11/25/2007

Pues nada

Resulta que me pongo a pensar y no entiendo. Llevo días sin dormir bien, le doy vueltas al asunto y qué va, la confusión crece sin atenuantes.
Comencé a escribir esto a media noche, ya pasaron las tres y mire, poco qué decir. Y es que en Puerto Ordaz ocurre lo que ocurre en un psiquiátrico, en los manicomios y en otros lugarejos parecidos. Desde alcaldes o concejales, todos en el mismo saco de los buenos para nada, pasando por el que me reventó un vidrio del carro para llevarse las cuatro pendejadas que uno guarda en ellos, y hasta el insecto que me ve como si reclamara algo, la verdad es que no entiendo, me pongo a pensar y por Dios que nada entiendo.
Aquí medio mundo está jodido, pero medio mundo dice que las cosas se van a poner de lo mejor. A cada infeliz que interrogo casi se le saltan las lágrimas, pero de seguidas mira al cielo y jura que la va a pegar, y con pegarla quiere informarnos el pobre que va a tener una suerte del carajo, que va a ganarse un loto, a hallarse una novia con pasta o a salir de abajo porque en fin, este es un país bastante rico. Es que hay pendejos entre muy pendejos, verá usted.
Pero vayamos por partes, como diría Jack el Destripador y según ha escrito el buen Bryce Echenique. Me refería en el párrafo número dos a cierto insecto que me ve como si reclamara algo. A las tres y cuarenta y cinco antes meridiem un bicho asciende por la lámpara del escritorio y desde lo más alto, coronando una montaña y luego de clavar su banderita, octópodo o batracio o qué sé yo abre bien los ojos, levanta las antenas, tan largas como su cuerpo, y si las miradas mataran ya el arriba firmante sería cadáver escribiente.
Esos ojazos que son una esfera perfecta escudriñan cada movimiento, cada inspiración y exhalación. El bicho mueve las antenas pero el tórax y las extremidades guardan inmovilidad de piedra. Se fija en mi inquietud, se ha dado cuenta de mi intranquilidad. Muevo los dedos, tecleo, escribo e intento mantener la vista en la pantalla, asunto que por instantes logra que me olvide del intruso. Pero miro hacia la lámpara y ahí está, en su letargo inamovible, maquinando sobre mí, auscultando la atmósfera de insomnio que a estas alturas es una masa pastosa, gelatinosa, espesa.
Entre el tipo con fe inquebrantable, iluso como nadie, pasto de políticos a la hora de promesas y mi insomnio, media este demonio venido quién sabe de dónde. Lo cierto es que esas exageraciones incrustadas en el lugar de los ojos tienen mucho de máquina, guardan para sí la frialdad de quien observa y analiza, de quien mira y entiende. Y entiende, sí, porque no tengo la más mínima duda: el monstruo que ha conquistado las cimas de mi lámpara comprende lo que yo he pasado por alto. Alberga en sus entrañas la razón de mis desvelos, lo que al fin y al cabo nada importa, nada importa ya porque si a ver vamos, ¿qué puedes entresacar tú de provechoso a partir de un animal que es la respuesta a los enigmas pero del que únicamente vislumbras su cuerpo rocalloso?
Total, que esta ciudad patas arriba es sinónimo del vértigo que cuece a todos. Es también el caldo de cultivo en el que pululan pequeños individuos, seres de todas las calañas, repito, con preponderancia de políticos venidos a menos y otros que creen llegaron a ser más, salvo honrosas excepciones, que las hay. A todas éstas el monstrito parece sonreír. Mientras aporreo las letras observo de reojo y noto un movimiento en la comisura de sus labios (¿estas criaturas tienen labios?), y ya no me queda un ápice de duda, lo que en un principio fue tímida sonrisa ahora es carcajada a mandíbula batiente. Semejante esperpento se burla a sus anchas, goza con mis preocupaciones, disfruta viéndome hecho un guiñapo entre mis pensamientos.
Entonces pienso que es el colmo. Basta con la ciudad y su perreo, es suficiente la insalubridad a la que nos acostumbramos. Tenemos demasiado con la partida de inútiles en tantos cargos, sólo por mencionar un ejemplo, para que venga ahora este engendro, con su cara muy lavada, a rumiar sus soluciones, a guardárselas sólo para él, como si encima de imbécil fuera uno masoquista.
Hay que dormir. De repente me dan ganas de darle un manotazo, pero la mala conciencia no me dejaría en paz luego de semejante acto de barbarie. Hay otros que se merecen el mazazo, y redoblado, por lo que viéndolo bien este bicho sólo se atrevió a invadir mi territorio, a escupirme sus verdades, o a pensarlas, o a lo que sea a estas alturas de la noche. Gran cosota. Pues nada, que hay que dormir para aclarar las cosas. Ahora sí voy a roncar a pierna suelta.