Siempre me ha dado por creer en ciertas
lenguas ocultas por ahora. No me pregunten por qué, pero hubo un tiempo en el
que daba por sentado, abrigaba la seguridad de que en algún lugar de la
Mancha había otros modos, sorprendentes instrumentos para decir y decirnos que
dejarían pasmado al más aventajado de los lingüistas.
¿Qué son las lenguas?, ¿acaso no conforman
posibilidades de comunicación tan complejas como fascinantes?, ¿de dónde
vienen?, ¿cómo pasan por la historia?, ¿qué podemos o no enunciar gracias a
ellas? El asunto, como puedes ver, no es de poca monta. Si una lengua te
permite concebir el mundo según su alcance y límites, ¿eres un subordinado a
ella?, ¿cabes en la palma de su mano y tu cosmovisión no es en verdad tuya sino
un apéndice a imagen y semejanza de tamaña señora? Yo soy yo y mis
circunstancias, decía el buen Ortega, y vaya que las circunstancias van siendo
aquí más circunstancias de lo que imaginé.
Con pelos y señales llegué a concebir que
esas lenguas estaban ahí, definiendo el universo a su manera. Sólo era cuestión
de hallarlas, observarlas, hasta incorporar entonces nuevas formas de
incrustarse en esto que llamamos realidad. Imagínate un segundo la escena:
chocas de frente con cualquiera de ellas y al cabo de esa sorpresa respiras
hondo y decides aprenderla. Vista así la cosa, descubres que tienes un
caleidoscopio enfrente, al punto de que semejante hecho se transforma en un
golpe seco, iluminador, directo a tu nariz. Las lenguas como herramientas para
concebir el mundo tan cambiante, tan colorido, tan multiforme y asombroso como
lo son ellas mismas. Un caleidoscopio, sin la menor duda. No frunzas el ceño,
tampoco pienses que perdí el juicio. Y continúa leyendo porque diré más.
Tengo la certeza de que existe alguna con
tantos vocablos, tantísimos para meter ahí cuanto te rodea, que la memoria
resulta insuficiente por lo que es preciso llevar siempre un diccionario para
consultarlo a cada rato. Estoy de acuerdo contigo, una lengua así sería poco
práctica, chocante, aburrida hasta la médula, pero qué le vamos a hacer, oculta
en la geografía estoy convencido de que aguarda y su hallazgo es apenas cuestión
de tiempo.
Hay
otra gracias a la que sólo mencionas un objeto, o lo que te venga en gana, y de
seguidas puedes vislumbrarlo ante ti, por poco tenerlo enfrente, y cada palabra
que utilizas te hace sentir relieves, acariciar texturas, notar pliegues de mil
y una condición. Y otra, sí, otra distinta a las demás pero igualmente
asombrosa, cuya seña relevante es la ausencia de sintaxis. Con unos pocos
términos puedes decirlo todo sobre cualquier tema, ocurrencia o idea que te
aterrice en la cabeza. Y por último sé de otra en la que no tienen cabida
sinónimos o antónimos o adjetivo alguno porque categorías así son más que innecesarias:
tal lengua inventó la palabra exacta para cada referente, para cada escena o circunstancia
que imagines.
No me lo vas a creer pero repito que ahí
están. Si de buscar se trata pues ésa es la tarea: hurgar aquí y allá hasta
encontrarlas. Verás que la vida arde en posibilidades y sus realizaciones
andarán justo al alcance de la mano. No niego que haya otras, que existan muchas más
por cualquier punto del mapa, seguro que sí, pero con las que he traído a
colación alcanza. Basta y sobra. Cuestión de dar con ellas y aprenderlas.
Cuestión de ponerse manos a la obra.
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