Las palabras, como ciertos hongos o
mariscos, pueden producir alergias. Descubrirlas en esas páginas donde retozan origina vómitos,
alucinaciones, visión nublada y, en el peor de los casos, pérdida de la conciencia.
¿Te imaginas?, vas por la calle y entre silbidos de contento y sonrisas de
alegría chocas de golpe con ese término y es imposible voltear, hacerte el loco,
alejarte, impedir tragártelo como si fuese espina de pescado porque ya lo has
leído, lo engulliste, sientes su paso por garganta, tórax, un peso muerto en
caída libre hacia el tracto digestivo cuya forma de arruinarte el día apenas
comienza.
Identidad, por ejemplo. La identidad de los
pueblos, la identidad de algunas minorías, la identidad que nos denota en el
presente debido a la preservación de lo más propio. Menuda palabreja, hueca
hasta la última molécula de nada en el vacío. ¿Qué diablos es la identidad?,
¿qué supone frente a un universo de humanidad súper complejo? Existe identidad
en alguien, en lo individual: Juan es así, Martha es quizás asao, y se acabó.
Cada vez que identidad abre las fauces y se cruza en mi camino para decirme
cómo son los maquiritares, los escandinavos o franceses, saco mis pistolas, y
las saco en vano, claro: quedan sin efecto gracias al letal veneno que se cuece
en sus entrañas. Basta una mordida, apenas su aliento mortecino para que
cefaleas vayan y vengan, jadeos incontrolables aparezcan, erupciones de la piel
gocen a sus anchas.
O temática, pongo por caso. Ya no hay temas
que tratar, sólo temáticas. Vaya lío el asunto, la temática del calentamiento
global, la temática del transporte universal a propósito de los combustibles
fósiles, la temática de cómo duermen las hormigas. Tengo un amigo también alérgico
que solía responder, cuando un despistado desenvainaba el sable para esparcir
el término maldito, que “cada temática tiene su solucionática”, y punto, y adiós,
a otra cosa, a otras palabras y horizontes.
Las hay para cualquier antojo, existen en
función de gustos que son colas de pavo real. Aperturar, tensionante, empoderar
-mal gusto por donde lo mires- . Apertura la puerta, apertura la nevera, apertura
esa boca. Juro por lo más sagrado que el espanto cabe completo en esas líneas.
Un horror tal que de lo lingüístico pasa suavecito al cuerpo, como baba salida
de película de Hitchcock, dejando a su paso trozos de sí misma que cuelgan de
tus dientes, embadurnan el paladar, se te enredan en las manos y chorrean vientre
abajo como pasta maloliente mientras anida en tus pies. Una realidad sin
asidero cuyas causas, por si te interesan, hay que buscarlas en pleno corazón
de nuestro particular modo de vida, indolencia, analfabetismo y mala fe.
Y el último grito de la moda: webinar. Fíjate
qué moderna y acorde con los tiempos. La otra vez hallé tal monstruo en la
pantalla del ordenador y casi muero asfixiado. Webinar posee la facultad de ir
engordando apenas roza con tu lengua, así que acabas por atragantarte sin
tiempo para espabilar y huir horripilado. Mal de consecuencias todavía
inimaginables.
Lo cierto es que el lenguaje carga en sus
espaldas más que fonemas, letras, párrafos e información. Identidad o temática,
aperturar, empoderar y webinar, tú suma y sigue, alimentados por la pólvora del
sinsentido haciendo juego con el mundo descocado en el que chapoteamos. En
cuanto a mí, por razones médicas y de otros pelajes me mantengo al margen. Así
que no me vengan con la identidad de la tribu tal del Amazonas o con aperturar
la exposición de fulano, zutano, mengano y perengano. Menos con la temática del
día. Y con webinar, el colmo de los colmos, paso para siempre porque ya se me termina
la paciencia, llega a su fin el equilibrio y, para aprovechar las malas pulgas,
acabo también de una buena vez este escrito.Tengan todos un bonito día.
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