5/27/2017

Un clásico

Air Supply. Come what may

El link: https://www.youtube.com/watch?v=w8vSqjJA4G0

5/21/2017

Relaciones íntimas

    El otro día, fumando un puro, resolví un acertijo matemático. No sé tú, pero en mi caso para llegar al punto b, saliendo de a, en general no sigo una línea recta. Las más de las veces dar un rodeo termina por ser ruta expedita.
    A ver si me explico: en cierta ocasión quise escribir un poema pero mi mente estaba en blanco. Supuse que sufría eso que los escritores llaman bloqueo. Bueno, bloqueo o no la verdad fue que cogí el manual de instrucciones de la licuadora con ánimo de meterle mano, pues a mi esposa días antes se le había descompuesto. ¡Eureka!, seguí al pie las indicaciones y finalmente al encenderla noté que las palabras, sueltas, desmenuzadas, perfectas, llegaban una tras otra como anillo al dedo, o mejor, como anillo al poema. Ese aparato, Oster si la memoria no me falla, servía también para deshacer nudos literarios.
    Fenómenos como el anterior pude descubrirlos siendo todavía un crío. Ante problemas de artimética o frente a quebraderos de cabeza en sociales, escuchar a los Beatles y leer a Kalimán, pongo por caso, era atinar a cualquier blanco imaginable, significaba eliminar de un plumazo cuanto obstáculo osara retrasar la victoria. Si tales procesos pueden parecerte extraño, créeme que es lo de menos. Despejar incógnitas, solventar enigmas, desentrañar misterios, lo importante es vislumbrar ciertos caminos y lograr atravesarlos, no importa que describas una curva o un zig-zag en el proceso. Total, la distancia más corta entre dos puntos a veces también es un círculo.
    Yo no lo dudo un solo instante, las cosas son así y punto, se acabó. Si a mi mujer le da por reclamar airada debido a que olvidé arreglar la tubería, respondo que el cuadrado de la longitud de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de las respectivas longitudes de los catetos y asunto resuelto. No falla. Y si el jefe da bronca gracias a un bajón en la bolsa que nos cogió desprevenidos, echo mano de las fases de la Luna a propósito de su influencia en las mareas del Báltico, que van y vienen, suben y bajan como la bolsa en estos días, lo cual atempera malestares y por supuesto ayuda como no tienes idea si pensamos en próximas negociaciones. Traba despachada.
    La gente cree con fe religiosa que uno más uno es igual a dos, cosa no muy veraz si a ver vamos. Haz la prueba, es decir, razona menos e intuye más, que es lo que desde hace una punta de años he puesto en práctica a pesar de Descartes, de la filosofía moderna y de mi maestro de física, José Camacaro, allá en tercero de bachillerato. El pobre, por mucho que lidió para cuadricularme la materia gris, para almidonarme y plancharme como Dios manda todas y cada una de las circunvoluciones cerebrales, fracasó en el empeño. Qué le voy a hacer si apenas rocé el diez para aprobar.
    A lo mejor suena de lo más raro, pero no tengo otros modos de andarme por la vida. Si yo soy yo y mis circunstancias, según el buen Ortega, también yo soy yo y mis manías, asunto lógico por donde lo mires. En fin.
    Ahora intento desentrañar un lío académico. El punto es dar con la influencia del pensamiento prerrenacentista en la concepción kantiana de verdad. Mientras, pienso en las agujas del reloj que observo ahí, enfrente, a propósito de horas, lustros, décadas o siglos. Y pienso además en los embustes y certezas que atravesaron la historia de pe a pa. Castañetea la solución. A lo mejor doy en el clavo. Ya veré.

5/14/2017

La dictadura en su delirio

    La dignidad individual, en buena hora acogida por Occidente como el sustento de los Derechos Humanos, lleva en las entrañas una verdad incuestionable: no tenemos precio, poseemos valor. Sólo por ser Hombres (así, con mayúsculas) gozamos de una valía universal que nos iguala ante la ley, descabezándose cualquier rasero del que pudieran echar mano gobernantes trastornados, ideologías devenidas en estiércol o gente común llena de prejuicios variopintos.
    Cuando la dignidad es pisoteada aparece un monstruo contra el que nunca estaremos por completo vacunados, no otro que la afilada dentadura de líderes mesiánicos, mil y un salvadores de la patria, pseudopolíticos iluminados, caudillos con sed infinita de poder y otros bichos parecidos. Es lo que ocurrió en Venezuela y engendró al hombre de la verruga. Es lo que ha sucedido en un país que hace más de tres lustros vive en carne propia la tragedia de gobiernos  -primero Chávez y luego el bailarín-  refractarios a la democracia, emponzoñados por el veneno de la codicia, del poder por los siglos de los siglos y entregados sin vergüenza a la satrapía más longeva de estos rincones del mundo.
    Venezuela es una tierra con profunda capacidad de aguante, pacífica hasta la médula, amante de la libertad, de la alegría y de la fiesta. La palabra solidaridad le es consustancial, tanto como el término olvidar, por ejemplo. En mi país todo se olvida con facilidad, a la historia se la lleva el viento más veces de las que haría falta, de modo que por ahí cargan ventaja bandidos de tomo y lomo, de verdadera uña en el rabo. Hugo Chávez y Nicolás Maduro, pongo por caso. En medio de fiebres y delirios, serviles a la voluntad de los Castro, borracho el primero de petrodólares e ignorancia y harto el segundo de ineptitud entremezclada con demencia, pretendieron sobre la base de la desmemoria  inventarlo todo, descubrir el agua tibia, refundar a la madre que los parió. Hasta llegar al llegadero, es decir, a la vorágine de locura y horror que aplasta en el presente.
    Hoy, cuando los derechos de tantos han sido vapuleados, desconocidos, ignorados sin misericordia por una mafia cuyo horizonte más claro es sin dudas la cárcel, Venezuela ha dicho basta. No tengo la menor idea de cuándo acabará el desastre, pero sospecho que más temprano que tarde. Hay claros indicios de que el régimen se asfixia, se ahoga en su particular pudridero, y el primero de ellos es la brutalidad represora. Con el miedo soplándole en la nunca Maduro intenta golpear fuerte. Lo hace y atiza el incendio. Es repudiado con más fuerza aquí y allá, en el país y fuera de él. Jamás antes la oposición estuvo tan clara, unida y lúcida y nunca recibió un apoyo general tan contundente como ahora.
    El segundo indicio es la grieta enorme que se observa en el chavismo, no sólo entre quienes lo sustentaron desde la calle, gente sencilla, esperanzada, hipnotizada, sino entre quienes forman parte del status quo, del entramado de poder, esos que dan vida a la bestia por dentro. La fiscal general, algunos diputados oficialistas y en buena medida hijos, hermanos, primos, sobrinos o tíos de individuos que mucho tendrán que explicar al país y a la justicia cuando la barbarie acabe. En fin, existen razones para suponer que un viento helado cala en los huesos de la dictadura. Respira con pronóstico reservado.
    El ser humano es un fin en sí mismo y no un medio utilizable por terceros, regla de oro que el gobierno venezolano se pasó por la entrepierna como le dio la gana. Craso error que le extiende  factura en su hora none. Y como callar, mirar para otro lado cuando se violan los Derechos Humanos a mansalva es de cobardes y de cómplices, tantos ahora mismo señalan, acusan a sus familiares, reclaman reacción, desmarcaje, retiro de apoyo a los esbirros.
    El gobierno de Maduro se ha quedado solo, con su latrocinio a cuestas, con sus cadáveres en la conciencia, con el bullicio atronador de un silencio que fractura hasta a las piedras. Ser demócrata exige entre otras cosas detenerse, hacer balance y pensar. Exige el coraje de reconocer el lado oscuro de un quehacer y corregir. Es, repito, lo  que han llevado a cabo algunos, lo que pide a gritos el valiente hijo de William  Saab, la hermana del embajador en Francia, los parientes de un gorila cuyo apellido es Padrino. Muchas vidas dependen del valor, del paso al frente y de las palabras basta, suficiente, hasta aquí te acompañamos Nicolás Maduro. Ojalá el déspota y sus socios terminen de una buena vez sin piso, sin el apoyo de una cúpula de bayonetas que lo sostiene aún. Ojalá  acaben desnudos frente al espejo de la realidad y de la historia, cara a cara con sus íntimos demonios. Amén.

5/07/2017

La destrucción del silencio

    Cuando el tiempo apremia los hombres, y también las instituciones, evidencian con más fuerza sus matices, sus luces y sombras, el ámbito predominante que se erige por último frente a la adversidad.
    Desde hace más de tres lustros Venezuela, como en otros episodios de su pasado, vive días oscuros: la deriva pestilente del chavismo poco a poco fue carcomiéndola y al fin, en el presente, la dictadura pura y dura hace estragos, pretende quedarse hasta que el cuerpo aguante.
    La desvergüenza de ciertos individuos, esos mujiquitas de toda la vida, ha existido desde que la tragedia comenzó. Gente que debió alzar la voz, denunciar abusos, señalar desviaciones que crecieron como un tumor maligno y plantarse con valentía ante los delincuentes que gobiernan, hizo mutis, miró para otro lado, y por acción u omisión terminó convertida en Celestina, alcahueta de un bandidaje que a estas alturas perdió hasta la última migaja de humanidad.
    Semejante descalabro va más allá de nombres y apellidos hartos a reventar de cobardía. Personajes e instituciones de todos los pelajes abrieron las piernas, inclinaron la cerviz, cedieron a la dictadura con la esperanza de salvar el pellejo, continuar respirando, cuidar el negocito, mantener el contrato, vivir en la isla de una fantasía sin la molesta presencia de esa realidad que es siempre un coñazo en la nariz,  pese al axioma que en materia de estalinismos resulta incuestionable: para un gobierno desnaturalizado existes mientras seas esclavo. Caso contrario importas un pepino, te conviertes en materia desechable.
    Amén de lo anterior, es decir, aun cuando todo un contingente de incondicionales pretendió correr la ola del tsunami hecho poder, buena parte de la sociedad civil cumplió con su conciencia, llevó adelante gracias a un coraje a toda prueba eso que los demócratas están llamados a mantener con uñas y dientes, no otra cosa que la defensa de la libertad, las garantías irrenunciables y el Estado de Derecho, a sabiendas de  que hacerlo significaría represión, exclusión  -recuérdese el apartheid Tascón, por ejemplo-, estigmatización  -¿la palabra “escuálido”, vil  invento de Hugo Chávez, te dice algo?- y demás abusos o discriminaciones por el estilo.
    Entre otros hechos dignos de mención, es bueno tener presente que un periodismo consciente de su naturaleza ha hecho lo indecible para combatir la locura enquistada en Miraflores. Han sido pocos los medios de comunicación, es cierto, pero se atrevieron  -y se atreven-  a cuestionar con fuerza, a desenmascarar  la dictadura en mil y una instancias y no desfallecen pese a la brutalidad de los verdugos. Cuando esta pesadilla acabe sus nombres brillarán con luz propia en la historia reciente de la Venezuela destrozada que nos va quedando, y estoy seguro de que estarán presentes en el descomunal trabajo que significará reconstruir lo destruido. Periódicos como El Nacional, como Correo del Caroní en el interior del país, semanarios  como Tal Cual, sólo por mencionar algunos  impresos   -súmense a ellos las alternativas virtuales, que las hay, y con una dignidad que roza las nubes-, cumplen  a cabalidad la tarea sagrada que otro periodismo temeroso, complaciente y acomodaticio escupió: desnudar el poder, escudriñarlo, señalar el pus donde se encuentre, batallar hasta el final. Son garantes de la democracia porque son también contrapeso de todo gobierno, y esa, mal que duele y daña inmensamente, no fue práctica generalizada en la prensa  venezolana durante estos años de retroceso, tragedia, corrupción, crímenes contra la humanidad, derrumbe económico y asfixia de nuestros valores. Repito, apenas unos pocos llevaron sobre sus espaldas y pudieron ejercer con gallardía, asunto que los honra, la misión que toda sociedad democrática les encomienda.
    Finalizará esta época de horror, desastre y sumisión de tantos frente a los jerarcas con pies de barro y ahí continuarán los mejores periodistas, los mejores medios, erguidos, dignos de su oficio, con la triste certeza de que una tragedia que bien pudo evitarse si todos hubiesen sido uno, culminó en la vergüenza de hoy, en la triste realidad que ultrajó a todo un país. Mi reconocimiento y respeto para ellos, ayer, hoy y mañana.