Hay que ver. Hay que joderse. Uno apenas
responde ciertas interrogantes, íntimamente vinculadas con nuestra
cotidianidad, con lo que somos, y las responde temblando. Son respuestas
cargadas de incertidumbre y de dudas, formas que intentamos dar a eso que nos
tuerce el pescuezo y que de algún modo exigen explicación, atención. Nos piden
algo qué decir, y lo que decimos quizás anda más cerca del embuste o del
autoengaño pero qué se le va a hacer, terminan siendo soporte, apoyadero,
hombros sobre los que pretendemos empinarnos.
Entonces hojeas una revista, lees algo en
Internet y ahí está, sientes el puño en la nariz reventándote los cornetes.
Miren ustedes el titular que me aplastó el otro día las fosas nasales: “La
respuesta a todos los misterios del universo”. Es que tiene cojones el asunto.
Imagino que semejante atrevimiento debe ser uno divino, cercano a la santidad o
cosa parecida, lo cual supone ya un doble coñazo -el del título, claro, más sus
implicaciones-.
Tengo la impresión de que informar, lo que
se llama hacer periodismo de raza, es actividad venida a menos en el vecindario.
Importa el gancho al hígado más que el tratamiento informativo de la noticia.
Si un titular estimula la curiosidad haciéndose llamativo por el titular mismo,
eso es lo rentable, equivale al criterio sine
qua non para darle alas al punto y ya, anúncialo que su opuesto es ínfimo
en la escala de lo mediáticamente suculento, siempre a ojos de estos señores
cuyas directrices confunden la gimnasia con la magnesia, es decir, información
seria y bien trajinada con simple propaganda y se acabó.
El artículo de marras pretende dar cuenta
de los agujeros negros, esas oquedades tan de moda por estas fechas, y en él se
afirma que “es allí donde espacio y tiempo se funden”, y los científicos
entonces “esperan encontrar las respuestas a todas las preguntas que lleva
haciéndose el ser humano”. Menuda pontificación, vaya lenguarada tan cogida por
los pelos.
Lo que soy yo, me río y estoy seguro de que
el día en que respondamos a esas pregunticas estaremos definitivamente muertos.
Fríos y tiesos como un fiambre, para ser preciso. Decía Ortega que “yo soy yo y
mis circunstancias”, y créanme que las circunstancias juegan al gato y al
ratón, cambian, van y vienen, se transfiguran como mejor les sale de la
entrepierna y de paso inciden, como nada y como nadie, sobre las respuestas que
en función de esto o lo otro se viene haciendo el bicho humano. Lo que soy yo,
vuelvo y repito, me río a mandíbula batiente y me pregunto de seguidas sobre
qué diablos nos pondríamos a hacer luego
de que contestáramos a la última entre las últimas interrogantes existentes o
por existir. O sea, o sea. Y lo mejor: después de tener el cuestionario muy
respondidito alguien se encogería de hombros, se rascaría el cogote y espetaría
como si nada: ¿y ahora qué?
Nacería así otro misterio, continuaría el
enigma de la condición humana, levantaría cabeza el número infinito de signos
de interrogación atravesando nuestras cajas craneanas. Pero en fin, es que hay
que joderse, compañero, es que en verdad hay que joderse.
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