Que la vida no es un valle de lágrimas
Percy lo suscribe de pe a pa.”Dolce far
niente” es una frase que le viene como anillo al dedo, hay que ver, sobre
todo por esa disposición, ese buen tono para vivir demostrado hasta en los
peores días de su existencia (no te creas, los ha tenido y muy muy feos).
Aprendí a verlo como el mejor de los ejemplos
si es preciso darle un manotazo a la tristeza, al pesimismo o la apatía. Nunca
conocí a un ser capaz de buscarle un último sentido a la lógica más aplastante o
al absurdo más rocambolesco. No te imaginas cómo es, cómo se maneja ante la
adversidad, qué haceres le da por desplegar donde y cuando se le venga en gana
y de qué forma le saca punta incluso hasta a las piedras. Para decirlo de una
buena vez, es un filósofo por donde lo mires.
Si el saber ocupa espacio no te quepa duda
de que se encuentra en sus entrañas. Lo veo, escudriño su conducta, observo con
impaciencia el método que poco a poco tengo la esperanza de llegar a descubrir y juro por mis muertos más frescos que es como
para no creerlo. Un filósofo, es de verdad un filósofo de cabo a rabo, un
filósofo como los de antes, duro, abrasivo, abarcador, capaz el muy cabrón de
haber elaborado un sistema apto para hurgar aquí y allá, para explicar mil y
una cosas y ahí lo ves, tan tranquilazo, echado en brazos de la modorra como
quien nunca rompió un plato. Los platos de la sabiduría, claro, esa cosa típica
de iluminados, gente rara, personajes convocados ve tú a saber por qué o quién para
hurgarlo y comprenderlo todo. Menudo hallazgo, vaya forma de andarse como si
nada por el mundo.
Aprovecho para decir que me siento
afortunado. No es asunto de todos los días recibir de golpe una enseñanza,
algún ejemplo inigualable, cierta revelación a propósito de los misterios del
universo o como diablos se le diga. Soy un hombre con suerte entre otras cosas
porque nada hice para merecer tal privilegio. Imagina cuántos viven detrás de
lo que a mí se me ofreció sin más. Imagina lo que significa verse de pronto arropado
por la buena estrella. Qué va, compañerito, no y no. Ni hablar de lo que esto
significa.
Alguna vez, estando yo a punto de quebrarme
por razones que no viene a cuento detallar, lo vi pasar y detenerse justo
frente a mí para de seguidas escrutarme con ojos llenos de profunda lucidez.
Era una mirada más allá de las miradas,
con el instrumental a cuestas listo para afrontar las grandes o mínimas
tribulaciones del día a día. Ahí estaba inmóvil, enfrente, y bastó verlo un
segundo para que esas pupilas encendidas arrojaran la solución perfecta a
cuanto me aplastaba. Inspiradora, intuitiva, estimulante, aleccionadora,
llámala como quieras, pero la verdad es que en lo más hondo de su entrevisión
me hallé de pronto, en pleno abordaje de otros planos, otras realidades y otras
maneras de entrarle al arte de existir.
Desde ese día soy un hombre nuevo. No con
la novedad que -falsa y ridícula- pregonan profetas de a pie, charlatanes de la
política y personajillos del New Age, sino alguien cuya esencia rodó con los
patines bien calzados por los oscuros rieles del conocimiento.
Entonces permaneció quieto, con sus ojos
clavados en mí, observándome paciente y no sin un dejo de desdén. Por fin,
después de haber visto la luz, comprendido y siendo otro, seguí mi camino,
chasqueé los dedos para que se acercara y como de costumbre acaricié su lomo y
le busqué galletas en señal de gratitud. Se quedó ahí, feliz, moviendo rápido la
cola y mordisqueando sus manjares.
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