1/08/2008

Inteligencia


El mundo está lleno de gente inteligente, no me cabe duda. Pero si a ver vamos, puestos a considerar las opiniones de muchos al respecto, el adjetivo lleno se quedaría corto: repleto, saturado, casi a reventar sería la forma de aludir el asunto. Cualquier encuesta lo demostraría. Sólo basta con pedirle a cada quien su opinión sobre la trama cerebral que porta, y Einstein se reproducirá como conejo.
Sucede sin embargo que en cuestiones de neuronas pasa como cuando leen la lista de los presentes en cualquier actividad. Están todos los que son pero no son todos los que están. A los inteligentes, que son muchos (ya lo he reconocido arriba), se les encuentra en el sitio equivocado, y sitios equivocados aparecen, se multiplican, crecen día a día como la espuma.
En Venezuela, por ejemplo, hay más de estos lugares por kilómetro cuadrado que en cualquier otra región del mundo. No es que el alcalde tal del municipio cual sea un tarado inútil, un bueno para nada o un inepto sin posibilidad alguna de recuperación, nada de eso, la cosa amerita un tratamiento distinto, obedece a un trasfondo de lo más complejo, pues el tipo es en verdad brillante, sólo que se peló en los menesteres.
Pasa lo mismo con un gentío inmenso. La señora que habla y habla de política económica únicamente para que se rían de ella, o esos individuos autosuficientes que juran ser el non plus ultra de lo máximo, la tapa para cualquier frasco. O también aquellos que, parados frente a los espejos, sacando pecho suponen ser la encarnación de Bogart entremezclado con Max Planck, y ni lo uno ni lo otro sino todo lo contrario, como sostuvo aquel filósofo metido a adeco, muestra más que suficiente de que no ando demasiado equivocado.
Inteligentes somos todos, decía mi abuelita cada vez que yo me rascaba la cabeza en el fallido intento de despejar x y sustituirla por y, o cuando no daba pie con bola a la hora de buscarle el objeto directo a ciertos elementos gramaticales que por nada del mundo llegaba a comprender, aunque quisiera. Tenía que buscar mi sitio, volvía ella y decía, nada más era cosa de encontrar mi lugar, repetía con cariño hasta el cansancio.
Después de mucho reflexionar llegué a la conclusión de que tenía razón. Es que un mecánico de aviones que sirve para ser mecánico de aviones no debería andarse canturreando boleros en un estudio de televisión, pongo por caso. Y a un papanatas (que los hay, no vaya usted a creer) genio entre los papanatas, tampoco es que le iría muy bien metiéndose a dentista, digo yo. Todas las mañanas, después de comprar el periódico y comenzar a leerlo acompañado de un cachito de jamón en el café de la esquina, compruebo lo que he dicho, si es que he podido decirlo. Desde la primera página brincan las tapas de los frascos, vuelan a placer Bogart y Max Planck, se pelean a dentelladas todos los pechos inflados y saltan a la vista los muchísimos lugares equivocados.
Ayer, sin ir muy lejos, la prensa informa sobre discusiones profundísimas para darle forma a un partido único oficialista. Imagínese usted, cierta cantidad de grupos políticos con trayectoria, cédula de identidad y huellas digitales, suicidándose en nombre de Planck. Pero hay más: échele un vistazo a las creencias del gobernador, buenas para combatir el hampa y dar más libertad a la libertad de expresión: suprimir páginas rojas en los diarios y controlar, cupulera y gobierneramente, a los medios de comunicación social. Un pecho inflado al más puro estilo Bogart, nada más y nada menos.
Pero el mundo está lleno de gente inteligente, el problema no es de neuronas, vuelvo y repito. Estos tipos se desempeñan a años luz del lugar que mejor les iría para hacer las cosas bien, y he ahí el punto focal de cuanto disparate se les sale por los poros. El mismo Presidente, que en cuestiones de intelecto compite con su rolliza humanidad, ha pasado por momentos grises, (no demasiados, claro, Dios no lo permita nunca). Pero de que los ha tenido pues los ha tenido, y entonces la ruta de la empanada, los cultivos hidropónicos, el parque en La Carlota, los fundos zamoranos, la ruta del chocolate, el trueque, los gallineros verticales, la década plateada, la década dorada, los cultivos organopónicos, las bicicletas chinas, el desarrollo endógeno y, en fin, eso que dio en llamar, a falta de mejor nombre, socialismo del siglo XXI.
Yo mismo, en vez de escribir, debería quizás andar en otras lides. En alguna de ellas brillaría, estoy seguro. Es que uno cae de bruces en el lugar equivocado y lo demás es un lío. Que lo digan los políticos.