5/31/2012

De luxe



Ojalá pudiera yo escribir
alguna vez
como esa gente que lees a cada instante
Cortázar redivivo
Borges otra vez entre nosotros.
Ojalá los dioses
decretaran la hora loca
mordieran en sus labios
una corneta bullanguera
y entonces
por unos minutos
nada más que por sólo un tiempecito
acceder a ese estado áureo
a esa lucidez que evidencian los demás
en líneas que sin duda son
literatura en polvo
genialidad en bruto
habilidad que asusta
justo cuando tantos dedos juegan
divertidos
entre ola y ola de papel
en plena cabalgata sobre el Móngol
la pluma
o la IBM.
Quién fuera diana de tus ojos
punto de fuga
migaja de interés por una coma
dos gerundios
cuatro oraciones yuxtapuestas
y media docena de preposiciones.
Quién fuera
¡Ah!, quién fuera llamada de atención
campanazo hecho quizás poema
o ensayo o qué sé yo
a ras de negro sobre blanco
para finalmente
contento y realizado
acariciar las piernas
de las letras
y eyacular libros
como los que jamás me daré el lujo de escribir.

5/30/2012

Tu abrazo



Vi tu abrazo en el sofá
en la ducha
lo vi sentado en el bar
frente a mi copa.
Fui tras él emocionado
llevaba
tu abrazo llevaba zapatos de charol
corbata roja
y sus manos y sus dedos
daban la impresión
de entrelazarse como nunca
de acariciarme en plena noche
a media luz
con música apropiada
con John Coltrane al fondo
o Biela da Costa en un agudo.
Tu abrazo me observaba de reojo
y entonces
encendías cada una de mis lámparas
rasguñabas mis piernas y mi espalda
incendiabas todos los deseos.
Tu abrazo colgaba del perchero
lo vi después encima de ese flux azul
navegó por mi camisa
se echó sobre el suéter rojo y negro.
Busqué, seguí buscando
continúo empeñado en encontrarlo
todavía paso la vista a los rincones.

5/28/2012

Be de burro



La be me cae de lo mejor, la be me cae muy bien. Desde niño aposté por los más débiles, cosa que en adelante implicó derrotas cantadas, a granel, lo que derivó en una especie de autoprotección sustentada en el hecho práctico de no jugarle un céntimo al competidor que me llegara al alma, es decir, aquél transformado en desembocadero, en punto de fuga para el corazón. Pero esa es otra historia. Yo quería hablarles de la be, que como he dicho me cae requetebién.
Siempre ha sido estoica. Débil, claro, y estoica hasta los huesos. Es la más estoica chica del abecedario y soporta con la dignidad de un Gandhi toda la mala fe, todos los escupitajos de esta jauría en que nos hemos convertido. La be, no tengo por qué pensar lo contrario, es muy inteligente, muy sabihonda además, con el añadido de una humildad que anda escasa por los recovecos de la vida. El alma de la be se da el lujo de observar con tranquilidad pasmosa nuestros desatinos, cada una de nuestras pequeñeces, nuestra pobre manera de repartir supuestos y verdades, engañosas, injustas, falsas verdades por donde las mires. Basta el rasero con el que medimos la capacidad, los dedos de frente, la inteligencia, el buen uso de eso que supone la materia gris para descubrir la doble estupidez del homo sapiens: señalar a un animal que, hasta prueba de lo contrario, en más de una ocasión supera por mucho a tanto bicho humano con sinapsis deficitarias, y tomarlo luego para adjetivar con saña a la inocente be, en verdad tan poco dada a cometer desfalcos intelectuales. La be de burro es un contrasentido, como ya podemos ir oliendo.
Me cae bien por razones de justicia, además. La be de belleza está ahí y nadie dice nada. La be de bruma, la de bienaventuranza, sumo y sigo, la de Bergson, que es a la filosofía como Giuseppe Tornattore al cine, y hablando de cine, la be de Bertolucci y la be de Buñuel y la be de Bigas Luna, no faltaba más. La be de blanco (lo apolíneo, sin dudas lo apolíneo), la be de brizna, de Bizancio, de Buda, de braile, de bueno, de Brenda, quien sentada en su pupitre, allá en el cuarto grado, me guiñaba un ojo y yo me pellizcaba para comprobar feliz que no andaba soñando.
La be de burro tiene mucho de be y poco de esa condición con que intentamos petrificarla. La be de burro en “El asno de oro”, de Apuleyo, o en “Platero y yo”, mire qué cosas, es la be inmortal, hecha historia y hecha obra de arte, nada más y nada menos. Me cae bien, cada vez me cae mejor la be. Simplemente la be.

5/26/2012

En concierto (IV)



La señorita Camila Vilain en concierto.

5/25/2012

Los libros y el mundo



Para Camila y Daniel


De niño suponía que las montañas eran chicas tiernas, verdes, voluptuosas, o mujeres entradas en años, azuladas por el tiempo que no escatima formas de dejar su impronta. Pensaba además que las nubes llenaban el cielo con actos de magia inacabables, con cambios impredecibles que me dejaban boquiabierto cada vez que, tendido boca arriba, hurgaba cómo un elefante se trocaba en avestruz, en duende, en jirafa, en formas danzarinas que hipnotizaban sin remedio.
Tenía la certeza de que el mundo era una caja de sorpresas, algo así como una película en la que estaba metido, en la que participaba, y por eso no había pantallas ni butacas, ni siquiera espectadores, y como en el cine, el mundo cobraba entonces ese halo misterioso del que en cualquier momento saltaría el conejo del sombrero, la bomba que haría añicos los días grises para alzarme en hombros a la altura de la diversión, de lo inesperado, de lo aplastantemente inadvertido.
Los carros tenían rostros, las puertas de las casas exponían sus fauces abiertas con sus colmillos amenazadores o sus bocas tranquilas, cerradas, vegetarianas. La cara de la gente decía cosas, decía más que cuando alguien hablaba. Yo creía hallar en cada espacio de mi hogar o de la calle esquinas capaces de contener el universo, de albergar toda la bondad o la maldad de un solo golpe. Mis amigos, por ejemplo, eran eso, seres entrañables con quienes descubrí la amistad, los afectos, la camaradería entre patinetas o pleitos de muchachos, y a la vez eran lo otro, vislumbraba en ellos, en cada uno de ellos y con personalidades definidas, el lado opuesto de lo que en la superficie manifestaban gestos, formas, miradas, tonos de voz y otros matices que para esos tiempos intentaba atrapar con la intención de descifrarlos luego, como un Sherlock Holmes sin Watson ante quien lucirse. En los amigos había siempre un Mister Hyde haciéndole cosquillas a cuanto creemos, ya de adultos, inamovible.
Los libros no escaparon de la red: a veces alegres, sonrientes, en ocasiones con cara de piedra, insinuaban el mundo aquilatado que llevaban a cuestas o las miserias, los intentos frustrados, no logrados, de un ser que se creyó demiurgo y se estrelló contra una pared de hojas, de papel en blanco. En lo que empecé a leerlos, a devorar historias, me di cuenta de que quien los escribía debía también buscarles cinco patas a los gatos. Los libros se alejaban del mundo que yo intentaba trastocar en la rutina diaria. Los libros se iban pareciendo a lo que yo soñaba de algún modo. Entonces fueron mis amigos, traté de llevarlos a mi lado. Desde ese momento no he vuelto a estar otra vez solo.
Una de las claves de la alegría en mí, es decir, una manera que me ha dado ciertos resultados a la hora de atravesar los días de un modo que pueda valer la pena, está asociada al hecho apasionante de mirar por debajo de las cosas. Lo subterráneo, lo que mandamos al desván, lo que a veces observamos de lado y no nos tomamos la molestia de poner frente a nosotros, lo que deambula en las sombras, escondido quizás de tanta bulla y tanto espectáculo barato. Mirar, abrir los ojos, los sentidos. Para esto hay que aprender a enfocar, y hacerlo implica encontrar un ritmo personal, íntimo, que de a poco nos ayude en la tarea. Los libros, las buenas historias, los buenos poemas, el cine, los viajes, la música o la danza, el teatro: ahí están las palancas, ahí te das de bruces con la ruta que te lleva a hurgar en lo que eres. No hay reglas preestablecidas, no hay trucos, no hay atajos, no hay caminos verdes. Hay una experiencia y un hacer, y es placentero, en el mejor sentido que el término placer puede arrojar, y es nada menos que una búsqueda que terminará acercándote a ti mismo. Vale la pena intentarlo.

5/23/2012

Retrato de un hombre aturdido por el colmo del surrealismo



Tu cuerpo color rosa escudriña de reojo.
Como un cíclope o un mal tiempo me observa a lo lejos
y yo gimo por una barra y una cerveza,
luego acaricio esas piernas terminando en la cueva de tu miel.
Invento la historia,
vivo lo absurdo de tus pasos.
Me asomo desde tu sexo y miro la ciudad dormida,
borrachos que brindan por no sé qué.
Despierto tranquilo.
El silencio resopla bocanadas en la noche
y muerto de risa me señala con el dedo.

5/20/2012

Cuentos de monte y culebra



Universidad de Los Andes, Mérida. Cuentos de monte y culebra (2009). Reseña del profesor Ricardo Gil Otaiza.


Narrar en la provincia constituye un hecho fundante en la literatura universal. Autores e importantes obras han nacido desde la negación de lo cultural, y se han abierto espacios por medio de una denodada lucha contra una especie de fenómeno "clasista" (por no llamarlo de otra manera), que pretende obviar su existencia: invisibilizando, orillando, colocando etiquetas, para que desde allí se dé el inefable salto al ostracismo. Por supuesto, en Venezuela este fenómeno ha estado siempre presente, y muchos de quienes hicieron vida literaria en la provincia se vieron obligados a tomar las maletas para marcharse de sus regiones y hacerse "capitalinos", so pena de sufrir los rigores de la marginación y el olvido.

Son numerosos los casos de autores nuestros que abandonaron su lar nativo para hacer carrera en la capital. Claro está, cuando se analizan los intríngulis de sus situaciones particulares, podemos observar que ha habido también razones conexas (políticas, familiares, universitarias) que aventaron a muchos de estos personajes hacia la capital. Gonzalo Picón Febres, Mariano Picón Salas, Diego Carbonell, Denzil Romero, Oswaldo Trejo, Salvador Garmendia, Julio César Salas, Manuel Caballero, Adriano González León, Eduardo Picón Lares, Mario Briceño Iragorry, y Julio Garmendia, entre otros, son una muestra significativa y relevante que ilustra lo que aquí se expresa.

Por supuesto, ha habido extraordinarias excepciones, como en el caso muy particular de Tulio Febres Cordero, quien logró posicionar su nombre y su obra dentro y fuera del país, sin siquiera moverse de la ciudad de Mérida. Cuando analizamos su caso, cobra visos de verdadera proeza, habida cuenta de lo intrincado del acceso a esta ciudad a finales del siglo XIX y primera mitad del siglo XX (incluso hoy). No obstante, tal excepcionalidad se ve matizada a la hora de sopesar el verdadero impacto de su obra y su permanencia en el tiempo, y cómo las nuevas generaciones de lectores venezolanos desconocen a Don Tulio, quedando en la memoria el mero susurro de algunos papeles sueltos, y su archiconocido texto Las cinco águilas blancas. Cuestión distinta si comparamos lo sucedido con el también merideño Mariano Picón Salas, quien tomó como plataforma para la escritura de su extensa y diversa obra, naciones y continentes.

En los años recientes ha habido un interés real en nuestro país por parte de algunos intelectuales, de agrupar a los autores y sus obras en celebérrimas antologías, que den constancia a ese nebuloso concepto de "posteridad" de lo que en nuestros tiempos se publica. Si bien cada libro antológico es movido por razones de diversa índole (géneros, estilos, extensión, época, etc.), ha existido una suerte de discriminación contra los autores que hacen vida familiar, intelectual y literaria en las distintas regiones del país, ignorándose que en cada rincón de nuestro extenso territorio nacional existe una verdadera cantera de posibilidades estéticas, que pugnan por alcanzar oportunidades para que sean conocidas y apreciadas en su justa dimensión ontológica y artística.

Movido quizás por todas estas reflexiones y angustias compartidas, en el año 2008, el entonces Secretario Ejecutivo del Consejo de Publicaciones de la Universidad de Los Andes, Dr. Mariano Nava Contreras, nos plantea la posibilidad de una antología que no discrimine a los autores que viven en la provincia, sino todo lo contrario: los agrupe en una suerte de gran libro colectivo. En todo caso, nos propone un libro a guisa de respuesta efectiva a esos "antólogos" capitalinos, quienes piensan que el mundo literario venezolano comienza y termina en los límites geográficos de la Gran Caracas. De inmediato nos pusimos a trabajar. A mitad del largo proceso de preparación del libro (que no fue fácil) se incorporó como antólogo el profesor Alirio Pérez Lo Presti, quien le insufló al equipo renovadas energías.

En principio hicimos una larga lista de autores y de obras, la cual fue tomando forma a medida que excluíamos de ella a posibles candidatos. Se nos hizo harto compleja la selección, ya que no deseábamos caer en nuestra odiada discriminación. En todo caso, debíamos asumir un criterio coherente, que diera organicidad al libro, pero al mismo tiempo, que permitiera incluir a un amplio espectro de autores y de textos, que implicaran riqueza estética y diversidad estilística. Leímos mucho, muchísimo, sin descanso, día y noche. Sobre nuestra mesa se hallaban infinidad de textos, que de alguna forma iban corroborando caso a caso nuestra hipótesis de inicio: es posible reescribir la historia de la literatura nacional desde el legado de los autores que son de la provincia, o que escriben en ella. Sí, la hipótesis resultaba taxativa, como taxativa nos resultaba también la decisión de los antólogos de la capital de excluir a los narradores de la provincia. Fue entonces cuando tomamos una decisión: incluiríamos a un autor nacido en la ciudad de Caracas, pero que hiciera vida literaria en la ciudad de Mérida, o en cualquier otra del país. Y lo encontramos.

Después de muchas sesiones de trabajo, de podar aquí y allá, de insertar al grupo inicial a éste o a aquél otro autor, logramos una lista de autores y de obras de consenso: Miguel Enrique Alonso (Caracas, 1946): Los dueños; Margarita Belandria (Canaguá, estado Mérida, 1953): Los totumos; Ricardo Gil Otaiza (Mérida, 1961): Carta para un difunto; Arturo Mora Morales (Tovar, estado Mérida, 1955): El naufragio; Mariano Nava Contreras (Maracaibo, 1967): Federico monta a un tren y conoce a los poetas muertos; Norberto José Olivar (Maracaibo, 1964): La guerra de Zingg; Alirio Pérez Lo Presti (Mérida, 1966): La verdadera historia de la perra caliente; José Pérez (El Tigre, 1966): No lisis, no listesis; Enrique Plata Ramírez (Maracaibo, 1959): Dos almas que en el mundo...; Alberto Quero (Maracaibo, 1975): Monólogo del ahorcado; Aixa Salas (Mérida, 1948): Una casa rara; y Roger Vilain (Upata, 1969): El derecho y el revés.

La lista se mantuvo y el libro salió publicado para la Feria Internacional del Libro Universitario (FILU) de la Universidad de Los Andes, del año 2009; pero todavía no nos adelantemos porque faltan detalles importantes. El título de la antología fue nuestro principal dolor de cabeza. Se barajaron varios, pero ninguno lograba la amalgama de lo que queríamos expresar al mundo literario regional y nacional. Ninguno llevaba implícita la ironía necesaria para que a manera de jugada maestra diera respuesta contumaz a la negación del otro, hecha desde la capital. Una buena tarde en medio de las deliberaciones, el Dr. Mariano Nava puso sobre la mesa una propuesta de título: Cuentos de monte y culebra. El impacto fue inmediato. En un principio el título hizo ruido a algunos, pero a medida que se iban consustanciado con un proyecto de esta magnitud (con un fin teleológico preciso como el enunciado), ganaba adeptos. El título seleccionado no requería de mucho análisis; resultaba una gruesa ironía para quienes desde la capital desdeñan a la provincia con aquella vieja conseja: "Caracas es Caracas y lo demás es monte y culebra". Listo, el título era firme y una bofetada para las mentes más cuadriculadas (muchas, por desgracia).

Quedaba ahora por dilucidar la carátula del libro. Para esto se echó mano del reconocido talento de Alberto Gilson, miembro del personal del Consejo de Publicaciones de la ULA. Le correspondió a Gilson una tarea compleja: reforzar desde la estampa el efecto impactante del título y la esencia de la antología. Debía conjugar en imágenes el mensaje que queríamos transmitir; de ser posible también su ironía. Nos pidió varios días para pensar. Luego de una semana nos encontrábamos en su estudio dispuestos a ver en pantalla la carátula. Lentamente se abrió ante nuestros ojos una espléndida imagen: el rostro sutil, aunque severo, de una anciana de los Andes venezolanos, quien miraba hacia la izquierda con ojos de alguien que sabe que está de vuelta de los caminos de la vida, llevaba puesto un gran sombrero de paja (del que se asomaban algunos mechones de cabello blanco), vestía un suéter azul tejido. En el lugar del escote se dejaba ver otra prenda tejida (posiblemente en lana) de color marrón, con estampa de figuras geométricas, al cuello se asomaba de manera sutil lo que podría ser una bufanda con líneas negras y blancas. Detrás de la anciana (como telón de fondo) se podía observar con nitidez una panorámica de las torres de Parque Central de Caracas, y en la parte inferior de la carátula, enrolló Gilson en una planta (que apenas se asomaba en la carátula), una temible serpiente, que nos miraba desde su mejor ángulo. La estupenda fotografía de la anciana pertenecía a Nataly Highton.

Cuentos de monte y culebra ha tenido una muy buena recepción entre el público lector y la crítica especializada. Es más, se han publicado reseñas elogiosas del trabajo realizado en diversos órganos impresos y digitales. En la FILU de 2009 se realizó un acto especial para su bautizo y presentación a la prensa, al que asistieron algunos de los autores incluidos, quienes nos contaron emocionados su experiencia literaria.

No dudamos en afirmar que Cuentos de monte y culebra quedará como testigo de excepción del inmenso potencial narrativo de nuestros autores nacidos o que viven en la provincia, y como un mentís —categórico y rotundo— a quienes se empeñan en fragmentar el hecho literario con intereses inconfesables.

Dr. Ricardo Gil Otaiza

5/18/2012

Cielo gris



Soy llovizna
te humedezco
estallo en ti.

5/15/2012

Papirofobia



Existe gente con miedo a las alturas, a las ratas, a los sitios encerrados, pero yo conozco personajes que temen a los libros.
Una vez supe de un tipo que al ver una hoja impresa mostraba signos de intoxicación, se le resecaba la garganta, aumentaba su presión sanguínea, le salían llagas en la piel. Después me enteré de alguien cuyo pasatiempo era deshojar libros, es decir, descuartizarlos al más puro estilo de Jack, sí, el inglés aquel. Cuando lo tenía con él, cuando por fin gozaba degustando el ejemplar entre las manos, procedía a la tortura sistemática llevándolo a su mínima expresión: un montón de cuartillas desgarradas, ultrajadas, sin sentido, orden ni concierto, sin nada que hiciera vislumbrar lo que antes eran.
Por otra parte, hay gente disfrazada de lectora que va a las librerías, por ejemplo, como sadovoyeuristas. El placer de contemplar a sus futuras víctimas, de estudiarlas, de conocerlas en detalle mientras aún muestran el himen que poseen a manera de envoltorio, es una forma de goce previo al éxtasis que pronto será una realidad, cuando terminen desvirgadas, hechas manojo de papeles mutilados ante el clímax de su victimario. En el fondo son modos de expresar la angustia, de ocultar el terror a los libros, combatido a fuerza de ataques centelleantes contra éstos. Cada cabeza es un mundo, no faltaba más.
Cuenta un escritor que cierta señora, algo mal de la cabeza, prefería copiar sus novelas antes que leerlas, trocándose como si nada en monje medieval y en pleno siglo XXI, asunto que finalmente resultaba llevadero pues mientras la copista de estos tiempos ejercía su trabajo, en la otra mano acariciaba un control remoto Sony para colorear el mundo gris de la tinta y el papel. El mismo escritor sigue narrando, para rematar, que una niña, hija de amigos entrañables, llegó a rogarle que no le regalara libros porque entonces sus papás, que eran muy educados y consecuentes con las amistades, la obligarían a leer semejantes adefesios.
En fin, que hay individuos que le temen al agua o a la oscuridad, incluso a las muchedumbres, pero nada como quienes salen espantados cuando un texto escrito se les ubica a pocos metros de distancia.
Abogados, ingenieros, prostitutas, académicos, chulos, motorizados o políticos, todo un círculo de gente afín que crece y crece unida por una realidad que la unifica. Esta cofradía, según tengo entendido, apareció justo cuando el mal se hizo presente: el mal no como forma de estornudo o dolores musculares sino como expresión nueva de un maleficio totalizador que duraría centurias: la imprenta del tal Guttenberg, una verdadera migraña, un problema de salud pública en los tiempos que vendrían.
Hasta que inventaron pastillas para no leer. Pastillas de filosofía clásica, pongamos por caso, o de historia de Occidente, según cada quien y sus necesidades. Biología de mamíferos, química analítica cualitativa, novelística del siglo XIX, música renacentista, para todo, para esto y para aquello unas grageas muy bien dosificadas al alcance de cualquiera, en la farmacia de la esquina. Quién lo hubiera sospechado, García Márquez transmutado en enlaces covalentes por la Bayer, Cortázar o Úslar Pietri embutidos en blisters adornados con sus rostros. Montejo, Ramos Sucre, Blanco Fombona y Neruda hechos gotas para niños. Lo malo sin embargo sigue ahí, en el fondo muy ahí, molestia inacabable a la hora de vérselas con algún manualito de instrucciones, con unas líneas para instalar la nevera o ensamblar la bicicleta estacionaria. Vómitos, soponcios por doquier, aneurismas generalizados. Horror ciego.
Todavía el mundo no aplaca ciertas amenazas a pesar de tantos adelantos que a uno lo dejan sin aliento, hay que ver. Ya llegará el día, se cumplirá sin duda el sueño de un planeta menos cargado de fobias sin justificación que las sustente. Entonces seremos más modernos, claro, y más tribu y más manada. Más tribu y más manada. Eso es.

En concierto (III)



Camila en concierto, a cuatro manos.

5/10/2012

Los dos



Para Camila

Uno

Ocho años
y me enseñas
y yo aprendo
ocho años a tu lado
de tu mano
y me sorprendes
y te sigo
y te miro
y te admiro.

Dos

Me gusta cuando preguntas
por ejemplo
qué es la poesía
qué es un clavicordio
por qué maúllan los gatos
qué es una novela rosa
o verde
o amarilla
me gusta verte
tocar el piano
con la pasión que regalas a tus obras
disfruto al saborear tu inteligencia
como daga en medio de una charla
hecho cierto a la luz del día o la noche.

Tres

Aprendo, sí
y me enseñas
que el mundo se para de cabeza y tú sonríes
que el Sol puede llamarse Luna y qué puede importar
mastico y me alimenta tu lógica de estreno
una forma distinta de cabalgar minutos
de navegar los siete mares
de convertirte en pez o estrella.
Ya no existen telarañas
ni lagartos
pero sí triceratops
y hadas y duendes
y escobas voladoras
entonces me veo en ti
allá
en el fondo
herido de alegría
lleno de pájaros y nubes
regalándote feliz
mis manos y mi abrazo.

5/08/2012

Para recordar a Ángel Rama



Acabo de terminar el “Diario (1974-1983)” de Ángel Rama (Montevideo,1926- Madrid,1983). Estudié con algunos de sus libros mientras hacía mi pregrado en la Universidad de Los Andes, y confirmo ahora lo que supuse en aquellos momentos: se trata de un hombre estudioso, muy inteligente, apasionado por su oficio y capaz de transmitir esa energía a quienes se toman el trabajo (brindándose asimismo el placer) de leerlo con atención.
Junto con Carlos Martínez Moreno, Idea Vilariño, Ida Vitale y Mario Benedetti conformó la camada de jóvenes (llamada Generación del 45) que en la segunda mitad del siglo XX sacudió el paisaje cultural de su país, Uruguay, del cual saldría exiliado luego del golpe militar del 73. Crítico literario, teórico de la literatura, pero más que esto agudo observador de la historia y sociedades de su tiempo, fue un perseguidor de esos hilos que tejen el entramado textual, artístico de toda una región y supo combinar como pocos el quehacer académico con la actividad estrictamente creadora, es decir, dejó para la posteridad estudios eruditos sobre la cultura hispánica que son en sí mismos piezas maestras de escritura imposibles de hacer a un lado si lo que se pretende es conocer, hurgar, develar las entrañas de este espacio ambiguo y resbaladizo llamado Latinoamérica.
Leyendo su diario me encuentro con buena parte del clima intelectual venezolano que según él impregnó los setenta. No escatima el profesor Rama en sus descripciones a propósito de lo que encuentra, y concluye argumentando que en general es mediocre, acomodaticio, pueblerino. Sufre de un mal que no necesariamente nos ha abandonado por completo en el presente: el hecho de hacer las cosas a medias, de emprender proyectos cuyo fin, tal como estaban pautados, se trunca gracias al desapego por el trabajo de largo aliento, por la pasión, por el estudio temático sustentado en la paciencia y el rigor a toda prueba. Se desprende de sus apreciaciones que se refiere, sin ninguna duda, a un cuerpo intelectual de poca monta.
Asfixiado por una Caracas cuyas directrices culturales carecen según él de bases sólidas, llega a afirmar: “no hay vida intelectual. Chismografía, pequeños intereses, exhibicionismos pueblerinos. Pero nada de auténtica pasión por la tarea intelectual, ni diálogo sobre sus proposiciones. Uslar Pietri contesta (mal) un artículo de Paz, y ninguna reacción a ese intento de diálogo. Comidos por la vida trivial y la pueblerina imitación de lo que creen las maneras de los escritores. Repiten gestos, a falta de poder asumir los significados intelectuales que rigen esos gestos”. Me llama la atención entonces una frase que no creo gratuita: “vida trivial”. Y es eso, tal cual, mucho de lo que hoy en día padecemos, no sé si como extensión de aquel momento (si acaso Rama estaba en lo cierto), no sé si como una característica novedosa en nuestro presente, cuestión que me luce más lejana. Un exceso de trivialización, es preciso recalcarlo, que cubre prácticamente todos los órdenes sociales. Entonces campea el amiguito, el compadre, el camarada, el vivo, el Tío Conejo haciendo de las suyas. Ocurre en cualquier ámbito en la vida de este país atormentado, y la intelectual es una que no tiene por qué ser la excepción. ¿Tiene razón Rama? ¿Exagera? ¿Apreciaciones de un hombre consumido por la soledad, por el sufrimiento, por la dureza del exilio? No me atrevería a afirmarlo o a negarlo, pero creo entrever muchas certezas en cuanto sostiene a lo largo de su diario, y aún más, como dije antes, en el presente que va siendo esta primera década del siglo XXI.
Rama sufre por el Uruguay, ve caer la democracia mientras estaba en Venezuela a propósito de un seminario que ofrecía en la Universidad Central, y observa en consecuencia cómo sus instituciones se vienen abajo, derribadas por el gorilismo trepidante que tanta vergüenza, horror y daño causó en nuestras sociedades. Sufre el rechazo de sus pares, lo que no duda en calificar como xenofobia. “Terminé anoche el ensayito sobre Leopold Senghor (que vendrá a Caracas la próxima semana) para el Papel Literario de “El Nacional”. Me había prometido no escribir más para ellos -tan llenos de problemas y molestias para mí-, pero he cedido hace tres semanas con mi nota sobre Aleixandre y el calor de unas pocas voces amigas (bien pocas) me ha llevado a reincidir. No me sorprenderá que no bien aparezca me ataquen, pero sin duda me dolerá. Vivo con la sensación del acosado; igual que Marta. Y me temo que si eso cambiara sentiría que ya es tarde y que no me podrán consolar de lo que me han hecho padecer. Bien caro me han cobrado el pan del exilio (...) Implacable insomnio. A las cuatro de la mañana, exhausto, ingiero pastillas para dormir, a sabiendas de lo que será el día siguiente de trabajo. Lo insoportable no es la falta de sueño -por lo general duermo mucho y apaciblemente- sino la pérdida de dominio de la actividad psíquica que me lleva a presenciar, sin fuerzas para contenerla, una sucesión frenética de imágenes. Como ya es corriente, últimamente, ellas se transforman en una angustiosa defensa y ofensa contra la persecución por parte de los seudointelectuales (borrachos y xenófobos, incapaces de toda digna tarea intelectual) que han dominado y prostituido la vida cultural del país y se han ensañado contra nosotros".
Luego, aunque en Caracas nunca halló acomodo definitivo para su hacer, aunque debió ingeniárselas para sobrevivir en medio de penurias de toda índole, las cosas mejoraron, pudo salir de la cárcel que significaba la capital, la ciudad con la que no hizo buenas migas, con la que jamás terminó abrazándose. Pudo retomar, como lo había hecho antes del exilio, su actividad académica en otros espacios (América del Sur, América Central, Europa, América del Norte) y dialogar con ellos para finalmente entender más a fondo qué iba siendo nuestra región, nuestro continente, Latinoamérica. La situación mejoró, como correspondía a un espíritu emprendedor, a un trabajador extraordinariamente productivo, a un hombre de genio, a un intelectual de su calibre. “Acuerdo con Sonowski para dictar un “semester” en la Universidad de Maryland, del 10 de enero al 15 de mayo. Es el primer movimiento de despegue que pone en funcionamiento mil pequeños asuntos (trámites) para poder salir de aquí: casa, carro, dinero, empleos, obligaciones postergadas, papeles, visas. Es una montaña que hay que ir royendo, aunque no sea más que un ratoncito. Lo más grave es la separación de los chicos. Como Marta, voy tramando viajar, vacaciones, encuentros. Lo segundo son mis libros y papeles. Lo tercero la Biblioteca Ayacucho. Lo cuarto… Confío en repetir la paz de los meses pasados en Stanford el año 1976. Marta y yo fuimos felices, aunque en algo que se parecía a haberse salido del mundo. Mi voraz lectura en la biblioteca, nuestros paseos en bicicleta, nuestras escapadas a los cines (con películas europeas), nuestros viajes a San Francisco, la buena amistad de algunos colegas. No conozco la Universidad de Maryland, sé que el invierno es allí crudo (y eso no me hace bien) y sé que lucharé nuevamente con el inglés. Si en ese tiempo sale la Smithsonian, seguiré allí y será otro tiempo de mi vida, de nuestra vida”.
Creo que Rama, aun cuando vivió en carne propia las tribulaciones económicas, la insolidaridad, la falta de afecto de un país (en verdad de una ciudad: Caracas) hizo escuela entre nosotros, construyó un legado muy difícil de igualar en el presente y en cualquier momento. La Biblioteca Ayacucho fue la herencia intelectual, concreta, más grande que dejó tras él mientras estuvo aquí. Por su ambiciosa estructura, por su rigurosidad en tanto colección fundamental para comprender mejor esto que somos, ha sido sin lugar a dudas la empresa más ardua y feliz que Ángel Rama emprendió y logró consolidar en Venezuela. Ahí, en uno de sus tomos estudié con placer muchas horas cuando cursaba mi carrera, hace unos cuantos años, justamente en un trabajo suyo, delicioso, erudito, clarificador, acerca de literatura, sociología y pensamiento latinoamericano. Un quehacer monumental de aproximación crítica a la cultura que nos sedimenta y en la que vivimos, llevado a cabo por el más renacentista de los intelectuales de su tiempo, según la apreciación de Noé Jitrik. Vale la pena acercarse a su trabajo y disfrutarlo, hoy, mañana y siempre.

5/07/2012

Neruda y yo



De niño me di de bruces con Neruda y entendí que el mundo era uno y era muchos. “20 poemas de amor y una canción desesperada” fue lo primero que cayó en mis manos, en esa edad, los nueve o los diez años, cuando por lo general se piensa que la desesperación es asunto sólo para otros.
Hasta ese momento suponía que la vida, los días que me tocaba transitar, es decir, esa cosa llamada rutina: levantarse, comer, ir a la escuela, regresar a casa, almorzar, escaparse a jugar con los amigos, regresar otra vez, cenar, acostarse y al día siguiente recomenzar como si nada, formaba una pieza única e inamovible. Creía que vivir a diario no aceptaba otras posibilidades más allá de las que en mi caso particular se repetían todos los días, una seguida de la otra. Con Neruda aprendí a relativizar el tiempo, las personas y los hechos. En verdad no todo era un monolito que atravesabas a manera de vivencias sino todo lo contrario: vivir era parecerse justo a eso que el poeta mostraba en aquel libro. Y aquel libro me enseñaba un lenguaje encantador, decía cosas que me hacían fruncir el ceño, tocaba asuntos que no entendía del todo pero qué podía importar si me fascinaban a la vez, lo cual sirvió de gancho para invitarme a buscar libros parecidos, libros en los que valía escribir los versos más tristes esta noche, sí, pero también comparar la silueta de las chicas, por ejemplo, con esa línea sugerente y femenina de un violín al compás de Bach o de Tchaikovski.
Leí a Neruda y fui aprendiendo que hay modos de decir lo mismo. Es posible expresar felicidad, arrebato, decepción, y hacerlo a lo vulgar o elevarse, rasguñar las nubes desde el fondo de una página bien hecha, desde el entramado hermoso de una sintaxis tejida a fuerza de neuronas y sístoles y diástoles. Leí a Neruda y, cosa curiosa, me hacía una imagen de ese ser que figuraba retratado en la solapa de mi libro. Acercarme a su obra suponía navegar un poco por su vida. Eso creía a esa edad, y sea verdad o no el recuerdo del primer Neruda vive hoy como el más feliz y el perdurable, el que la memoria construye a base de hechos subjetivos y búsquedas particulares, no importa que seas un imberbe con ganas de comerte el mundo.
Neruda, un gordito amigo, un señor capaz de hacer piruetas con palabras, cosa fascinante. Un tío simpático que se enamoraba como yo, quizás en silencio como yo (los “versos más tristes esta noche” caían en mí como herraje y pesadumbre sobre el deseo de amor más puro). Neruda iba siendo un hombre sabio en quien podía confiar, un caballero de nariz enorme con quien charlar todas las noches. Leer se transformó en algo divertido, alucinante, embrujador. Leer fue conversar en la soledad de mi cuarto, a la luz de mi lámpara, con gente a quien yo creía entender y me entendía. Era un diálogo fructífero, mi mejor secreto, mi mayor fuente de encuentro con los otros.
Una vez pasé la vista a la descripción que John Dos Passos en sus “Años inolvidables” daba de Antonio Machado, y decía así: “Machado era corpulento, andaba torpemente y vestía traje arrugado con brillos en las rodillas. Su sombrero siempre tenía polvo. Daba la sensación de estar más desamparado que un niño ante los asuntos de la vida, de ser un hombre demasiado sincero, demasiado sensible, demasiado torpe, a la manera de los eruditos, para sobrevivir: ‘Machado el bueno’, lo llamaban sus amigos”. Leí a Dos Passos, lo devoré, y creo que terminé haciéndolo porque lo que afirmaba de Machado se me parecía tanto a Neruda que quise saber más del español. Fue la forma en que di con él, y leí “Cantares”, y lo escuché también en un casette Sonoco donde resaltaba el nombre de Serrat, y fue otra revelación. La literatura era capaz de desnudarme, de metérseme en los poros, de dar conmigo, lo que finalmente resultó el descubrimiento más grande de mi infancia. El mundo era uno y era muchos, y ahí estaban Neruda y Machado, luego Cortázar, y otros y otros para refrendar esa verdad. Leer significaba abrir el libro de poemas o de cuentos, la novela, el ensayo, pero suponía sobre todo descifrar el mundo desde ciertas coordenadas, distintas, riquísimas, que vislumbré, bien o mal, gracias a su influencia.
Leo a Neruda y recuerdo en la distancia cómo lo conocí. Veo a un muchacho que en su habitación abre el poemario, goza cada palabra, quita el velo de una realidad insospechada y se deslumbra. Más allá de la experiencia y de los años, por encima de sinsabores y desencuentros futuros, dándole la espalda al individuo que cantó loas a Stalin y calló ante el horror soviético, Neruda me hizo ver que el lenguaje es un sombrero negro y que de ahí saltan conejos enigmáticos, mundos que no imaginaba, presencias que no creía posibles. Aunque sé que no podemos desvincular al hombre de su obra, y su obra es su hacer y su vida en cualquier ámbito porque no valen partenogénesis de nadie, me quedo con el Pablo de mis primeros años. Prefiero, antes y ahora, recordarlo así.

5/06/2012

Daniel y mi dolor de espalda



Daniel: Papá, papáááá, papáááá...
Yo: Aquí estoy cariño, ¿qué ocurre?
D: ¿Por qué estás acostado? ¿Por qué no sales?
Y: Porque mi espalda no está bien, precioso. Me duele.
D: ¿Mucho?
Y: Bastante, sí
D: Voy a hacerte cariños y cariños para que se te pase, ¿sí?
Y: Claro, por supuesto, me encanta eso.
D: ¿Estás mejor ahora?
Y: Sí, la verdad sí. Gracias.
d: ¿Sientes todo, todo, tooooodoooooo mi amor curándote?
Y: Sí, hijo... mucho, completamente.
D: Te amo.
Y: Te adoro.

5/04/2012

Mi amigo Joaquín



Lo conocí hace años. Pequeño, con el rostro curtido por el sol y por la lucha a brazo partido contra el oleaje de los días. Se llama Joaquín y es mi amigo. Tenía un local amplio en la planta baja de un viejo edificio del centro, y ahí vendía libros usados, pequeñas antigüedades, objetos curiosos, y cuando lo invitaba a un café aceptaba sonriente mientras cogía una silla, me veía encender un Bermúdez, y entonces compartía el momento como si fuese lo último que haría en la vida.
Joaquín es un colombiano a quien la cara arrugada de ciertos momentos no le impidió conocer la alegría. Vivía solo, su mujer lo había abandonado, vaya uno a saber por cuáles designios del destino, y su única hija trasiega hoy sus días, su particular historia, alzando a veces el teléfono para decir hola qué tal, un beso, pásala muy bien.
A estas alturas de mi propia película, a mis cuarenta y dos tacos, pocas veces he visto a gente ondear la bandera de la dignidad con el temple de Joaquín, y verlo en tales menesteres, y estar consciente de esa verdad justo cuando despliega su amistad y buen talante es algo de reputa madre, es decir, consiste en una experiencia que es sinónimo de grandeza, de honestidad y de cojones.
El mundo da sus vueltas. Perdió el negocio de los libros, tuvo que rematarlos kilo a kilo a precio de extrema vergüenza, porque hay perros de la guerra pero también de la paz y cuando el capital se esfuma y estás enfermo, viejo, cansado, cuando las energías no son las mismas de antes, entonces expones la yugular y sobran hijos de la gran puta con los colmillos afilados.
Ahora vende loterías y kinos. Lo veo en las calles ofreciendo lo que tiene, haciendo lo que puede. Cuando nos encontramos el rito se mantiene: sonríe, nos saludamos, compartimos un café, me pone al día con sus historias. Joaquín va siendo el mismo aunque el tiempo pasa, los años dejan su cuota de vejez, de sequedad, de molienda que no podemos evitar.
Un día le dije cuánto lo respeto, le hablé del aprecio que le tengo. Sonrió otra vez, simplemente. Sonrió y continuó su charla, como si nada.

5/03/2012

Humo

Descansar de los días grises, de la mediocridad en las calles, de las hojas que caen sin ser otoño. Qué ganas de meterme un Gauloise entre los labios, un Partagás y el brandy ahí, Cortázar en la página cuarenta. Las cinco en punto de la tarde y yo en este café sucio y barato, el poniente a la lejos guiñándome los ojos. Nadie me saluda, nadie me interrumpe. Puedo deshacerme en la lectura. Qué ganas de perderme en mí.

5/02/2012

Presencia

Busco mis manos y encuentro las tuyas.