Uno cree que con los años cierto
aprendizaje cala en las neuronas y los poros. Qué va. El tiempo no es garantía
de avance en línea recta. Ya sabemos que andamos en zing zag, de banda en
banda, con progresos, retrocesos y reinicios. Razón tenía Popper, la historia
es una construcción humana, de seres como tú o como yo, sin determinismos que
indiquen lo contrario. En fin.
Sales a la calle, te sientas en el primer
café que se enreda en tu camino. Marrón, tabaco, agua mineral, abres tu libro, lees,
paras, alzas la mirada, ves pasar la vida desde la mesa veintidós. Cuando te
dispones a pagar la tarjeta explota hecha confeti. “Está vencida, señor” -ruge el camarero-. Hoy es 17-09-2016, en el
plástico aparece 15-10-2018. Misterios del Tercer Mundo.
Estamos mal por culpa de otros, cuenta la
progresía cuyos dedos índices señalan al imperio, a la CÍA, a la oligarquía o a
los escuálidos. Un iluminado es elemento clave, ente sobrenatural capaz de
exorcizar perjuicios sembrando el Paraíso a la vuelta de la esquina. Si todo
sale bien juran que la historia, con mayúsculas, está de nuestro lado camarada.
Si las cosas terminan como siempre, o sea retorcidas, nada menos puedes esperar
de la derecha. El tercermundismo sentado en la palma de una mano.
Cuentas hasta cien, hasta doscientos, y en
el ínterin descubres una verdad que aplasta como paquidermo. Respiras hondo, te
dices que son gajes del oficio, palabras de alguien acogotado por fiebres no
sudadas. ¿A cuál verdad me refiero?, “el salvajismo de unos no es jamás
atenuante del salvajismo de otros”, escribe Savater. Le creo, le creo porque
esa sentencia navega en aguas que conozco de pe a pa, es una idea que no caló
en la lógica de esta revolución de pacotilla, desmentida a cada instante. Hay
presos políticos, hay claras evidencias de abusos contra los derechos humanos,
hay todo un expediente de afrentas contra quienes han pensado diferente en
diecisiete años de absoluto poder sin control ni contrapesos. No tienen
excusas, no tienen forma de tapar el sol con un dedo, las cosas no eran más siniestras
en aquella imperfecta democracia, cuando la peste chavista aún no hacía acto de
presencia. Somos otra vez una republiqueta bananera. Tercer Mundo por donde lo
mires.
Comienza el semestre en la universidad.
Imparto mis clases, avanzamos, estudiamos lo que debemos estudiar. Debatimos,
escudriñamos, criticamos, intentamos pensar. Hago exámenes, corrijo, califico
al fin. El último día del seminario, luego de despedirnos, se acerca un
estudiante, quiere conversar conmigo, desea que lo atienda en mi oficina. Con
gusto, vamos a ver qué se te ofrece. Qué se le ofrece: ayuda, necesita ayuda.
Pienso que pide otra oportunidad, pienso en alguna revisión de prueba o cosa
parecida. No. La ayuda es tajante: su madre está enferma, perderá la beca, le
urge un diez, “no puedo reprobar”. Tercermundismo al por mayor. Mínimo esfuerzo
sin vergüenza alguna.
El Presidente llama coño de madre a un
político en televisión. El político no es un ángel del cielo ni por asomo. De
hecho, no le tembló la lengua cierta vez para adornar a Chávez con idéntica
oración. Está muy mal degradar a niveles de subsuelo el debate cívico, está
requetemal insultar porque yo soy guapo y tú un mequetrefe subnormal, es
deplorable que algún ciudadano utilice cierto lenguaje de albañal para agredir,
por ejemplo, a Nicolás Maduro, pero resulta inaceptable, imperdonable, que éste
manche la investidura que para bien o para mal ostenta (sí, estamos de acuerdo:
para mal) irrespetando al país con expresiones dignas de las cloacas. Tercer
Mundo saliéndose hasta por los poros.
(Retomo la escritura tres horas después del
punto y aparte anterior. Un apagón desbarató lo que hacía). Entro al
consultorio, luego de media tarde a la espera tomo asiento frente al tipo de la
bata blanca. Lee sus notas, se acomoda los anteojos mientras juega con su
barba. “Señor Pérez” -dice- ¿cómo le ha ido con los antibióticos? ¿Ya no
sale pus? Que yo sepa no soy el señor Pérez ni me la paso por ahí chorreando
esa cosa amarillenta. Repite que sí, que debo ser el señor Pérez, que ahí puede
verlo, vivito y coleando en la ficha, en el expediente, en el click de su
computadora. Insisto en que el buen Pérez debe andar con su pus por otra parte,
que me llamo Roger, que su ficha y su expediente me importan un pepino y que
por fortuna aún guardo plena conciencia de mí. Termina rendido ante las
evidencias, “claro, claro, no es usted el señor Pérez ni nada que se le parezca.
Suponga que ha venido por primera vez y comencemos de nuevo”. No existo, soy
borrón y cuenta nueva, olvido personificado, irresponsable y sin disculpas. El Tercer
Mundo sentado sobre mí.
En este país, como en cualquiera, la
historia es una fragua humana. Ni Marx ni científicos sociales ni demás fantasías
por el estilo. Como decía al principio, en ocasiones vamos en zigzag, por los
costados o en reversa, pero siempre en función de lo que hagamos, de nuestras
formas de comportamiento en sociedad. Del tercero al Quinto Mundo, es lo que
pinta en estos días el horizonte. Para allá vamos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario