El gobierno, a través de su brazo jurídico
(el Tribunal Supremo de Justicia), cerró la válvula de escape a tensiones
políticas de cada vez mayor calado. El desastre socioeconómico legado por
Chávez y Maduro ha socavado las bases de la convivencia en paz y ha creado una
situación desesperada que no deja hueso sano: todos sienten la trituradora
haciendo de las suyas en eso que dieron en llamar calidad de vida.
Maduro y sus secuaces, en alarde de
jugarreta más cercana a la necedad que a movida inteligente, suponen que no hacer el revocatorio es vía
expedita para mantenerse en el poder. Creen que un leguleyismo impuesto gracias
al chasquido de los dedos servirá de piso sólido a la hora de aferrarse con las
uñas al sillón de Miraflores. Piensan que la vida política es directamente
proporcional al veneno ideológico entremezclado con el alicate: arengas por
aquí, el malo imperio por allá, y a la vez cerrar el puño de la represión donde
vaya haciendo falta.
Pobres seres. No hacer el revocatorio es
continuar la abierta exposición del gobierno a la erosión desde todos los
flancos, consecuencia obvia de la incapacidad, el abuso, la corrupción, el
desfalco y el atentado criminal perpetrado contra la sociedad venezolana. Si el
señor Maduro sufriera por un segundo el ataque de aunque fuese una dosis
pediátrica de inteligencia, es decir, si alguna neurona descarriada y esquizofrénica
llegara a convencer a su vecina de que hacer ciertas sinapsis redundaría en
algo por fin bueno, el revocatorio quizás no fuese el coco que le desatornilla
los esfínteres. Estoy seguro de que no hacer el revocatorio terminará por
barrer al chavismo, incluido su desvencijado eco llamado madurismo.
Y lo barrerá por simple causa de lógica elemental,
no otra que el hartazgo de un país luego de casi dos décadas soportando burlas y escupitajos. Repito: si Maduro
amaneciera un día de éstos con el cerebro funcionando, entendería cómo nada, nada,
nada y nada para únicamente sucumbir en la orilla. Su práctica, que es el hacer
del gorila hojilla en mano, arrastrará al foso a su partido, porque la
credibilidad, el respeto, la soberanía, la libertad o la independencia, con los
que se llena la boca -blablismo
continuado a favor de pájaros preñados revoloteando aún en los sesenta- son paja al cubo cuando sólo hay miseria y hambre
alrededor. Monserga premiun para que los demagogos lleguen al éxtasis con ella.
La historia no predetermina la acción de
los hombres en las sociedades. Es al revés. Maduro, en su concepción chata de
la vida y del poder, cree tener a Dios agarrado por las barbas. Jura que éste
bajará en cualquier ratico, le dará una palmadita en las espaldas y lo
convidará a tomar cervezas en la esquina. Nicolás tiene la certeza de que su
comandante eterno, o como diablos lo
llamen, y en consecuencia él gracias a asuntos de herencia y demás hierbas
parecidas, son los ungidos por la historia, por el destino, por la patria y por
otras babosadas similares, de modo que su rol anda más que definido: construir
el hombre nuevo, salvar la humanidad, reinventar el socialismo. Como se cree
único y predestinado, ¿para qué perder el tiempo en elecciones o revocatorios? ¿No son acaso éstos
burgueses entramados para manipular a los pueblos?, es mejor mandarlos a la
porra y hacerle un gran favor a Venezuela, que mañana, al alcanzar la lucidez
que hoy no posee, agradecerá su mandato.
No hacer el revocatorio, en fin, es la
llegada al llegadero para el régimen, impronta que marcará el fin de un tiempo
ojalá irrepetible para un país que jamás imaginó tanta ruindad. Los pueblos sí
se equivocan y sí se merecen los gobiernos que tienen, cosa que los lleva a
sufrir las consecuencias y quizás a aprender de ellas. Aprender de ellas, hay
que subrayarlo. Amanecerá y veremos.
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