7/03/2009

La vida agarra sound track


En las mañanas mi carro es el lugar perfecto para que la radio ejerza su influencia, cumpla su misión. La música y los programas de entrevistas suben al podio. Conversando, César Miguel Rondón y Kiko Bautista dan en el blanco: de cierto modo ella juega con el tiempo, revive el pasado, trae a nosotros el futuro.
Si uno se pone a ver, cada quien tiene su historia musical. Hay gente cuyos días pasan a ritmo de conga o de merengue, aceptarían la rúbrica de Juan Luis Guerra, de Fernandito Villalona. Viven a pleno sol, deambulan al compás de Santo Domingo o San Pedro de Macorís. El poder de la música evidencia el toma y dame que producen sus entrañas: implica que los humanos vuelcan sobre melodías recuerdos, añoranzas, decepciones.
Tengo un amigo que es el vivo retrato de una ópera de Verdi. Otro idéntico a la Novena de Beethoven y otro que desde el desayuno, hasta la hora de dormir, surfea minutos sintiéndose una versión actual de Frank Sinatra en My Way, es decir, apoteósico y desenfrenado, con ganas de llevarse el mundo por delante. Un mínimo esfuerzo serviría para arrancar el velo musical que nos cubre. Hace falta abrir los ojos, claro, pero sobre todo escuchar con atención.
En este país la mayoría es vivaldiana. La mitad de Venezuela es barroca, y la otra también. Abundan los sonidos entramados, confundidos muchas veces, casi superpuestos. Eclécticos algunos, simplemente atiborrados de pianos, trompetas, cuerdas y metales buena parte de los que viven aquí, lo cierto es que el barroquismo se nos sale por los poros, en el buen sentido y en el muy malo también. Se me ocurre que éste es el único lugar del mundo donde Schubert o Bach hubiesen compartido escena con Tito Puente. Cornos y timbales, salsa y scherzos como pareja abrazadita mientras al fondo suena un bolero: Felipe Pirela, Armando Manzanero, Héctor Lavoe cantándole a unos ojos verdes.
Mi hija, que tiene cinco años, va como si nada de Lazy Town a Arroz con leche, de Poncho Sánchez a Toquihno, de Hola don Pepito a los Conciertos de Brandenburgo. Tengo la convicción de que así somos por aquí, vaya usted a saber cómo y por qué, y eso es bueno, entre otras razones debido a que ese reflejo musical, pongo por ejemplo, es fiel imagen de nuestro sentido de la tolerancia.
Como una máquina del tiempo, la música sirve para sacarle la lengua al pasado, o al futuro. Para burlarse del reloj y su cárcel a la que nos tiene acostumbrados. Llegamos hasta ellos por un click, cruzamos la frontera del off para llegar al on y ahí está el mundo a los pies de Chico Buarque o de Santana, y en ese mismo instante la adrenalina, la memoria, la nostalgia haciendo de las suyas.
La vida agarra sound track mientras afuera llueve y en el carro el tiempo se desmenuza, cae a pedazos, se acuesta boca arriba para fumarse un cigarrillo.