Dicen que papar moscas es oficio de vagos,
de tontos, de simples desocupados, pero la verdad es que hay ociosos que jamás
se dieron a semejante tarea y gente muy trabajadora que dicta cátedra si de
permanecer lelos se trata.
Tengo un conocido que toda la vida dio por
sentado que paparía moscas a diestra y siniestra. Yo también. Quiero decir, yo
también disfruto como nadie el hecho de sentarme en un banco o caminar por la
calle por el simple placer de contemplar, estupefacto, cómo el mundo vuela a mi
alrededor, galopa a través de mis ojos y epidermis, se transforma en cosa ajena
y yo, entomólogo agazapado entre el follaje, observo al dedillo, impertérrito, feliz,
cuanta escena me pasa por delante. No hay nada más complejo, créeme, que papar
moscas como es debido, asunto que llegado el momento y luego de ganar
experiencia haciéndolo un poco más seguido cada vez, te aproxima al umbral nada
menos que de la clarividencia. Que lo digan si no los místicos que comulgaron
con lo desconocido, que entromparon lo elevado, que miraron cara a cara el foco
mismo de la iluminación. No es que en mi caso tales cuestiones se hayan dado.
Ni por asomo. Pero me tomo con la seriedad debida papar moscas en el sentido
más grave de la frase.
Existen
quienes necesitan del contexto adecuado, o sea silencio, cierta paz que no
abunda sino todo lo contrario, de modo que buscan los momentos dignos de la
práctica a desarrollar alejándose de la comarca, internándose en montes
lejanísimos, concentrándose en un punto inamovible, en un objeto cualquiera, en
el horizonte o qué sé yo. En cuanto a mí, sólo intento hallar lo que pretendo
en medio del bullicio, en plena calle, en mitad de una caminata por la plaza,
sin escapismos artificiales o cosa parecida. Niet.
Es que papar moscas es lo más complicado de
este mundo, vuelvo y repito. El otro día se lo comentaba a mi mujer, quien
luego de mi confesión terminó escudriñándome con ojos de ternura entremezclados
con un brillo lastimero, de condescendencia resignada, como diciendo: mira los
estragos de la edad. En fin, cada quien guarda un mundo en su cabeza y el mío va
siendo a estas alturas uno echado en brazos de algún esquivo orden metafísico
(perdonen la horrible palabreja) que para qué te cuento.
Sé muy bien que muchos, aunque no
demasiados, lo han logrado. Es seguro que tanta insistencia rindió frutos, lo
cual día a día -guardando las distancias,
claro- yo también llevo adelante en función del premio gordo:
vislumbrar el lado oculto o como diablos se llame ese espacio recóndito que es la
hendija de la entrevisión. Papar moscas, como ves, no es sólo relajarse y papar
moscas, hecho evidenciable en cada segundo de los tantos a propósito de tamaño
ejercicio espiritual, pónle el nombre que te dé la gana.
Mientras, sigo en mis trece. Papo moscas
hasta cuando escribo, cada vez con mayor facilidad, lo cual es el mejor indicio
de que voy por buen camino. En eso continúo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario