11/28/2014

Hay que ver cómo es la gente

  Hay palabras que viven bajo tierra. Existen muchas, estoy más que seguro, cuya predilección es hacer nido en la cara oscura de la Luna. Me explico: así como existen palabras feas por donde les metas el ojo  -aperturar, empoderar, accesar y un etcétera que exige al Libro Gordo de Petete sólo para ellas-, las hay con vocación de anonimato por los cuatro costados.
    Conozco gente que tiene bastante de término silente, es decir, personas que nacieron tomando para sí el mutis existencial que las lleva sin mayores sobresaltos de la cuna hasta la tumba. Así como ves pasar a un hombre atravesado de oquedades, un queso gruyére con nombre y apellido, pongo por caso, te das de bruces con vocablos que vinieron a este valle de lágrimas nada más que para hacer tienda en el diccionario. Palabras que de pe a pa son como esos bichos subterráneos, insectos o batracios, qué sé yo, viviendo sin ojos, sin oxígeno, sin luz: babosas entre el humus de principio a fin.
    Acleido, por ejemplo. Euforbiácea, doncellueca. Ahora que lo pienso, tengo un amigo acléidico hasta los huesos con todo y que algunas veces se da el lujo de salir a la  calle, de atender cuando lo llamo por teléfono, en fin. Los euforbiáceos son simplemente impresentables y de los doncelluecos para qué te cuento. Palabras que terminan siendo como miles de fulanos, individuos lexicales, combinación sorda de sílabas  petrificadas en las cuatro paredes de un glosario, quién lo iba a decir. Un diccionario polvoriento es también la casa de transeúntes que te tropiezas en las calles, que pagan a punto sus impuestos, que no rompen un plato.
    El otro día caminaba aburrido por la avenida Las Américas y observé a una señora con el rostro y los gestos de asfacelo y caparídeo que me pararon los pelos. La seguí en medio de la muchedumbre, traté de dar con el misterio de lo que representa a simple vista pero nada, no soy como esos inspectores que ves en las películas de detectives, metódicos, deductivos hasta el hígado, capaces de escudriñar bajo los árboles, entre raíces o detritos y sacar las más sorprendentes conclusiones. Por más que lo intenté no hallé mínimo significado, plausible, convincente. Al no llevar conmigo un diccionario que pudiera de una vez por todas resolver el asunto, me encogí de hombros y continué andando seguro de que la buena mujer había nacido únicamente para ser consultada en el Larousse. Vaya existencia miserable.
    Costribo, ultriz, xenismo, ulano, ménsula, trincadura, la lista es larga. Voy por la calle y ahí están, más ulanas que nunca, más ultrices que la madre que las parió, más xenistas que la última ménsula trincada del desierto.
    El bueno de mi amigo cabe a sus anchas en el lugarejo más gris del Espasa Calpe, acomodado entre una veintena de sustantivos fofos en plena página doscientos veintitrés. Si te lo tropiezas por ahí sabrás al pelo de qué hablo. Hay que ver cómo es la gente. Hay que ver.

11/03/2014

Casos raros

    Juancho, un amigo de la infancia, tiene dos pies que viven haciendo de las suyas. Uno no sabe si reír a mandíbula batiente o llorar a moco tendido cada vez que sus extremidades inferiores juegan al gato y al ratón con el resto de ese cuerpo al que yacen adheridas. Total, que la naturaleza tiene sus cosas raras, no faltaba más, asunto que en estos días se ha intensificado al punto de que el bueno de amigo fue al podólogo con ánimo de mejorar sus días.
    Podólogo, podólogo, podólogo. Suena más a nombre de jardinería que a ciencia médica, pero en fin, la cuestión es que cuando Juancho mueve un pie con la inocente intención, digamos, de girar hacia la izquierda, éste se va incólume para la derecha, y cuando a veces desea poner ruta hacia adelante, el bueno para nada con el mayor descaro emprende marcha atrás, lo cual genera en mi amigo problemas no digamos ya peliagudos de locomoción, sino existenciales de marca mayor que para qué Sartre o Heiddeger y la madre que los parió.
    El doctor Sánchez, según los entendidos toda una eminencia en el arte de la podología, ha dicho que no hay motivo de preocupación. Dispuso apenas de un jarabe para los nervios acompañado de masajes interdiarios en ambas plantas de los pies y yemas de los dedos. Pero lo cierto es que después del doctor Sánchez, podólogo hasta la pared de enfrente, los episodios que tanto molestan a Juancho no sólo continúan como si nada: se han incrementado de forma exponencial sin que medie causa lógica a propósito de semejantes hechos, de modo que mi amigo visitó ahora al psiquiatra, quien restó importancia a lo referido por tan llamativo paciente, dedicando la sesión completa a pontificar sobre cierto estudio de la mente y de la personalidad que está llevando a cabo y sobre cayos, pies de atleta, problemas en las uñas y diversos males que con toda seguridad inciden en lo que ocurre.
    El otro día, pobrecito, al despertar en la mañana quiso ponerse los zapatos y al intentar anudarse los cordones cada pie empezó a sacudirse a su real gana, como poseído por el espíritu de alguno que obviamente no es el suyo. Lo peor fue que después de una lucha sin cuartel que lo dejó exhausto y sudoroso, cada uno decidió tomar rumbo contrario a propósito del otro, desatándose la situación más ridícula en toda esta historia, que dicho sea de paso parece salida de un cuento de Borges. Al hallarlo en posición tan poco decorosa, abierto de piernas, tirado en el suelo, con ambos pies brincando a su antojo como si fuesen batracios o pulgas en un circo, su mujer cogió el martillo del fondo del closet y optó por golpearle los pulgares -¿qué otra cosa hubiera podido hacer la buena señora?-, dejándole ambos dedos machacados y sin posibilidad de calzarse para llegar a la junta de las ocho en la oficina. Menudo lío apenas despuntando el día.
    Según el podólogo de marras, quien otra vez fue consultado, mi amigo sufre de cansancio extremo. Es la opinión categórica de una autoridad en la materia. Entonces Juancho bebe valerianas, toronjiles, aguas de cayena aliñadas con gotas de passiflora y endulzadas con miel de la India pero nada, su pie derecho se encamina por recovecos muy particulares y el izquierdo toma el horizonte que le venga en gana. Caso único de extremidades autónomas cuyas desconexiones con la corteza cerebral son evidentes, sentenció por último el psicólogo de la empresa en que labora. Supe que el asunto va a ser presentado en el  cuadragésimo noveno Encuentro Internacional de Podología, a celebrarse en Viena. Casos raros, sin ninguna duda. Casos sumamente raros.