6/23/2010

La vida detenida

Hay lugares donde el tiempo fue a parar a las alcantarillas. En ellos la existencia se parece mucho a un plasma, a un ostracismo, a una incertidumbre colgada de un hilillo casi a punto de partirse en dos. Cada vez que piso un aeropuerto la sensación de espacio diferente me aplasta la nariz. Ni modo, el teatro que es el mundo se hace más teatro aún, y el espectador que todos llevamos dentro cobra vida nuevamente. Ahí, en el aire seco de las alegrías por las llegadas o las tristezas de las despedidas, nos transformamos en estatuas griegas, en hieráticos veedores. A través de un libro, una revista, un almuerzo o las vitrinas congeladas de las tiendas acabamos por darle un manotazo a los relojes.
En los aeropuertos, fíjese qué curiosidad, la vida se parece a un limbo donde pasado y futuro son una misma cosa. El presente se muere en ese instante. Vamos, venimos, caminamos, y el mundo encapsulado abarca la justa medida de nuestro corazón que palpita al mismo ritmo de un adiós, de una bienvenida, de un viaje acaso mil veces esperado. En esas zonas raras que son los aeropuertos se erige la más grande pompa de jabón, la extraordinaria presencia de un alto en pleno marasmo de los quehaceres cotidianos.
Cada punto de fuga que es la terminal aérea, donde convergen tantos seres que se cruzan en millones de líneas nada más que para de inmediato irse otra vez a sus vidas, es decir, a la vuelta del tiempo y de sus existencias entregadas como amantes a un ambiente de pareja, familiar o de trabajo, digo, en esos sitios llenos de esperanzas porque los minuteros arranquen de nuevo su cuenta regresiva, cabe la gelatinosa presencia de la negación, del no lugar, del quiebre en el transcurso de una rutina establecida que muy pronto debe restaurarse. Ahí, en esa gota que se salió del océano, la vida no se parece a la vida.
Exacto. La vida detenida que en los aeropuertos va de bruces comienza a desperezarse en pleno abrazo gracias al encuentro, a la llegada, o quizás en un arrobamiento nostálgico ante esa persona que se ha ido. Comienza, qué sé yo, justo en el momento del hola y del adiós.

La chica del Mac

Conocí a una chica en McDonald’s y quedé mudo. Fue hace poco. Entré, pedí ensalada y hamburguesa con tocineta, entonces todo comenzó muy rápido. Desde la mesa observé que tendría veinte o a lo sumo veintidós. Joven, sí, guapa por todos los costados, con el cabello recogido y una gorra encima que la hacía ver como deportista prestada al oficio de las papas fritas.
Tres clientes le hablaban, soltaban frases a quemarropa, y por cómo reaccionaba ella pensé en tres hijos de puta. Que un hombre corteje a una mujer, vale. Que lo haga como se cultiva un jardín, con tacto, con ternura, con la frente en alto y con respeto. Va que chuta. Pero éstos daban la impresión de ser pasto del alcohol entremezclado con sadismo puro y duro. Tres joyas de la corona puestos un fin de semana ahí, frente a una chica hermosa e indefensa, para babear la barra y a ella misma.
La joven era un capullo, claro, abatido por vientos que supo capear de inmejorable forma. A estas alturas, defender doncellas porque un trío de bestias abusen de su condición de machos no es que me quite el sueño ni nada que se le parezca. Pero podría jurar que un minuto más y nos reventamos los cojones todos. Mucha gente piensa que somos humanos y ya. Que semejante cualidad basta para otorgarnos certificado de suficiencia. Que cualquier vida, justamente por humana, es asimismo sagrada. Y yo respondo que se vayan al carajo, que una vida humana esforzándose en perjudicarlo todo es menos sacra y goza de menos respeto que muchos perros de la calle. A éstos, la mayoría de las veces les sobra dignidad, van a trancas y barrancas por el mundo, con la vida a cuestas y con el lomo ulcerado, haciendo de las suyas para engullirse un bocado de alimento y llevando su osamenta con la verticalidad del caso. Tengo un asunto personal con estos individuos. Los machos del barrio me producen náuseas, y al verlos en el Mac haciendo lo que hacían deseé que corriera sangre. La de ellos.
Se creen listos, los más listos de la clase. Y suponen que Dios les cuelga del escroto. Esta gentuza se ha dado a la tarea de convencerse de que la inmortalidad los roza, y con ella la superioridad por encima de cualquiera. Pensé en una Colt, en una Magnum, pum pum, y llévense a éstos a abonar rosales. La vida humana, que es frágil, que es un pétalo o un soplo, y saberlo hace que nos tiemblen hasta las pestañas, exige más que una barra, una caja registradora y una chica acosada por coyotes. La vida es frágil, y bastaría un mínimo descalabro, apenas una tuerca mal puesta, un tornillo fuera de su sitio, un virus que entra y nos atrapa o un borracho al volante que nos lleve por el medio, para darle vuelta al mejor de los presagios, ese que suponemos nos ampara, y mandarnos para siempre a freír espárragos en el infierno. Estos tres salidos de la noche relajada ni siquiera se dan cuenta de lo que puede ser la vida, claro, esa que se empeñan en desperdiciar, o la muerte.
La chica del Mac hizo lo suyo y salió adelante. Plantó cara, fue mujer y fue hombre, resistió, toda una artista de la esgrima, una maga del capote. Le pregunté su nombre, Clara, eso me dijo. Cuatro cosas, mascullaron cuatro cosas y por fin se fueron. Sentí algo de vergüenza, debí romperme la crisma intentando rompérselas a ellos, pensé. Le pedí el favor de aceptar un helado. Cuando iba a negarse levanté mi dedo índice y, llevándolo a los labios, en una especie de susurro aclaré que pagaría uno de vainilla, ya sabes, Clara, para que lo tomes cuando por fin te toque irte. Entonces me largué. Afuera aquellos tres bebían de la misma botella.

6/13/2010

Hojas sueltas

1
Los hechos, piensan unos, son como las aves; vuelan sin decir a dónde. Yo pienso que son como la lluvia; la anuncia un cielo gris.
2
Poema en el agua, como si fuera pez.
Luego el fondo
respirar otras realidades
saltar cuando menos lo esperen.
3
A veces la soledad es una musa que te atrapa,
una especie de sirena en la isla de tu vida
que muestra su encanto y todo lo demás.
4
Me asomo a tu sexo y observo la ciudad dormida.
Despierto tranquilo,
el silencio resopla la última bocanada de la noche
y muerto de risa me señala con el dedo.
5
Esa noche, esa Luna mirándome de reojo,
como cíclope noctámbulo que me cubre con su rostro negro y estrellado.
6
Entrar en una gota de agua y caer desde un techo de zinc.
Entonces mirar un punto allá abajo, medirlo con la precisión más cruel y saltar con todo el cuerpo
sintiendo el vacío
el vértigo
hasta estrellarme y ver cómo salpico de mí mismo.
7
Rompo la silueta llena de otras cosas:
de atardeceres, por ejemplo, a la luz de la luciérnaga que se desploma consumida por el fuego.
Entonces me dibujo mejor,
soy pescador, arrecife, pez azul.
Trazo la línea con los dientes para disfrutar la tibieza de la espuma. Trastoco los cimientos de mis sueños para encontrarme en la cima de ese monte.
Por eso doy tumbos,
me emborracho de estrellas y cometas,
lanzo mis huesos al mar.
8
Lo cierto es que estos poros
cansados de levantar sudores
no saben un coño de enciclopedias
diccionarios
páginas amarillas
luces de neón
o luciérnagas que se roban la noche como soles en medio de la plaza.
Yo sé de una tierra que echa polvo a su paso por las botas
y una boca lanzafuego en medio de las balas.
9
Colgar el teléfono
desconectar la nevera
encerrarse en el mundo
y comenzar a vivir,
entre tantos,
como una botella vieja.
10
Tranquilo
como ciertas hojas seguras de la ruta
de la perfecta sincronía del zig-zag
del suavísimo final de suelo.
11
Y viene la poesía con ese traje de flores rojas.
Para que lo sepa: final feliz, hora de llovizna, de pareja, de abrigos y paraguas, de manos apretadas, de Cortázar a la luz de mi lámpara, de la palabra lumbre.
El pase ansiado de saliva y caricias y te quiero y no me olvides, que soy joven, que tengo la vida por delante, que pez azul, estrellas, luceros, corazones.
12
Voy a lanzarme al combate, al rescate de tus piernas y tus pasos,
pero déjate de historias de pueblo y de calles húmedas de sal de lágrimas, porque yo aquí, en esta esquina, cuento tres y llevo dos.
13
Con la cara de la Luna voy a proponer un juego
con tu rostro y tus brazos
para dar de comer a la imaginación.
Y seré hombre de cielo ancho
y azul
que se trague tu luz y tu cáscara
que te diga "mi amor"
y que de soledad nunca te permita morir.
14
Mi gato gusta hablar de literatura
y lleva un libro deshojado bajo el brazo
y con el rabo marca el compás de las palabras.
A veces mi gato hace el café
y sentado en su cojín, desde lo más íntimo de un ronroneo,
piensa poemas que luego esconde no se sabe dónde.
Mi gato juega al gato y al ratón
y en ocasiones se detiene pensativo
y se rasca los bigotes.
Yo me siento detrás del árbol grande
que da sombras,
entonces saco mis juguetes
para escribir garabatos en la tierra
hasta que aparezcan los luceros.
15
El amante se sacude las manos
y siempre
seguro del día
continúa su caminar hasta la esquina de la plaza.
Lejos ya
del trópico de carne
se empapa en sudor por los amores sembrados como cruces.
Entonces viene
bailando volando jugando
cargado de arcilla
y con cara de tortuga
porque sabe bien
que de amores y canciones
puede vivir para siempre.
16
Y yo me alegro por equivocarme muchas veces
escondido del pudor
del dedo índice
yo por fin me alegro de las naranjas frescas
y de las muchachas llenas de rocío
como lechugas.
Sería tan aburrido
quién sabe
ese manojo de papeles
de hojas apretujadas con un clips
que yo tajantamente me quedo
del lado de los hombres con retazos de carbón sobre sus caras.
17
Pasear por el tejado
retorcerme
virar en círculo
y desplomarme hacia la nada que abraza mi cuerpo.
Entonces comenzar a ronronear
con un movimiento leve de la cola
madurando
sintiendo cómo me hago viejo.
Y ahora sí
hacerme hombre otra vez
hasta encontrar con mis ojos (ahora verdes)
el brillo absoluto de los tuyos.
18
Je, je
un hombre desnudo mira la Luna y se ríe
Je, je
una mujer se guarda el sol entre los senos.
19
Un titiritero de mi pueblo
bebedor de cerveza
de grandes carcajadas
me dijo que la poesía
era una hembra caderuda de enorme cabellera.
20
Licor y música arrebatan sensaciones que el lápiz transcribe a medias
como por joder
haciéndose tu cómplice.