7/27/2012

Martes 24



Debo trabajar, y trabajar pasa a veces por coger un avión y largarse a otra ciudad. Eso hice el martes 24. Avior, vuelo tal, 12:00 m. Justo a las diez y media hacía cola para el chequeo luego de que Leonardo, mi primo, me diera el aventón hasta la terminal.
Uno hace los planes del día, piensa en cumplir parte de ellos al minuto de llegar, es decir, poner manos a la obra desde el mismo instante de pisar tierra en Maiquetía. Pero qué va. Una línea aérea es como la dimensión desconocida. Avior, en este caso, fue un agujero negro del que no escapó siquiera un mínimo suspiro. A las once había pasado a la sala de embarque sin saber que estaba succionado, que habitaba ya las entrañas de un monstruo como los de un cuento gótico.
Debo decir que un retraso en los vuelos de este país cutre son cosita de todos los días. Si la salida está indicada para las tres, la costumbre lleva a que sea a las cinco, y así. Nada nuevo bajo las nubes. Una Venezuela absurda, una cotidianidad patas arriba, unas empresas aéreas surrealistas. Pero en Avior decidieron quebrar marcas e imponer categoría.
Llovía a cántaros. Por los ventanales húmedos del restaurante vi aterrizar nuestro avión, contemplé el enorme chorro de agua que dejaba a su paso tras tocar la pista. Imaginé por un momento a un ferry volador sobre un río de aguacero y truenos. Dijeron entonces que el enorme barco había perdido un caucho en el aterrizaje. Al rato corrigieron: no fue uno, fueron dos.
Hasta aquí todo de maravillas. Esas cosas ocurren aquí y en la China. Gajes del oficio. La lógica aristotélica funciona bien aún en palos de agua torrenciales y aterrizajes bien movidos. Se cumple el protocolo, se busca un gato (o como se llame) para cambiar las ruedas, y a volar de nuevo, nena, que el cielo es poesía pura al elevarnos. Pero no. No y no. Avior es Avior y hay que innovar, crear, abrazar otros horizontes, trastocar rutinas fastidiosas.
Traerán los cauchos de valencia. Ya llegan. Los cauchos vienen en camino. Paciencia. Los cauchos están ya más cerca, hay que alegrarse. Los cauchos, perdonen la información anterior, están en Barcelona. Los cogemos, ¡zas!, los trasladamos, llegan aquí y cambiarlos es cosa de muchachos. Falta muy poco, vamos, a pasarla bien, atrévanse.
Debo decir que el personal en tierra fue amable. Fue en verdad un cuerpo dispuesto a escuchar reclamos, críticas, comentarios más o menos punzopenetrantes, en fin. A las tres de la tarde nos dieron almuerzo. A las cuatro andaba yo terminando un libro gordo que devoraba entre miradas al reloj y preguntas a la señorita que hacía su trabajo, la pobre, como podía y a lo scout: siempre sonriente. Pero Avior es otra vaina, trasciende el hecho concreto de un puñado de empleados que bienintencionados cumplen su trabajo sin la menor posibilidad de solucionar mayormente los problemas. Avior, como dije al comienzo, es un monstruo con el estómago tan grande que nos engulló a todos de un bocado, nos molió, nos rumió y terminó escupiéndonos como le dio la gana. Avior está y no está, es y no es. Avior es hamletiana por donde la mires, quién lo hubiera imaginado. Es entelequia con las alas bien puestas, es abstracción, surrealismo del malo, ése que te da un coñazo en la nariz mientras te preguntas por qué caíste en sus garras, por qué te pasan esas cosas, por qué a ti y al pato Donald le ocurren semejantes experiencias.
Vi mi Casio quartz plateado, redondo, marcando las nueve de la noche. A esa hora sonó el click de mi cinturón de seguridad. Faltaban diez minutos para despegar. Nueve horas de retraso pero no importa demasiado, no es asunto para amargarse y alborotar úlceras o bilis, rediós. Avior implanta un nuevo récord, suenan cohetes, lanzan fuegos artificiales.
Esperé alguna explicación coherente, una historia más original por la odisea mientras desde el 2A escuchaba a la aeromoza pronunciar frases como carreteo y despegue, respaldo de sus asientos en posición vertical y cuestiones por el estilo. Nada, ni un ápice, ni ñe a propósito de la tardanza, de esa descomunal irresponsabilidad, de semejante falta de consideración y de respeto por los pasajeros. Decidí no escuchar más. Obvié el discurso de la chica y me dispuse a escudriñar sus piernas, a adivinar su figura en la media luz de la cabina, a inventarme una mejor puesta en escena. Luego cerré los ojos y dormí. Sólo dormí.

7/22/2012

Las raíces torcidas de América Latina



Son bastantes los estudiosos que se preguntan acerca de lo que es Latinoamérica. Esa interrogante incluye por supuesto la búsqueda de la punta del hilo que eche una mano a la hora de revisar el ovillo de lo que implica nuestro presente, en el intento de hallar respuestas en cuanto a qué sucedió y sucede para que estemos como estamos.

Carlos Alberto Montaner, en un lúcido y estimulante ensayo del que me he permitido tomar el título para estas notas, da cuenta, con profundidad, erudición, rigor investigativo y valentía, de ciertos elementos que a su juicio han venido conformando lo que no sin angustia manifiesta en su trabajo: América Latina (esa “promesa incumplida”, como la llama Vargas Llosa) no ha sabido y no ha querido construir su futuro, es decir, labrar su desarrollo, lo cual la convirtió, y el presente no es excepción para tal sentencia, en la región más empobrecida de Occidente.

Se trata de un libro que estudia la miseria, la forma de vida y el fracaso de un conjunto de países hispanoamericanos. Las posibles razones para ese extravío, así como la salida del laberinto, son tratados con la pasión propia de quien conoce en profundidad la realidad que intenta dibujar mediante las palabras. No en balde, el estudio se sustenta en una muy osada e inteligente indagación histórica. La historia, sugiere Montaner, puede arrojar luces a la iniciativa de continuar buceando y realizando hallazgos sorprendentes en nuestro intrincado pasado, donde yace parte indiscutible de la explicación relativa a la situación que hoy vivimos.

La historia nos brinda, por ejemplo, la posibilidad cierta de escudriñar el machismo marcadamente observable en estas tierras, que tanto daño y segregación produjo y continúa produciendo en las mujeres. La historia nos ofrece, si la abordamos de cierta manera, una nueva visión del racismo en Latinoamérica (lo ha habido y lo hay, afirma con argumentos el autor). La historia nos brinda sólidas pistas al momento de dirigir miradas hacia las sociedades del presente, en las que no se ha podido aún dar con un Estado que en verdad asuma con seriedad y buenos oficios aquello que es su obligación: los intereses de la inmensa mayoría.

Montaner, como una especie de tejedor que se sirve del tiempo y de lo que la memoria nos lanza a la cara, crea una red de explicaciones y ensaya respuestas que, más allá de lo discutibles que puedan resultar, constituyen un valioso intento de aproximación a lo que conformamos, en suma novedoso, iluminador y atractivo, esto último entre otras razones por la agilidad de su pluma y por la clara forma de abordar y divulgar temas que de por sí resultan a veces áridos e inextricables. La gran historia, incluida aquí esa que nos llega de la Madre Patria (porque, de algún modo, la historia de España también se hace nuestra) es el fundamento seminal que Montaner se encarga de perseguir, cual sabueso, para armar entonces su particular concepción, llena hasta la médula de irreverencia, de sentido autocrítico, de novísimas formas de entender el pasado. Allí se asientan en gran medida las bondades que el libro posee.

Creo haber comprendido algo más los gigantescos problemas latinoamericanos después de entromparme, sin prejuicios, con un trabajo como éste. Mucho de lo que padece hoy en día Venezuela (que no deja de ser común al resto de los países de la región) salta a la vista y es tratado con ahínco en las doscientas quince páginas que dan cuerpo al texto. Así, en relación con el militarismo, me permito mostrarles nada más que un botón como abreboca: “La cuestión de fondo radica en la inconformidad de una parte sustancial de los latinoamericanos con el Estado en el que se dan cita en calidad de ciudadanos. No creen en él”. Aparte, fíjese usted en esto otro: “¿...qué une, al margen de la fama, a Pelé y al Duque Hernández? Además de ser ambos grandes deportistas, son negros y eso tal vez haga pensar que en América Latina existe una envidiable armonía racial, mayor que la que se observa en Estados Unidos. Pero acaso estemos ante una apreciación engañosa. Se trata de un racismo distinto”. Y ya para finalizar las siempre odiosas citas, mójese los dedos, imagínese el océano de diatribas, reflexiones, dimes y diretes que una frase como la que sigue seguramente da a lugar en la muy prejuiciosa Latinoamérica, y que a dentelladas de razonamiento sostiene y defiende Montaner: “No hay en el universo latinoamericano demasiado aprecio por los empresarios triunfadores o los capitanes de industria. La lista de los cien hombres más ricos del país casi siempre coincide, al milímetro, con los cien más odiados: se les suele culpar de la extendida pobreza que padecen los latinoamericanos. Los millones que son indigentes y se alimentan mal supuestamente son las víctimas de estos inescrupulosos millonarios. Es lo que dice la izquierda, lo que se repite desde numerosos púlpitos religiosos, lo que se asegura en las universidades. Ése es el catecismo de todos los partidos populistas, y en América Latina casi todas las fuerzas políticas, incluidas las conservadoras, recurren a esa lengua y a esos esquemas de razonamiento”.

Se trata de una invitación al pensamiento, a la reflexión, a redescubrirnos a partir de una perspectiva que no ha sido la más transitada ni en Venezuela ni en América Latina. Lo que el profesor Montaner manifiesta a los cuatro vientos luego de su paso, armado con el bisturí y las tijeras de disección, por nuestra íntima historia, bien vale la pena considerar y reevaluar. Sin duda, ciertas claves para comprender cómo andamos esperan en el libro.

7/20/2012

Escritor



Un escritor amigo escribe poemas inexistentes. Nada mejor, me decía, que hacerlo con bolígrafos sin tinta, de esos listos para tirar a la basura luego de acabada su vida útil.
Su vida útil, qué frase ésta. Diría yo que lo más trascendente en la historia de esos kilométricos empezó después de que con ellos no pudiera darse un solo trazo, de los normales, de los que a diario construimos usted o yo pero no él, mi amigo escritor, quien como he dicho es un poeta cuya obra invisible está ahí, llenando fajos de cuartillas listas para quien desee abrir los ojos y leer.
Me telefoneó hace días, pasadas las once de la noche. Habló con voz de urgencia y dijo que fuera hasta su casa pues tenía algo de vida o muerte que decirme. Dejé la bata y me eché encima camisa y pantalón. Mi amigo bebía un whisky en las rocas: de inmediato abrió la puerta de su estudio. Cogió unos folios en blanco y me los dio a leer. Pensé que era una broma, supuse algún trastorno en su salud, pero no, simplemente sugirió que leyera, que meditara un poco, que pusiera atención, que le ofreciera mi opinión sobre esos versos.
Pude darme cuenta de que las obras literarias son como las viejas fotos que sacábamos de jóvenes. Estaban las imágenes sobre el papel y estaba el rollo en negativo, es decir, que hay cuentos o ensayos o poemas tal y como los encontramos en los libros y los hay a la manera en que mi amigo los escribe. Se llenan imaginariamente cuartillas y cuartillas y a la vez se leen imaginariamente textos y más textos, con lo cual ganamos un mundo en materia literaria, en costos de producción, edición o cosas por el estilo, de tal forma que una excelente biblioteca, en lugar de ocupar tanto espacio en anaqueles (con el añadido del polvo, los gérmenes, las molestas alergias), termina ubicándose en el lugar imaginado que mejor nos convenga. Problemas resueltos.
Mi amigo colecciona bolígrafos gastados, plumas fuentes sin una gota de tinta, lápices desvencijados como si fuesen restos de cigarrillos aplastados en un cenicero. De ahí, dice, nacerá su legado, saldrán sus obras maestras inexistentes. Yo creo que está en lo cierto. Basta leer lo que escribe y percatarse. Sólo basta con eso.

7/13/2012

Nocturno




Cabalgas sobre mí
entonces lluevo tibio
espeso
en tus adentros.

7/11/2012

Felino



Entre sábanas y polvaredas
chirrían las patas de las camas
arden al rojo nuestros cuerpos
mientras fluye esta noche
líquida
espumosa
pegajosa.
Soy un animal nocturno
al acecho
otra vez
de tus caderas.

7/10/2012

Vamos siendo



El lenguaje nos hace y nos deshace aunque uno se empeñe en obviarlo. Damos mil vueltas, miramos para otro lado, alzamos los ojos al cielo y nada, dependemos de fonemas, de lexemas, de esa cosa que llamamos sintaxis. Las palabras, qué duda cabe, son el vehículo de las ideas.
El lenguaje nos da forma. Uno lo ve en las esquinas o en las escuelas. También en la barra, en el burdel, conversando con los curas y en medio de un templete. Por más que insistamos y por más que machaquemos, no hay camisa de fuerza para un objeto directo, un sintagma nominal, una oración yuxtapuesta copulativa. Pero somos tercos y ridículos, entonces comenzamos otra vez, nos arrojamos al abismo sin misericordia en la necia pretensión de represar la fuerza de una frase.
Y a la sazón vamos procurando ciertos monstruos. Tenemos algo de Frankenstein entremezclado con los tres cerditos. Somos creadores y a la vez ingenuos. En medio de un jolgorio, justo a la entrada de un bonche que se ve muy tentador, asumimos el rol del musculitos que en la puerta pide cédula, certificado de salud, juramento notariado de portarse bien. Tú sí, oye, tú no. Cogemos por el cuello a un adjetivo y ya sabes, cabroncete, lárgate por donde llegaste, o nos rendimos a los pies de sustantivos vacuos o parrafadas de lo más idiotas. Hay que ver.
Como si las palabras roncha o sobaco o chicharrón con arepas fueran sediciosas, apestadas, qué sé yo. No caben en el libro de poesía, son expulsadas de una tierra que también les pertenece. Como si pétalo fuera pétalo, o lágrima lágrima, o la frase cada día sube una flor a tus labios a buscarme fuera cada día sube una flor a tus labios a buscarme. No faltaba más.
En el frontispicio de la literatura todo vale, pero muchos pretenden colgar ahí el manual de uso, la receta impoluta para embutir cuentos, poemas y ensayos a lo salchicha. Se amasa el lenguaje, una pizca de sal, dos dedos de aceite, se corta así, se dobla allá, y el texto nace fulgurante, muy correcto, el colmo de lo literario. Tú sí, coño, pero tú no, que eres una preposición sin copete, que pareces un complemento circunstancial barriobajero, que tienes mucho de adverbio venido a menos y nada de plástico en las tetas.
Tengo la impresión de que a la mayoría los coge el toro del lenguaje y no se enteran. Habría que pararse ante el espejo y observar con atención. Mirar qué vamos siendo a fuerza de palabras, de sílabas, de párrafos que nos definen por todos los costados. A ver si nos gusta lo que hallamos. A ver si largamos esa sonrisa a lo Bogart y aquí estoy, nena, puedes irte desmayando. A ver si después nos sentimos tan lo que creemos.

Daniel y el chocolate



Daniel: Papá, papáááá, papááááááá
Yo: Dime, cariño, dime
D: ¿Ves aquella Nutella gigantesca?
Y: Ah, sí, claro, ufffff, qué grande, es un adorno, no es de verdad
D: Papi...
Y: ¿Sí?
D: ¿Qué harías con una Nutella así de gigante en casita?
Y: Bueno, a ver, a ver... Creo que compartiría un poco con todos. Eso haría.
D: ¿Y tú Camila?
C: Me comería un pedazo, luego la guardaría, y tendría para después y después y después y después y después. ¿Y tú Daniel?, ¿qué harías con esa Nutella tan requeteinmensa?
D: La llevaría a mi cuarto, pondría Alvin y las ardillas y ya, listo, me la comería toda, toda, toooooooodaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa.

Luego de publicado el texto anterior y en vista de que la señorita Camila Vilain entrara y lo leyera, manifestando su más enérgica protesta, procedo entonces a realizar algunas modificaciones que según ella resulta indispensable realizar, pues a su juicio se dieron graves alteraciones de parlamento en boca de los personajes involucrados en la conversa. Así que ahora mismo copio fiel y exactamente la hoja manuscrita que me ha hecho llegar después de pasearse por el blog, fruncir el ceño y evidenciar su descontento:

Camila: Papá, papá, papááááááá
Roger: ¿Sí?
C: ¿Qué harías si tuvieras una Nutella tan grande como ésa?
Y: Me la comería día tras día
C: Ah, yo compartiría con todos
D: Y yo pondría Alvin y las ardillas y me la comería tooooooodaaaaaaaaaaaaaaa.
Y: Jajajajajajajajajajajajajaja.

Las soluciones mediocres



En febrero de 2005 publiqué este escrito. De esa fecha hasta el presente han cambiado ciertas cosas. Saque usted sus conclusiones.

Existen quienes preñados de buenas o malas intenciones terminan incendiando lo que les rodea: desde su casa, su entorno inmediato, hasta un país. América Latina tiene en sus alforjas mucho que mostrar al respecto, pero sobre todo bastante que aprender.

Una de las materias pendientes que los latinoamericanos deberán aprobar más temprano que tarde es la manera tan ligera de extender cheques en blanco cuando de política se trata. Esa manera, que también es ignorancia, indolencia, comodidad, irresponsabilidad, ha servido de impulso y de sostén a quienes se llenan la boca con la más absoluta demagogia, con retórica populista que arroja ganancias políticas sin cortapisas, pero dejando en contraparte una estela de frustración, rabia y legítimos deseos de superación insatisfechos, tan peligrosos para el alcance de niveles de vida dignos como para la democracia misma.

Venezuela, nido y caldo de cultivo para que florezcan iluminados, más aún en momentos como éste, donde el intercambio de espejitos por lealtad política o votos ha crecido como nunca, tendrá que pisar el acelerador, lo cual implica que la oposición, terca como las mulas, ciega como los topos y narcisista como ella misma, deberá llevar a cabo lo que hasta ahora no da muestras de querer hacer, es decir, competir con el gobierno y darle la pelea desmarcándose de sus políticas, proponiendo el país que estaría dispuesta a construir una vez encaramada en el poder. La oposición no compite, va detrás. No se individualiza para entonces ubicarse en la acera de enfrente y decir lo que tenga que decir, sino que se arropa con las sábana de Chávez. No crea su discurso y su hacer: glosa al Presidente, va a la saga del gobierno, sigue al dedillo sus pautas, muerde todos sus anzuelos. Cualquiera pensaría, y con razón, que un gobierno tan malo como el que tenemos sería más de lo mismo con esta oposición que encabezan un Ramos Allup o un Julio Borges.

Este último, como para no ser menos ante el Hugo Chávez amo y señor de la demagogia encarnada, propone repartir en dinero contante y sonante, tan pronto como desplace al de Sabaneta, parte de los ingresos petroleros. Listo. Cada venezolano tendría su limosnita, sus algo así como doscientos mil bolívares mensuales, porque con Borges sí es verdad que el petróleo ahora es de todos. Si el país se está cubanizando, el señor Borges anda a estas alturas de lo más chaveznizado, o como se diga. Más de lo peor, o sea, más del Chávez busca votos, en campaña eterna, hablador de pendejadas, con el país destartalándose a su paso. Chávez dice y la oposición repite.

Aquí nacen magos a cada instante. Ya William Ojeda, quien le sigue los pasos muy de cerca a la dupleta Chávez-Borges, sacó de la chistera el conejo de más pagos: "todo criollo con la edad requerida, inscrito o no, cobrará el seguro social". No hay plan de gobierno, no hay propuestas serias, no hay explicaciones, es decir, algún “cómo” al respecto. Hay demagogia a chorros que se cuela por los poros. ¿Es malo lo ofrecido por Ojeda? Por supuesto que en teoría no, pero olvida aclarar de dónde saldrá el diluvio de millones necesario para cumplir con su palabra. ¿Cómo la hará posible? ¿Cómo encarará semejante ofrecimiento? De eso, claro, es mejor no hablar porque le caen sucitos al pastel.

Este país atraviesa un mal momento. Es pésimo el gobierno y muy mala la oposición. Venezuela, como también Latinoamérica, ha sido tierra de utopías, de grandes logros siempre postergados que imponen al presente esperanzas con poquísimo sustento real; ha sido espacio predilecto para demagogos, dictadores, malabaristas de la palabra, carismáticos sin un dedo de frente, prometedores de oficio, salvapatrias al por mayor, arregladores de entuertos, de un plumazo y sin muchos sacrificios. Por eso engordan los Perón, los Videla, los Lusinchi, los Castro, los Chávez, los que se creen componedores de la humanidad, del mundo y áreas circunvecinas. Por eso abundan, rollizos, quienes se asumen como indispensables, quienes en nombre de la revolución o de la patria o de los pobres o de Bolívar o de no sé qué otro invento pretenden curar de una vez y para siempre, no como hombres de Estado sino como espadones andantes, los tremendos males de estas destrozadas geografías.

En cuanto a mí, descreo de monsergas o utopías carentes de toda conexión con lo real. Rangel Gómez, el oscuro gobernador de estos parajes, ha gastado litros de saliva ofreciendo promesas, abonando esperanzas en la pobre gente que vio en él otro portento de las mejorías gracias al chasquido de los dedos. Nunca olvido aquella máxima: en política las soluciones mediocres suelen ser las mejores soluciones. Y de qué manera.

7/07/2012

Venezuela ahora es de todos



Febrero de 2008


Es como para reírse a mandíbula batiente. Todos los días el disparate sale a la calle, se para en una esquina, se cuela por el techo y termina aplastándote la nariz, pero el lema que el gobierno se inventó hace rato sí que es una payasada de pronóstico.

El contrasentido, característica fundamental de todo disparate que se respete, cabe de cabo a rabo en la mitología desplegada en tamaña frase. A Venezuela, que en realidad es de los venezolanos, sin excepciones, una partida de gamberros pretende metérsela en los bolsillos. Venezuela para una pandilla, un sector, una macolla politiquera, gobierneros de tomo y lomo autoproclamados de izquierda, y en verdad abanderados del militarismo y la autocracia.

Todavía me desencajo de la risa. ¿Chávez es de izquierda? ¿Este gobierno es de izquierda? Basta escuchar medio segundo los decires del héroe del Museo Militar y sus seguidores para percatarse de que muchos de ellos, muchísimos, nada tienen que envidiarle a la derecha más recalcitrante. La lista de Tascón o el discurso de Ramírez en Pdvsa son apenas par de lentejuelas en este traje de luces. No cabe duda, Chávez confiscó el imaginario romántico de un pseudoizquierdismo que en buena medida le dio frutos electorales pero que asimismo, hoy por hoy, lo desnuda sin misericordia: mientras más habla, más se hunde. Probablemente el Rey se equivocó. No debió mandarlo a callar sino espetarle a quemarropa: hable, hable, siga dándole a esa lengua.

Y no es para menos. El Presidente, en uso de su peculiar estilo de razonamiento, supone que en estos mundos de Dios todo es blanco o todo es negro, todo es brillante u opaco, todo es bueno o todo es malo. Tal maniqueísmo, típico de mentes cuadriculadas al son de mandar a freír monos cualquier relativismo, le hace pensar que la legitimidad histórica rebasa a la constitucional, lo cual justifica esa patente de corso que se toma para burlar la ley y cometer cuanta locura se le mete entre ceja y ceja, asunto practicado con una frecuencia que le hace mucha gracia a él pero bastante daño a este erial que va dejando a su paso. Chávez es un productor de entuertos, vamos, una especie de rey Midas al revés. El Atila del siglo XXI.

La legitimidad histórica que utiliza con destreza impresionante pagándose y dándose el vuelto obedece a adherencias ideológicas que le son entrañables. Éstas conforman un caldo muy rancio que lo impulsa y le da vida. Así, el ideal bolivariano, entendido a conveniencia, o el supuesto socialismo que introduce como base de sustentación en su proyecto de tierra arrasada y abran paso que aquí vengo yo, sirven para hacerle trompetillas a la Constitución, a la ley. Alguna vez lo dijo con todas sus letras: el Estado soy yo. En otra ocasión el cinismo estuvo tan bien alimentado como su persona: nadie, excepto él, puede gobernar este país. En el presente, los nervios traicionan y los disparates engordan: si en noviembre pierde las gobernaciones clave, aquí estallará una guerra.

La ideología, que como sabemos es una camisa de fuerza, marcha a contrapelo de la política, y por supuesto del sentido común. En Chávez pareciera que lo imposible hubiera ocurrido, que él no tiene ideología sino que la ideología lo tiene a él. Entonces, lo político en mayúsculas queda lejos de sus quehaceres prácticos. Por eso consensuar es una pérdida de tiempo, más vale imponer que convencer. Después de todo, Hugo Chávez representa y encarna a un ideal superior que trasciende minucias terrenales como el estricto apego a las leyes o las convicciones democráticas, tan burguesas, tan cargadas de aburrimiento, tan dadas a sentarse en una mesa, negociar y cumplir. Es por ello que lo mejor es obsequiarle un trancazo a la lámpara o aplastar si es necesario a quien ose decir ñe, contraviniendo sus deseos. El fin justifica los medios, compadre.

La Venezuela de todos que el gobierno anhela es la Venezuela que en verdad ocupa la caja craneana de un grupúsculo que jura que llegó para quedarse. Nada más. Su meta es consolidarse vía discursillo revolucionario, permanecer en Miraflores hasta que el cuerpo aguante, hacer de las suyas sin fecha de caducidad. Cualquiera con tres dedos de frente puede verlo a estas alturas. Gobernar, lo que se dice mantener una línea de acción transparente, plural y dialogando siempre, es decir, erigiendo políticas públicas orientadas a hallarle mejoría a este desastre en que vivimos, poco importa. Lo relevante es el caudillo, su condición omnipresente, asfixiante, fastidiosa, entrometida, sus posaderas en la silleta presidencial, su catapultaje como líder universal.

Los insultos a media humanidad de un Chávez desquiciado no son gratuitos. Provienen de una estrategia bien pensada con el objetivo de articular sobre sí mismo la exacerbación emocional que sus incendios producen. Hasta hace poco le daba resultados. De este modo le sacaba el cuerpo al monótono deber de gobernar eficazmente. La ecuación caudillo-adláteres-enemigos cogía fuerza y el país se fracturaba en toletes. Ganaba el Presidente. Veremos qué ocurre en el futuro.

Ahora Venezuela es de todos, dicen sin que les tiemble un músculo del rostro. Claro, hay que tener bolas cuadradas para escupir una expresión así. Éste es el reino del absurdo.

Verbo



Ya no pido
ya no espero
sólo soy

7/03/2012

Un clásico



Sandra Cretu: Change your mind. Todo un clásico. Dejo aquí el enlace:

http://www.youtube.com/watch?v=WqXHMp3zhEM