Las cosas que uno vive. El otro día pasaba
frente a un quiosco y cuando me detuve por una revista y unos caramelos estaba
ahí, a un palmo de mis narices, como metiéndoseme adrede por los ojos.
Uno en esta vida se da de cabeza con mil
cosas. Les conté alguna vez de un periódico en el que sólo aparecían noticias
falsas. Pues bien, ahora la historia cobra otra vez pinta informativa pero con
la salvedad de que en el diario nada más existen titulares.
Así como lo lees: titulares. Comenté el asunto
con un buen amigo periodista y lo conocía hacía tiempo. “Lo he leído
fascinado”, comentó risueño. Adán Astudillo, cuyo olfato para cuestiones así es el de un súper sabueso,
se encogió de hombros mientras explicaba que en los tiempos que nos tocan poco
asombra y mucho ocurre sobre el escenario.
Por re o por fa, porque la velocidad del
día a día no da mayores treguas o porque a la gente cierta espectacularidad la
atrae como bombillo encendido a los mosquitos, lo cierto es que el periódico
que sólo publica titulares ha tenido un éxito sin paralelo. Ni Zygmunt Bauman
en sus tratados de sociología, ni el buen Lipovetsky con sus ideas sobre el
imperio de lo efímero, ni todos los académicos habidos o por haber pueden dar
crédito a semejante fenómeno sin precedentes.
Lo tuve entre las manos, pagué los tres
dólares que pidió el quiosquero y me fui al primer café a leer. Confieso que me
agradó de entrada, quizás por la disposición de las imágenes, por la
diagramación tan atrayente, por el buen tamaño de las letras, no sé, pero el
efecto terminó por recordarme el fuego de artificio, la danza de cohetes, luces
y colores que te quita el aliento ante el cielo de una noche iluminada por esos
artefactos. Y por supuesto debido al contenido, el cómo se abre frente a ti un
mundo de información encapsulada, lista para tragar de un golpe y que dice
tanto en tan poco, que sugiere, que insinúa, que culmina en expresión poética,
martillazo, bofetada en pleno centro de la noticia como ningún otro medio es
capaz de proponer.
Un periódico que únicamente publica
titulares se las trae. Cualquiera podría creer lo contrario porque no hay
análisis, no hay opinión, no hay tratamiento alguno de los temas y no obstante lees,
pasas las hojas y caes derrotado. Aplastado para ser exacto. Un periódico que
sólo publica titulares obsequiando el mejor oficio que puedas figurarte cuando
vas en el vagón del tren o muerdes el sandwich
que te comes frío mientras hablas con tu novia por el celular y te anudas
el cordón de los zapatos. Quién lo iba a decir: qué The New York Times ni qué ocho cuartos, qué Clarín, El Nacional, Le Monde o The New Yorker. Nada de nada, el periódico que sólo publica
titulares les da con todo en la nariz, en la madre que los parió gracias a que
es una pastilla de amplio espectro.
De amplio espectro, tal cual lo ves
escrito. Como esos antibióticos usados contra un abanico inimaginable de
bichos, de bacterias patógenas que tanto daño hacen. Amoxicilina, pongo por
caso. O Levofloxacina, moxifloxacina, ciprocloxacina, todos inmersos,
esparcidos, fumigados a lo largo y ancho de un periódico cuya tarea fundamental
va más allá de la que ofrecen los demás, es decir, toma en cuenta la reunión
urgente que tienes esta tarde en el trabajo, la completa entrega que requiere el
cierre de inventario aquí en la empresa, los poquísimos minutos disponibles
para ir al cine o leer una novela y, en fin, los problemas derivados de andar
siempre intentando darle tiempo al tiempo. Como ves, he estado investigando.
Como ves, lo anterior no es poca cosa.
Los antibióticos de espectro reducido
apenas actúan sobre grupos pequeños de bacterias enemigas y ahí está la clave,
el nódulo basal del por qué este periódico que sólo publica titulares le pateó
el culo a sus competidores. Le Fígaro,
imagínate, es un diario de espectro reducido. El que te cuento es todo lo
contrario, y así.
Lo cierto es que la química de un periódico
tiene bastante que ver con su comportamiento en las calles. Tiene más de lo que
te puede pasar por las meninges, asunto vinculado no sólo con el mercado o la
sociología -como supone ingenuamente tanta gente- sino con la biología, que es por
supuesto lo importante. Quién lo hubiera sospechado. Es que quién lo hubiera adivinado.
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