro, sonriente e inquieta, toda tú de pie a cabeza. Es la
memoria de lo que seremos, por supuesto, lo que al fin y al cabo es el otro
lado del espejo, como Alicia en el país
de las maravillas, que tanto te gustó desde pequeña.
Memoria de lo que seremos, claro, y de
cuanto vamos siendo ahora. Memoria de eso que alguna vez también fuimos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario