11/27/2012

Las balas y la fiesta


    En la Asamblea Nacional los oficialistas celebran un golpe de Estado. Elevan a magna fecha el segundo intento de tomar Miraflores a punta de metralla y tanques, perpetrado el 27 de noviembre de 1.992.
    Según los políticos en el poder y según quienes ejercen la función de intelectuales gobierneros (pintores, escritores, músicos, cineastas y otros creadores de viejo y nuevo cuño), las felonías de aquel ya lejano año están plenamente justificadas: basta con observar los resultados luego de catorce años en el trono. Hoy por hoy Venezuela es una maravilla, mírese por donde se mire.
    Cada vez que un dinosaurio accede a un puesto clave en la anatomía política de este país, le da por emular a Othar, el caballo de Atila. Lugar que pisa, lugar que no verá otra vez crecer la hierba. Esto implica meterse entre ceja y ceja la falsa idea de la refundación. Refundar se transforma en logorrea, va a parar en lenguaradas revolucionarias, será el verbo mimado de cuanto nostálgico de los sesenta deambule por el patio, al punto de que sus chácharas incluirán mañana, tarde y noche chasquidos como refundación de la república, refundación de las instituciones, refundación de la hallaca carupanera, refundación de la patria, refundación de la democracia, refundación de la Sociedad Protectora de los Comejenes. Este es el país, voy euros a lochas, con más refundaciones sobre el planeta Tierra. La refundadera del siglo XXI, Sociedad Anónima.
Yo, al escuchar tales pronunciamientos, me pregunto qué ocurrirá, cómo se darán las conexiones, qué pasará por la caja craneana, las dendritas, el axón, la banda de mielina y el cerebelo de Hugo Chávez, Cilia Flores, Nicolás Maduro o esa cáfila de intelectuales justificadores de cuanto disparate inventa el teniente coronel. ¿Cómo defender lo indefendible? ¿Con qué argumentos pretender una legitimación del bodrio que gobierna? Hay que ver, menuda ideología, menudas gríngolas se gastan estos personajes.
    En  el 213 a.C. hubo alguien que deseó cambiar la historia  (y por supuesto refundar) casi tanto como el señor Chávez. Oin Shi Huangdi fue un emperador chino que no satisfecho con su puesto de mandón sin par creyó que enviando el pasado al basurero la China de aquellos tiempos, y la del futuro, sería obra enteramente suya. Tengo la certeza de que la manía refundadora de Chávez y sus adláteres, por la que pasa el hecho de exaltar a fecha patria lo que han sido vulgares y brutales intentos de  golpes de Estado, tiene en el fondo bastante que ver con el emperador asiático. En líneas generales todo autócrata en seria mezcolanza con demagogia y populismo, empeñado además en perpetuarse en el carguito, acuna el sueño de borrar lo que había antes y reescribir el libro de un país a su medida. Oin Shi Huangdi ordenó la quema de textos de historia y de las noticias sobre el pasado. Ordenó asimismo desaparecer las obras de Lao-tsé y Confucio. Todo escrito alejado de cualquier fin práctico debía llegar a su fin consumido por el fuego. El objetivo de tamaña piromanía no era otra que inscribir su nombre como único protagonista y hacedor del territorio, del país que lo vio nacer. Ya sabemos en qué desembocó esa locura recurrente: la molienda del tiempo lo mandó a freír monos, aun cuando Oin Shi Huangdi fue un guerrero inmenso, un hombre con capacidad de sobra para hacerse amo y señor de la tierra en que vivió. ¿Qué diablos ha demostrado ser el Presidente?
    Chávez y quienes lo ensalzan no refundarán un pepino, no acabarán de un plumazo la historia para entronizarse ellos, y lo que sí es una tragedia, destruirán con imaginación y talento lo poco que continúa en pie. Si un golpe de Estado es vía legítima para llegar al poder, como sostiene el oficialismo a propósito del levantamiento que celebran hoy, entonces yo soy astronauta. Ni el 4 de febrero ni el 27 de noviembre del 92 son fechas para estar alegres. Por el contrario, nos recuerdan a los caídos de esos días, jóvenes embaucados, llevados inútilmente al matadero, y nos recuerdan que, entre otras cosas, extender cheques en blanco a ignorantes y aprendices de brujo ávidos de poder total resulta siempre mucho más caro que plegarse a la democracia, a la civilidad y a la decencia.

11/25/2012

Camila en concierto


Sala de Arte Sidor. Viernes 23-11-2012.  7:00 p.m.
Tema: Cruella de Vil

11/20/2012

La realidad imaginada

    Un número importante de ingleses, según he leído, cree que Churchill y Dickens son personajes imaginarios mientras que Robin Hood y Sherlock Holmes andan por ahí, vivitos y coleando, haciendo de las suyas.
    Lo cierto es que el dato no me extraña. La ficción, por no ir muy lejos, supera con creces a esa señora tan rara que llamamos realidad, asunto verificable si echamos un vistazo al patio con ahínco. Una cosa es lo que damos por sentado y otra aquello que nos aplasta la nariz.
    En ocasiones veo a cierta gente y me da por pensar que son batracios. Enciendo el televisor, abro una revista, aparecen Pinochet o Castro y lo que en principio es plena fantasía de quien observa enseguida cobra verdadera identidad: sacan sus enormes lenguas, croan a placer, dan enormes saltos y se adueñan de la repugnancia en pasta.
    En la escuela muchas veces me impactaron las historias que hallé en algunos libros. El Capitán Nemo parecía sudar, se despeinaba, exponía su nerviosismo o su serenidad a cada rato, sin duda respiraba como yo. El Capitán Nemo era de carne y hueso, vivía entre mis vecinos, formaba parte del puñado de amigos con quienes me divertía a diario. Y fíjese usted, Simón Bolívar era un tipo de lo más libresco, planchado, acartonado, creación burda y fastidiosa de una maestra empeñada en trastocar mis días. Durante mucho tiempo tuve la certeza de que El Libertador no había existido nunca. Cómo comprendo a los ingleses.
    Aunque parezca mentira hay lugares mucho más reales que otros y algunos menos dados a dejarse encorsetar por la existencia física. Espacios que caben sin esfuerzo en la memoria, en el imaginario colectivo, o no. Existen ciudades metidas de cabeza entre tus sienes, casi ubicables en un mapa, llenando por completo nuestro particular globo terráqueo, y existen ésas que parecen salidas de un cuento de Borges.
    ¿A quién se le ocurre que en un punto geográfico específico, demostrado por exactas coordenadas, yace una ciudad llamada Skjope? ¿Dónde cabe que Ashgabat está llena de tráfico, de vidas y de historias? ¿Qué decir de Ouagadougou, la capital de Burkina Faso, o de Tórshavn, de Islas Feroe, o de Ndjemena, principal centro poblado de la República del Chad? ¿No le parece que Nouméa, capital de Nueva Caledonia, o Vaduz, metrópolis de Liechtenstein, poseen ecos de irrealidad que no se pueden negar un ápice? No hay nada, podría jurarlo, nada más literario, más ficticio que una ciudad cuyo nombre es Nuuk, y no obstante ahí está, helada y tranquila en Groelandia. Longyearbyen, Cockburn, Nuku’alofa, Asmara, Alofi, Yangon, la lista es larga.
    Sin embargo menciono a Macondo y más de uno siente que alguna vez ha estado ahí. Siente sus calles, vislumbra sus atardeceres. No conoces a un fabulador de nombre Gabriel García Márquez, tampoco leíste Cien años de soledad, lo tuyo es la oficina o el negocio o cazar elefantes en África o qué sé yo, pero Macondo te dice mucho, Macondo es dueña de una cartografía tan real como Caracas o Ciudad Bolívar. También Liliput o Ciudad Gótica. Comala, la Atlántida, Rocadura, Santa María de Neiva, todas, todas reverberan en nosotros, dialogan sin dificultad con lo que vamos siendo, nos suenan a montón. Pero por supuesto, claro que entiendo a los ingleses.
    Que Sherlock Holmes forme parte de la realidad me parece fabuloso, bastante que lo necesitamos. Que Charles Dickens pulule entre laberintos y recovecos de la imaginación, tampoco es que le hubiera molestado demasiado, ahora que lo pienso. Hay de todo. La verdad es que las piezas de lo real o lo ficticio nunca estuvieron equitativamente repartidas y un mínimo de justicia en ello no se percibe de buenas a primeras. En lo personal, con gusto despacharía a varios centenares de individuos al cesto de lo irreal, y otro tanto haría trayéndome a unos cuantos de allá para acá, sin que me temblara un pelo. Cada día estoy más de acuerdo con los ingleses. Diga usted si no.


11/15/2012

Ser o no ser



    Me enamoré una vez de una chica que no estaba. Al andar cerca de mí ni la sentía, apenas vislumbraba su presencia, pero al irse a Italia ella comenzó a hacerse notar nada más que por su ausencia.
    Cosas así ocurren y ya, van ganando espacio como una enfermedad que te come por dentro y tú sin percatarte, y al fin, ya sin remedio, descubres la realidad que te aplasta como a un bicho.
    Con razón para muchos enamorarse es enfermarse (una enfermedad benigna, por supuesto). Fiebre, tos constante, taquicardias recurrentes. Ir al médico pronto fue un trámite sin consecuencias: descanso, algo para aflojar el pecho, cuidados con la dieta y tome, esto es para que suban las defensas.
    Las defensas, ajá. Resulta que puedes defenderte de ciertos atacantes ubicados en tu campo visual, puedes percibirlos con cierta antelación. Es factible, en fin, la defensa a propósito de un enemigo más o menos concreto que de algún modo está parado enfrente, pero jamás llevarla a cabo si el asunto cobra ribetes inimaginables. ¿Cómo atrincherarse para eludir la no presencia de alguien? ¿Qué es eso de escudarse en función de que ella estaría aquí, y cada vez con mayor fuerza, justamente por su ausencia?
    He tenido siempre la impresión de que existen hechos corriendo bajo el césped, por debajo de la mesa, subterráneos, abrazándose con otros para que por re o por fa termines involucrado, sin que te percates, en la nueva realidad que te coge por el cuello. Estaba enamorado de un vacío, andaba prendado de una huella, de esa forma que desaparece poco a poco una vez que el cuerpo se levanta del sillón y se aleja del cojín quedando sólo el hueco, el molde, la ausencia ahora visible, hecha fiebre con palpitaciones.
    Es curioso, pero termina uno por extrañar lo que nunca formó parte de lo cotidiano. Un fantasma es eso, un no sé qué poco explicable en relación con cierta existencia que no es. Suena complejo, suena rudo, ya lo sé, ni yo mismo logro comprenderlo, pero créame que a veces somos mucho más dados al guante que a la mano, a la fascinación onírica que a la realidad monda y lironda. En ocasiones estamos más pendientes del labial sobre la copa que de la boca en cuestión, o de la forma de sus glúteos llenando con valles y relieves esa falda colgada en el armario que de ella en carne viva, en carne y huesos. Qué le vamos a hacer.
    Estuve prendado de una chica que no estaba, y no estar era en efecto la presencia. Después, al paso de los años regresó, vino a mi lado. Ocurrió entonces que comencé a extrañar su ausencia, me enamoré esta vez del hueco que antes sentía tan a mi lado, tan conmigo, tan afín, tan ella. Me fui lejos, mandé al diablo toda cercanía hasta encontrar de nuevo la felicidad venida a menos. Otra vez se hizo notar porque no estaba. ¿Somos de lo más extraños, no? De lo más extraños, qué más da.

11/08/2012

Los libros y yo


    A veces me da por leer horóscopos y al fin encontrar mi destino, pero como soy un descreído abandono el asunto al poco tiempo. Entonces busco la verdad en lugares menos dados, en una farmacia por ejemplo, o mientras  compro el pan todas las tardes.
    Hay ciertos cafés que visito con frecuencia. Me siento, abro un libro al azar y en función de lo que va saliendo tomo decisiones apremiantes. La otra vez leía una entrevista a Jean Claude Carrière. Descuidado, pasé la vista por la página cuarenta y seis y él afirmaba: “nada hay más poderoso que la interpretación para producir consideraciones insensatas”. Ahí, en plena lectura al voleo hallé la ruta, la solución para un problema que me robaba el sueño. Lo resolví escuchando a este señor, es decir, no interpretando en lo absoluto, no pensando, no mordiéndome las uñas al respecto. Entonces dormí como elefante.
    En muchas ocasiones la literatura tiene más de Oráculo de Delfos que de otra cosa. Resulta extraño decirlo de buenas a primeras, lo sé, pero llevo años en esto y puedo dar fe de que los libros son la llamarada capaz de iluminar ciertos caminos. En días pasados un sumo sacerdote, Gabriel García Márquez, liquidó un quebradero de cabeza que empezaba a molestar más de la cuenta. No vale la pena traer a colación el rollo en sí, pero el desenredo apareció cuando en la página cincuenta de El amor en los tiempos del cólera me aplastó la nariz el dato que necesitaba. Se hizo la luz, y aproveché para bañarme en ella.
    Abrir libros al azar tiene que ver con un arte adivinatoria siempre al alcance de la mano, vaya uno a saber por cuáles caprichos de los dioses. Para lectores consumados bastan las sagradas escrituras de Gerbasi, Moravia, Onetti o Kundera, razón de sobra para llenar el día con prácticas inspiradas en sus páginas.
    He descubierto que para nudos gordianos existenciales, abstractos, inefables por donde los mires, nada mejor que los franceses. Breton, pongo por caso, Dumas o el mismo Le Clézio, para ser actual. Los rusos vienen como anillo al dedo si el asunto cobra ribetes psicológicos: bastan Tolstoi y Dostoievski. Para cuestiones más terrenales nadie como los estadounidenses. Philip Roth a la cabeza, seguido por Dos Passos, Hemingway y Stephen King. Los latinoamericanos caben en un abanico que crece con el tiempo. Úslar Pietri dio en el clavo cuando una vez sufrí un despecho que casi me despacha. Cortázar ni se diga, coger Rayuela y abrirla donde se te ocurra soluciona el más mínimo enredo del corazón o de faldas. Ramos Sucre, quién lo iba a imaginar, me abrió el sendero ante un lío con abogados. De Octavio Paz, cosa aparte, puedo afirmar que ha sido bastante más que efectivo. Es un astrólogo de cabo a rabo, un profesional consumado, lo sostengo aquí y en cualquier parte. Descubrirlo en la adolescencia me hizo devorar toda su obra, cada uno de los libros que pude hallar primero en la biblioteca pública de Upata, luego en los anaqueles de un tío lector que los atesoraba, y después en cuanta librería tropecé en los recovecos de la vida.
    ¿Ernesto Sábato como pitoniso? ¿Rómulo Gallegos mejor versado en estas lides que la misma Adriana Azzi, Hermes o la Caricato? ¿Juan Rulfo dominando el asunto? ¿Quién daría medio por Montejo o Ítalo Calvino a propósito de esconder horóscopos en lo que escribieron?
    Y ahí están. Sus páginas pueden adivinarte la palma de la mano. Basta abrir los libros al azar y leer bien. Sobre todo eso: leer muy bien. Yo que lo digo.

11/02/2012

Las formas imaginarias


    Somos de lo más extraños. Cierto conocido inventó un modo de hablar que consiste en decir al revés todo cuanto quiere expresar. Consiste, para ser más específico, en crear sentidos contrarios a los que emite una oración tal como la leemos o escuchamos, lo que obliga a ir al fondo y no a la superficie de las frases.
    Créame, es una forma especial de comunicación, muy útil a la hora de mantener secretos bien guardados porque apenas se conoce la técnica: sólo tres o cuatro hablantes saben de ella y la dominan. Por razones obvias no ha querido el bueno de mi amigo aumentar el número de quienes la aprendan. Hay que evitar la masificación.
    Es difícil hablar de esa manera, y peligroso además, entre otras razones porque al practicarla el usuario incurrirá en errores, y éstos producirán accidentes propios de la confusión que genera. Aclaro: si alguien dice izquierda con la intención de decir derecha en medio de una explicación que supone indicar cómo llegar a alguna parte, más de una vez el resultado será poco menos que el desastre. Imagine si se trata de gente conduciendo un automóvil. Y así. No hay que ser Frank Calvert o Heinrich Schliemann, descubridores de Troya, para lograr con relativo éxito descifrarla y manejarla con desenvoltura, pero igual es preciso trabajar a fondo.
    Julio Cortázar, escritor a quien admiro desde mis años adolescentes también experimentó algo parecido. En algún momento ideó un modo para entablar charlas con amigos, con parejas, en el más estricto coto de seguridad a prueba de oyentes no deseados. El glíglico, que era el nombre de la forma en cuestión, funcionaba en líneas generales para lo que por descontado sirven estas maneras tan extrañas de comunicación, pero sobre todo para el amor. Con el glíglico  -alguna vez intenté aprenderlo pero fue imposible-  cuentan ciertos entendidos que Cortázar creaba atmósferas de sensualidad y romance impensables bajo otro orden de palabras. Vaya usted a saber.
    El otro día hallé una entrevista a Umberto Eco en la que señalaba un recorrido contrario frente a lo que he narrado arriba. “Si hoy hago un graffiti que no tiene ningún sentido en una pared, mañana llegará alguien diciendo que lo ha descifrado”. Es justamente lo que me propongo ilustrar aquí, pero al revés. Somos dados a desentrañar enigmas, somos curiosos, metemos las narices aquí y allá y ahí quedan jeroglíficos tendidos en pleno suelo, vencidos, comprendidos. Quedan lenguas muertas redivivas, diseccionadas luego de convertirnos en patólogos de la lengua o en forenses de idiomas desvencijados. Queda eso y queda todo cuanto pueda usted añadir al respecto. Somos dados a inventar modos para develar misterios, pero evidenciamos menos habilidad, menos talento, si el asunto es construirlos. Es lo que ha hecho mi amigo al hablar al revés o Cortázar con su glíglico, labrar mundos nuevos, inaugurar laberintos, estrenar caminos condenados a ser poco transitados.
    Supongo que algo por el estilo atravesó la corteza cerebral de quienes concibieron el esperanto, lengua artificial que a modo de obsequio fascinante legó a la humanidad un puñado de individuos raros, con el dato significativo de que sólo una minoría estadísticamente irrelevante hoy en día sabe utilizarla. Que no es necesario porque cada quien posee la lengua con que nace y la que se merece, podrá argûir cualquiera, y es verdad. Pero las formas imaginarias tienen también mucho de tercas y aparecen, poco, es cierto, pero aparecen, rozagantes y con muy buena salud, lo cual me llena de alegría gracias a que también yo gozo llevando la contraria en más ocasiones de las que quisiera.
    Confieso que desde muy joven me llaman la atención los locos. De no haber sido esto que vaya a saber qué soy, hubiera estudiado psiquiatría. Ciertos desquiciados que observo por las calles en el fondo me dan la impresión de que tienen una forma, una lengua particular, privada por donde la veas, que únicamente les permite comunicarse consigo mismos. Se inventaron, o hallaron, qué sabe uno, la forma que les viene como anillo al dedo para decir mejor o pensar con mayor tino  -no olvidemos que pensamiento y lenguaje andan siempre abrazaditos-  pero con la desventaja de que les sirve para dialogar sólo con ellos, para invocar soliloquios jamás entendidos por normales tipo usted o tipo yo. Una lengua aprendida por un único individuo. Hay de todo.
    Así deben sentirse los últimos hablantes de ciertos idiomas que están a un paso de desaparecer. Lenguas, formas que ya mismo, al amanecer, tumbaremos en la mesa de estudio, de operaciones, como tabla de salvamento en función de preservar un poco lo que alguna vez fue, de rendirle culto al genio humano. Gente convertida en pieza de museo, en fósiles andantes por obra y gracia del espíritu no tan santo de nuestro talante, siempre dado a dejar para después lo que pudo hacer ayer, pongo por caso. Y así debió sentirse, bicho absolutamente raro bajo el lente de entomólogo con malas pulgas, quien primero dominó el mencionado esperanto.
    Mi amigo, ese que ideó hablar al revés para otorgar otro sentido a frases que usamos en lo cotidiano, ahora que lo pienso se parece a aquellos surrealistas, esos descocados célebres que juntaban palabras sin mayores nexos, relaciones o parentescos entre ellas con el objeto de que florecieran significaciones subterráneas, veladas, ocultas, pero existentes sin duda en algún lugar poco evidente de la lógica. Formas imaginarias haciendo de las suyas.
    Yo mismo, siendo niño, disfruté a rabiar jugando con otros compinches de faena: quieperopo jupugarpafutpu bolpoempe vezpedepe irpiapalapa especuepelapa, que traducido al español denota la intención del goce pleno: jugar al fútbol y no aparecer jamás por el colegio. Las formas imaginarias aplastan tantas narices que a veces piensa uno en la posibilidad de que terminen victoriosas. Viéndolo bien, mejor así, mejor que ocupen el lado menos visible de las cosas. Total, y como también sostuvo Eco: “la filosofía de Bertrand Russell no ha generado tantas interpretaciones como la de Heiddegger. ¿Por qué? Porque Russell es especialmente claro e inteligible, mientras que Heidegger es oscuro. No digo que uno tenga razón y el otro no… pero cuando Russell dice una estupidez, lo dice en forma clara, mientras que con Heidegger, aunque diga un truismo, nos cuesta gran esfuerzo darnos cuenta. Para pasar a la historia, para durar, hay que ser oscuros. Heráclito ya lo sabía”.