Leo a Borges y en “Funes el memorioso” hallo un ejemplo de aparente totalidad. Ahí,
alguien es capaz de recordarlo todo, de modo que supone la viva encarnación del
absoluto. Es una suposición falsa, claro, pues recordar como Funes equivale a
transformarse en máquina, lo que sin duda anida en las profundidades del
cuento.
La paradoja florece: recordarlo todo es imposible
por una razón de espacios y de bits. No estamos dotados para albergar el
recuerdo infinito de cuanto vivimos y, es más, cualquier recuerdo termina por
convertirse en una manera de olvidar. Entonces Funes es máquina, es cosa, es un
aparato como aquel radio casette-recorder
que tanto me maravillaba en la infancia (¡ah, quién pudiera presionar play y al mismo tiempo rec y ya, guardar hasta el último apunte
en la cabeza para el examen del lunes!). Tenía razón Kundera, “el recuerdo no
es la negación del olvido”.
Existe un gentío entregado a la faena de
mantener intacta la memoria y no les quito razón. Otra vez la paradoja haciendo
de las suyas. Esa forma extrema de olvido, el olvido del yo, hoy en día implica
el espanto sin par. La palabra alzheimer, que significa olvidarse de sí mismo,
ha derivado en el coco de los tiempos modernos, porque olvidarse de sí mismo te
aproxima al miedo personificado, a un Funes del siglo XXI.
Fitina, ginko biloba, moringa, crucigramas
al por mayor, caminatas por el parque, eso y más conforman estrategias para
invocar al dios de la memoria. Dime cuánto olvidas y te diré cuánto queda de
ti. El recuerdo como la cara opuesta del olvido se erige en el protagonista
estrella de esa telenovela que va siendo la existencia ahora. Si recordar es
vivir, como dice el refrán, olvidar lleva en las alforjas cierto modo de ir
muriendo, lo cual no tiene nada de simpático, como puedes descubrir con sólo
echar una mirada alrededor.
Si el recuerdo también es otra manera de
fallo en la memoria, entonces el asunto se reduce a un punto clave: aprender a
vivir con lo que hay. Cero engaños, cero atajos posibles. Dicho de otro modo,
siempre usamos nuestras ventajas comparativas. Punto. Y en eso andamos, aunque
lo ignoremos. ¿Te lo habías imaginado?
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