Te cuento algo, compañero. Cincuenta y
siete años en el poder no es cualquier cosa. Si no hay controles, contrapesos,
eso que los clásicos de la filosofía política tramaron con oportuna y fabulosa ocurrencia,
al más pintado se le afilan las pezuñas.
Fidel Castro acaba de morir y no doy
crédito a la cháchara que mañana, tarde y noche han armado los medios de
comunicación. Presidentes, políticos de toda ralea, gente decente e indecente,
artistas de verdad, de embuste y vivos de la vulgata cotidiana ungen al mandón
como si de un Ghandi caribeño se tratara. Me echo agua fría, me froto los ojos,
despacho una caja de hisopos limpiándome cada oreja y nada. Castro es el
prohombre del momento, un ornitorrinco del liderazgo tercermundista bañado en
sahumerio por la corrección política y la desvergüenza.
No me vengan con cánticos de pato. Que la
muerte de cualquiera suponga el recogimiento de rigor, el respetuoso silencio,
pasa. Pero que cierto personal, señores que dejaron el pellejo jugándosela por
calzarse -y calzarnos- una mejor forma de vivir en sociedad, léase
democracia, termine catalogando a un tirano de prócer, ilustre, insigne y demás
sandeces parecidas, es el chiste que los iguala a la peña que conforma el
patio: bolsiclones que buscan la foto, la declaración de prensa, la cámara que
los ponche un minutico en El Informador. Hoy, respetables luchadores por un
mundo más humano voltearon para otro lado cuando su deber era seguir llamando
pan al pan y vino al vino.
Que gentuza como Nicolás Maduro y la
pléyade de buenos para nada que le hace coro invente la idiotez que mejor se
subordine a su talento, es comprensible. No se pueden esperar variaciones en
tamaña ensalada de ineptos. Pero de ahí al espectáculo, repito, puesto a punto
y cacareado por individuos con solvencia intelectual y política, diría mi
abuelita que es el acabóse. ¿De cuándo a acá un dictador que jamás permitió
elecciones, prensa libre o partidos políticos de oposición, que encarceló
disidentes, violó Derechos Humanos a mansalva y mató gente como quien mata moscas,
es digno de reconocimiento alguno, de honores destinados a verdaderos genios,
benefactores de la humanidad?
Es que Castro no fue un dictador de
derecha, supongo. Por eso la pedorra izquierda de este país, pongo por caso,
salvando excepciones microscópicas, aflojaba los esfínteres frente al barbudo.
Por decir lo menos, una cantidad impresionante de intelectuales, atragantados
de ceguera política, sinvergüenzas tanto antes como ahora, aplaudió sus
demenciales ocurrencias, justificó su perverso mandato y pasará a la historia sin el
tiquecito de absolución que soñara el tirano para sí. La izquierda caviar,
claro, que ni olvida ni aprende ni tiene puta idea de con qué se come la
palabra dignidad a estas alturas de la desgracia. Verbigracia: Venezuela.
Humillada, destrozada por todos los flancos gracias a una panda de canallas apoyada
por egregios pensadores, escritores, gente de la cultura y demás golfos de
idéntico follaje. Hay que tener dos cojones, me digo, para echarse encima la
ruindad como tarea sin que les tiemble un pelo del cogote.
Que despistados o fanáticos prendan
incienso como tributo a mastodontes, vuelvo y digo, guarda lógica y tiene
pedigrí de mala entraña. Pero que la decencia se cuele en hedores semejantes es
como para obsequiarle una patada en pleno culo, por alcahueta y por zafrisca. Ahí
nos vemos.
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