Yo soy un despistado y mi amigo Pedro
Suárez un centrado. Siempre he creído que a los centrados hay que llevarles la
contraria, no vaya a ser que termine uno enloquecido por razones de orden y
concierto, de organización y método, lo cual tiene poco que ver conmigo.
El buen Pedro lleva meses recomendándome
leer a Juan Tallón. Juan Tallón es un escritor español, dice, de ésos que
llevan pegamento en las letras. Cuando despachas sus primeras líneas ya no hay
forma de dejarlas porque terminas enganchado. Pues bien, luego de darle largas
al asunto, una tarde tecleé el nombre del recomendado en el sabelotodo Google.
Click, y de seguidas “Descartemos el revólver”, que es el blog personal del
escritor digno del equilibrado Suárez.
Yo no sé ustedes, pero mi tiempo es mío y
de nadie más, es decir, mi tiempo libre por supuesto, y procuro ahorrarlo, mimarlo,
disfrutarlo hasta más no poder, de modo que en cuestiones de literatura me
gusta que pongan la bala donde ponen el ojo. Y me gusta además, como diría El
Chavo, que le pierdan el respeto a las palabras sin perdérselo un ápice. Sin
querer queriendo, para ser más preciso. Hay escritores de escritores, pero
escritores en la línea de Guillermo Tell, cuya flecha da en el mero centro de
cualquier manzana así ésta cuelgue de una rama o repose sobre una cabeza, la
verdad es que hay bien pocos.
Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Alfredo
Bryce Echenique, Héctor Abad Faciolince, Arturo Pérez Reverte, Juan José
Millás, Rosa Montero, Paul Auster, Arturo Úslar Pietri, Ibsen Martínez, son
ejemplos de francotiradores al mejor estilo de un John Wayne, gente marcada por
la tinta indeleble de esa pluma capaz de arrastrarte río abajo hasta sumergirte
sin remedio. En literatura, como en cualquier oficio, al descubrir que el gato
hace de las suyas en lugar de la liebre, se acaba de inmediato la función, y
siempre es mejor que la función no pare, claro. Es que hacen falta prestidigitadores.
Leí a Juan Tallón por obra y gracia de mi
hermano Pedro Suárez y debo reconocer aquí, en público, al desnudo, que ha sido
una apuesta excelente. En asuntos de libros y otras monsergas afines mi amigo es un sabueso con personalidad
definida, próximo a las artes de un grande en sus quehaceres: el puntillizo
Sherlock Holmes. Suárez, que ha tenido una experiencia para nada desdeñable en
la actividad editorial, sabe cómo se cuecen las cebollas. Soy un despistado, he
dicho antes, y un provocador, y le llevo la contraria todas las veces que pueda
para rajonearlo y para gozar así del sabroso permofance del esgrimista en plena acción. Qué bueno es oírlo
decir, por ejemplo, “mira el cielo azul de esta mañana” y entonces responder,
hojilla en mano, “sí, el cielo encapotado resulta una maravilla a estas horas”.
Joder por joder, Manolo, como diría el gallego aquél.
Pues hoy le doy completamente la razón.
Hice click click, le entré de bruces a las historias del Tallón, y aquí estoy,
contándoles al punto la movida. Gracias, don Pedro, por los favores recibidos.
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