3/31/2012

Los ojos de una hija



Camila: Papá, papá
Yo: ¿Sí?, dime, mi vida, te escucho
C: ¿Sabes?
Y: No, no sé aún
C: Eres el papi más lindo de todos
Y: Aaaaaahhhh, jajajaja, ¿y cómo sabes eso?
C: Porque lo sé, lo sé muy bien
Y: ¿Quién te lo dijo?
C: Nadie, yo lo sé
Y: ¿Y has visto a toooooooooodos los padres de este mundo para decirme algo así?
C: No
Y: ¿Ves? ¿y entonces?, ¿Cómo es que afirmas eso?
C: Porque lo presiento
Y: ¿Lo presientes?, bueno, eso es muy interesante
C: Lo presiento, y también lo siento aquí
Y: ¿Aquí? ¿Dónde?
C: En el corazón
Y: Ah, cariño, en ese caso... Muchas gracias, señorita
C: De nada, de nada, señor.

Palabra e imagen



Un documental muy interesante acerca de un escritor que es un maestro. Dejo el enlace:
http://www.youtube.com/watch?v=wCGXFUmbgk4

3/25/2012

Cierta vez te dije o me dijiste



Murió mi padre
un día como mañana.
26, marzo 26
sol en punto
schock en punto
no más sístoles ni diástoles
no más miradas cómplices
no más humo de pipas.
Faltaron cosas por hacer
Uff, cuánto faltó por hacer entre tú y yo
rúbricas al pie de otras sonrisas
matasellos de correos hacia Helsinki
quedó pendiente aquel diálogo en Toulouse
una baguette cerca de ambos
y tu brazo ahí, sobre mi hombro
como en los viejos tiempos.
Faltó el tabaco compartido en Tournefeuille
la hojarasca entre los pies
los olores a guayaba
el calor
el ocre metido entre ceja y ceja de un atardecer.
Tanta vida, demasiada vida explotando aquí o allá.
Guardo la memoria reinventada
y las pupilas llenas con el abecedario, con letras
que cierta vez te dije o me dijiste.
Te he dado un abrazo cada día
todos los siempres
que se me puedan ocurrir
para sacarle la lengua a la distancia
para darle un puntapié a la muerte y que no joda.
Eso es
no lo olvides
para darle un puntapié a la muerte y que no joda.

Marx, materialismo y Nietzsche



Un artículo del profesor Emeterio Gómez. Se trata de un texto valiente, como los que me gustan, donde se plantean ideas pensadas, repensadas, vueltas a pensar, donde se enfrenta todo un cúmulo de monsergas falaces y se corren los riesgos que sean necesarios defendiendo tales ideas a pura fuerza de neuronas. Vale la pena aproximarse a este abreboca y adentrarse en el asunto mediante los ensayos que Gómez ha publicado al respecto.

A raíz de mi artículo anterior dedicado a la magnífica pieza teatral de Gennys Pérez, "Yo soy Carlos Marx" -y como es usual cada vez que agredo a alguien- un tropel de mails apareció en la pantalla: "Te hacen daño los adjetivos despectivos contra Marx. Todas esas ofensas se revierten contra ti". "Por más que radicalices tus agresiones, Emeterio, no vas a borrar una realidad que es obvia: ¡Marx fue un gran pensador! Tuvo que serlo para haber sacudido al mundo y haber logrado la fama -casi religiosa- que logró". "¿A quién esperas convencer de que fue un tonto, alguien cuyas ideas ilusionaron a la mitad de la humanidad en el siglo XX?". "Tienes que saber que se trata de una exageración tuya... esa sí, tonta y necia".
Ante esas críticas, tan solo quiero reiterar -precisamente- que no estoy exagerando. Que no deseo ofender a nadie, ni es una simple reacción ante la loquetera comunistoide de Chávez. Nada de eso: estoy de verdad convencido de que Marx fue un zonzo, sólo que tuvo la suerte de haber sido retomado por Lenin y, a partir de éste, por Stalin. Después de cinco décadas de reflexionar sobre el asunto y, sobre todo, después de la caída del Muro de Berlín y del mundo comunista, y, "mas sobre todo aún", después de que la China maoísta se convirtió en capitalista, después de todo eso, se deduce, casi matemáticamente, que la teoría -el Marxismo- sobre la cual se montó todo, tuvo que haber sido una insigne zoncera.
Pero en medio de tanto mail reprochándome, llegó uno de un ser muy querido que me compensó con creces: "Gracias por ayudarme a entender, por fin, una idea muy abstrusa que tú mismo has planteado: ¡que el ser humano no es un ente natural! Que ese afán de Marx por poner a depender el curso de la sociedad -lo que él llamó las relaciones sociales de producción- del crecimiento de las fuerzas productivas materiales, o sea, de la economía, es tonto. (¡Por mucho que, en efecto, nada haya más natural que la escasez y nada nos regrese tanto a la animalidad como la Economía!). Porque el poner a depender la espiritualidad de los seres humanos de su desarrollo material, esto es, de la naturaleza -de la inexistente naturaleza humana; en síntesis, ese esfuerzo por hacer girar la supuesta o presunta superestructura política y jurídica (y, más aún, ética o espiritual) sobre una también supuesta o presunta estructura material o natural, es definitivamente estúpido. En fin, que todo ese afán de Marx -que él creyó científico- era en realidad, tal como tú dices, necio".
"Y gracias -continuó ese mail alentador- por rematar tu artículo con esa bella alusión a Nietzsche, como ubicado estrictamente en la esfera de Lo Humano, en las antípodas de lo natural-material. Gracias, Emeterio, por recordarme que él parió El Nacimiento de la Tragedia por los mismos días que Marx escribió la Crítica del Programa de Gotha. Me hiciste evocar el título de un libro de Nietzsche que alguna vez intenté leer: Humano, demasiado humano". En efecto, cuando Marx estaba devanándose inútilmente los sesos para fundar una filosofía materialista -por mucho que haya sido "materialista histórica"-; en la misma época en que intentó "invertir a Hegel", tratando de refundar la Dialéctica en las "condiciones materiales de producción", casi en esa misma época, Nietzsche escribió su "Así habló Zaratustra", una obra inmortal dedicada al desarrollo espiritual del hombre: la fuerza motriz que ilumina y de la cual -exactamente al revés de lo que el buenazo de Marx creyó- depende el desarrollo material de las Fuerzas Productivas.

3/24/2012

Eros solitario




Vellos
sexo
labios
algas
líquido abundante
punto de fuga
en el horizonte de tus curvas
plena fantasía
cien grados centígrados
a las 2:30 de la madrugada.
Pubis colosal
sombras y muslos
nalgas y caderas
vientre, pezones, gemidos
lenguas en combate
como peces
como apariciones.
Cierra los ojos
ciérralos
a roncar
a roncar
porque mañana
quién quita
mañana sí estarás
porque es verdad que mañana siempre es otro día.

3/20/2012

La inteligencia de las lenguas



El otro día un señor hablaba por la tele. Más que hablar pontificaba. Decía el personaje que todos echamos mano del lenguaje y bueno, le damos forma a las cosas, dialogamos, nos hacemos entender o no, usando a veces bien y en ocasiones con torpeza esa herramienta fabulosa que es el idioma en el que chapoteamos.
Justo ahí fruncí el ceño. Un asunto es utilizar la lengua (en verdad, cuidado con ser manipulados por ella) para meternos de cabeza en el mundo, y otra muy distinta suponerla herramienta, imaginarla artefacto, medio para un fin simplemente utilitario. En ella nace lo que somos, se extienden nuestras posibilidades de expresión o asimilación en cualquier ámbito: filosófico o literario, académico o barriobajero, cafetinesco, putañero o sacramental. Hay en las lenguas una inteligencia única, tan enigmática como fascinante, donde se asienta su poder de seducción, de creación, de posibilidades de expresión, de totalidad integradora, que nos eleva a la altura de lo humano. No existe otro lenguaje capaz de llegarle a los tobillos cuando media semejante hecho. La comunicación a través de las palabras fraguó seres que ya nunca más verían juntos una flor del mismo modo, o una tarde de lluvia con idéntico horizonte conceptual.
Es posible decir “subo a tus senos y admiro tus llanuras desde el Himalaya”, es posible referirse al “verde menta de tu piel”, es sensato afirmar “tu sombra carmesí baila un tap en mis deseos”. Hay una inteligencia muy extraña, perfectamente coherente, una inteligencia que tiene su razón de ser en comunicar más allá de lo evidente, que pone en contacto superficies o profundidades en apariencia intolerables entre sí y que nos agarra por el cuello para permitir que escudriñemos mil facetas de esto que llamamos vida. Uno habla y luego existe, según Descartes modificado, pero hablar aquí implica partir del lenguaje reflexivo, creador, lleno de hilos que son la punta de un ovillo digno de desentrañar a cada instante.
Hay una inteligencia no necesariamente lógica. En español decimos “la casa blanca”, y se acabó, mientras que suena extraño andarse por ahí con una frase como “the white house”, que es tan normal para los gringos. ¿Quién tiene la razón? ¿Qué oración es más o menos lógica? ¿Cuál es correcta o incorrecta? ¿Alguna de ellas se aproxima con más tino a lo real? Ambas funcionan a la perfección, no cabe duda. Estoy convencido de que la lógica aquí se va de juerga, cada lengua goza de la suya, muy particular, y cada una vale un universo en sí misma.
La belleza para mí quizás tenga poco que ver con la belleza para usted. “Hembra suculenta, piernas de infarto, labios inflamables” dispara adrenalina en torrentes sanguíneos específicos, cuando en otros podría no generar la menor turbulencia. Las palabras significan, significan tanto que los significados en cuestión bien pueden resultar distintos, contrarios, emanados -vaya paradoja- de un mismo párrafo o vocablo. ¿Qué son unos “ojos de Luna al calor de un cigarrillo”? ¿Qué es un “rostro verde de envidia”? ¿Qué será un “pubis insaciablemente angelical”?
Existe el mundo en mí, vislumbro universos, pido un café, pregunto por mi abuela, navego sietes mares con Simbad, porque tengo una lengua que me pone al día con todo ello. Conozco, exploro, llego a internarme en las cavernas de la imaginación, la ficción, lo real, gracias al español, el francés, el wayú o el chino mandarín, que es donde inventamos nuestra puesta en escena, que es donde fabricamos nuestras realidades.

3/17/2012

Conmigo



Como una mariposa a veces
o como un estegosaurio,
quién quita,
así,
por todos los sueños
y de todas las maneras,
te quedas para siempre en mí.

3/16/2012

Danza



Alguna vez
el mundo bailó un tango
en mis bolsillos.

3/15/2012

El día que conocí a Álvaro Mutis



Jamás vi a Álvaro Mutis, y ni falta que hace. Los libros sirven entre otras cosas para cerciorarnos de que otro mundo es posible, de que otras realidades existen y te pellizcan la nariz, y la verdad es que si uno abre bien los ojos termina sudoroso, feliz de tanta cosa rara atravesada en el camino.
Tengo la idea de que puedo darle la mano a sultano, o intercambiar sonrisas con fulana, sin que para ello medie el cuerpo a cuerpo o el hecho práctico de tenerlos enfrente. Conocí a Álvaro Mutis una tarde de sol, en mi café predilecto, y fue García Márquez -amigo ya de años con quien aún no me he tropezado en persona pero qué puede importar- quien me lo presentó sonriente.
“Yo no vengo a decir un discurso” (Mondadori, 2010), libro del Gabo que está cargado de discursos, y es más, que es todo él un discurso, fue la llave del encuentro que yo con un café, Gabriel con una birra y Mutis con un jugo de Guayaba helado, mantuvimos exactamente el domingo once de marzo a las dos en punto de la tarde.
“Es posible ser poeta sin morir en el intento”, leí en la página setenta y seis. Por supuesto, Mutis lo ha sido desde que tiene uso de razón y se las arregla a cada rato para darle la vuelta al asunto y sonsacar a otros, a los más jóvenes por ejemplo, con la subterránea intención de que también piensen en serlo. “Los instiga a la poesía contra la voluntad de sus padres, los pervierte con libros secretos, los hipnotiza con su labia florida y los echa a andar por el mundo”. Es la buena acción de cada día, preocuparse por los otros, ganar adeptos para la literatura, pretendiendo entonces que éste sea un mejor lugar para vivir.
He dicho que conozco a Mutis, y es verdad, y he comentado asimismo que no lo he visto ni en pintura, lo cual también es un acierto. Sin embargo, ya desde hace décadas andábamos por la vida de fiesta en fiesta o de esquina en esquina, compartiendo gracias y a propósito de cierta idea del universo, del vivir, de lo bueno o de lo malo, que está presente en ambos desde los tiempos en que nos tratábamos sin siquiera imaginarlo.
Contaba García Márquez en el encuentro del café que “ahogado de tequila, con un amigo muy querido, toqué a las cuatro de la madrugada en el apartamento donde Álvaro sobrellevada su triste vida de soltero y a la orden. Descolgamos un precioso óleo de Botero, de un metro veinte por un metro, nos lo llevamos sin explicaciones e hicimos con él lo que nos dio la gana. Álvaro no me ha dicho nunca una palabra sobre el asalto, ni movió un dedo para saber del cuadro.” Entonces otra vez salta el conejo de la entrevisión, especie de rendija por la que se cuelan años de amistad, de guiños cómplices, años en que aún sin saber que Álvaro Mutis era mi amigo, que nos conocíamos lo suficiente, que venga, hombre, vamos a tomar unas cervezas en el bar de Eusebio y demás hierbas, siempre anduvimos más cerca de lo que hoy pudiera imaginar y ahí estaba el tipo, sin que me diera cuenta, y ahí estaba yo, ignorando estar de cabo a rabo.
Conocí a Álvaro Mutis sin percatarme del asunto porque se puede andar hurgando por la vida, claro que se puede, y atravesar el universo, y creer que estás metido en aguas solitarias y entonces, en un parpadear, descubrir que no es así y que ese señor gordo y simpático que de golpe aparece a un lado tuyo es en verdad uña y curruña desde hace una punta de años. “En Roma, en casa de Francesco Rosi, hipnotizó a Fellini, a Mónica Vitti, a Alida Valli, a Alberto Moravia, a la flor y nata del cine y las letras italianas, y los mantuvo en vilo durante horas, contándoles sus historias truculentas del Quindío en un italiano inventado por él, y sin una sola palabra de italiano”, y además, “en París, esperando a que las señoras acabaran de comprar, Álvaro se sentó en las gradas de una cafetería de moda, torció la cabeza hacia el cielo, puso los ojos en blanco y extendió su trémula mano de mendigo. Un caballero impecable le dijo con la típica acidez francesa: ‘es un descaro pedir limosna con semejante suéter de cachemir’. Pero le dio un franco. En menos de quince minutos recogió cuarenta”. Creo que la amistad es así, relajada, un ajedrez de elementos enlazantes, de percepciones más o menos compartidas sobre esto o aquello, o quizás ni tanto, a veces azarosa, y nace en ocasiones antes de que te enteres. Jamás vi a Álvaro Mutis, y ni falta que hace, pero Álvaro mutis es mi amigo.
Digo ahora que ha habido mil cafés de por medio, caminatas por la plaza, por alguna avenida de México o Colombia, muchas, muchas experiencias traídas por los pelos que sólo confirman nuestra pertenencia a un perímetro común en cuestiones de existir, en menesteres de la hermosa condición humana.

3/11/2012

Daniel y yo



Daniel: ¡Papá, papááááá!
Yo: ¿Sí? Dime, te escucho
D: ¿Por qué te salen cabellos blancos?
Y: Ah, por los años, por los años. Llega un momento en que aparecen y ya. El cabello empieza a hacerse gris. Plateado.
D: ¿Como un robot?
Y: Pues sí, algo parecido
D: ¿A mí me saldrán pelos blancos?
Y: Sí, seguramente sí
D: ¿Cuándo?
Y: Cuando tengas mi edad
D: Bueno, bueno, cuando sea un abuelito.

3/07/2012

Rostros



Cuando era niño imaginaba que los objetos del mundo estaban vivos. Lo que veía a mi alrededor de alguna extraña manera hablaba o cantaba, o reía, y lograba descubrirlo sólo con espiar un poco.
Un carro visto de frente gozaba de expresión, poseía rostro, a veces muy alegre como el del Ford Fairlane de los ochenta, o por el contrario dejaba entrever cierto encono, cierto aspecto de pocos amigos típico del Caprice Classic o del Maverick 84, que daban la impresión de estar furiosos.
Por supuesto, ocurría así no sólo con los automóviles. Por lo general el rostro de las cosas siempre estaba ahí, mondo y lirondo, a la espera de una palabra mía que diera pie para algo adicional, un intercambio de saludos, por ejemplo, o quizás un diálogo divertidísimo. Por no decir más, la nevera de la casa era simpática hasta reventar y los ventanales del cuarto de mis padres estaban cargados de sonrisas. Las figuras en el techo, esas siluetas de paisajes lunares o selváticos, caras con mil formas llenas de muecas que nacían en medio de pintura veteada o de hongos producto de alguna filtración, terminaban siendo delicia entre delicias para crear historias a partir de tantos guiños, de dibujos encontrados al azar en la pared.
Pero nada como el frente de las casas. Salir a la calle suponía mínimo una doble implicatura: darme de bruces con la gente, con sus gestos y expresiones y -extensión natural de todo esto-, con el rostro misterioso que cada fachada ofrecía para ir descubriendo sus secretos. Y sus secretos, claro, desentrañaba por completo a diario, asunto que me sumergía en un éxtasis casi místico, en una emoción que renacía tan sólo con mirar de nuevo otros portales.
Según el rostro de las casas podía imaginar cómo serían sus habitantes. Si me topaba con una cuyas dos ventanas, a manera de ojos, y puerta, a manera de boca, hicieran entrever una familia aburrida o impregnada de mal genio, terminaba seguro de que en verdad era así, terminaba convencido de esa certeza ahora inquebrantable, hallada gracias a los hilos que la develaban, que la ponían desnuda frente a mí y que únicamente yo era capaz de comprender. El rostro de las casas conectaba a la perfección con el talante de sus ocupantes.
Una vez vi en la nariz, en las pupilas, en las cejas muy pobladas, en la comisura de los labios de alguien que caminaba por la acera, el rictus intrigante de un no sé qué imposible de explicar. Fruncí el ceño en el acto. Tendría yo diez o doce años. Podía leer las facciones de las cosas pero me aterró quedar en blanco frente a aquella cara. Llegué a la conclusión de que éramos extraños, demasiado complicados, quizás menos transparentes que un horno o una cafetera. Por primera vez intuí que no todo estaba dado, que había precariedad en cuanto creemos tener siempre seguro, metido en los bolsillos. Me di cuenta de que aumentaban los enigmas, supuse más adrenalina, más incertidumbre en eso de atravesar los días e intentar comprender lo cotidiano.
Después de todo -llegué a decirme- esto se va a poner cada vez más divertido. Y le aseguro que así fue. Juro que así terminó siendo.

3/03/2012

La gramática y el coco



Algunos de mis estudiantes llegan a clases con la idea de que la gramática
no sirve para nada. Sienten en lo más profundo de su fuero interno que
tratar con ella es tiempo perdido. Además, confiesan que es difícil,
muy compleja, y que de un plumazo, si tuvieran el poder de hacerlo, sin que les
temblara el pulso la desaparecerían de todo régimen de estudios. Más aún, la
borrarían de la faz de la Tierra.
El Coco gramatical anda suelto y haciendo de las suyas. En lo que a mí
respecta, suelo echarles el cuento de que si no fuese por la gramática me las
vería negras para expresar desde estados de ánimo hasta órdenes, desde quejas hasta
la más simple frase de amor.
Eso de que la gramática carezca de importancia y ande por ahí arreglándoselas para complicarle la existencia a cualquiera, suena cuando menos bastante apresurado. El problema, creo, consiste en que lleva su tiempo vislumbrar conexiones entre
ella y la vida misma. Suponer, como la mayoría, que la gramática se divorcia
de lo que nos rodea es como aceptar sin ton ni son que las actividades
humanas permanecen rígidas, inmóviles, sin interacción alguna, clavadas en
compartimentos estancos. No faltaba más.
Por mucho que hago el esfuerzo no logro imaginar a los periódicos, los
libros, una receta de cocina o un cotorreo en una esquina, sin la presencia
vivita y coleando de esa soberana “aridez” que, a falta de mejor nombre,
dieron en llamar gramática. ¿Cuál es la herramienta, tipo martillo o
serrucho, de la que disponemos para concebir, para asir, para aprehender, para atrapar el mundo?, ¿de qué otra cosa podríamos echar mano si no del lenguaje para decir y decirnos?. No en balde Octavio Paz publicó un libro sabiamente titulado: "El
mono gramático". O sea, que de primates podemos tener mucho, pero al final
nadie nos lleva en los cachos, lo cual implica que si de nuestros primos peludos
se trata, pues nada, una serie de chasquidos lingüísticos, perfectamente
estructurados y únicos, nos mantienen muy a raya. Vea por dónde van
los tiros.
Aclaro: más que vincularse o no con el mundo, la gramática casi es el mundo
mismo, asunto fácil de entender una vez que nos percatamos de que sin ella no somos, de que sin ella, como dicen los boleros, no valdríamos más allá de nuestras pobres concreciones, de nuestra humilde condición de trasquilados bípedos. En fin, bien podemos darle con ganas a la lengua, bien podemos sostener, mire pues, una conversa de lo más sabrosa, de lo más
humana, de lo más gramatical, nos guste o no. Sí, en esto la gramática parece el objeto de un bolero, esas canciones de arrebato que curan o hunden para siempre. Termina por fortuna salvándonos, tiende el puente entre posibles universos, uno oscuro, subterráneo y lleno de telarañas (casi agramatical), otro luminoso, apolíneo, redimido. Las
fronteras entre ella y eso que han nombrado vida real, insisto, cargan
cuando menos bastante neblina a cuestas, un denso claroscuro digno más bien
de una pintura del gran Rembrandt.
Mientras muchos hacen el intento de desaparecerla, mientras un conglomerado
busca esperanzado las maneras de enviarla al infierno si es posible, en lo
personal la tengo a buen recaudo. Nada más que por si acaso.

3/02/2012

Un clásico



"Come what may", Air Supply.


http://www.youtube.com/watch?v=qgLFqtNYH3s

3/01/2012

Intelectuales y poder en Venezuela



Toda revolución necesita intelectuales que la legitimen. Son los pensadores quienes avalan y constituyen, frente al mundo, la plataforma ideológica capaz de otorgar musculatura al esqueleto que, sin ellos, no es capaz de mantenerse en pie. Me llama la atención la “Revolución Bolivariana”, entre otras razones porque carece de intelectuales de relieve, es decir, al presente es un parapeto rico en consignas huecas, en viejos clisés, en una vasta lenguarada de lugares comunes, fósiles resucitados de la Guerra Fría cuya carne y linfa sólo alcanza para refocilarse en el ámbito de la izquierda borbónica continental.
El de Chávez es un proyecto de hegemonía autoritaria, de permanencia indefinida en el poder, militarista a todas luces, con su hoja cortante dirigida a acabar con las instituciones democráticas. ¿Qué lectura lleva a cabo la intelectualidad oficialista venezolana ante semejante panorama? La verdad una muy pobre a juzgar por su omisión, por su estado catatónico, por su silencio cuando menos cómplice.
Cierta gente de la cultura, pensadores gobierneros mal o bien intencionados han devenido en pasivos divulgadores del status quo que a trece años de su parto luce ya desdentado, carcomido, lleno de telarañas. Pueden levantar la voz y quebrar lanzas, ¿pero a favor de qué? Del Stalin tropical que se erigió en la mano que mueve los hilos: del poder, lógicamente, del cargo público al fin conquistado, del sueldito equivalente a un quince y último. Muchos apoyan la proyección de sus deseos más íntimos, caldo enrarecido que contiene ingredientes arrancados a los sesenta, esa década maravillosa tan difícil de echar al basurero que ve en una cachucha el símbolo de déspotas estelares como Fidel Castro, Daniel Ortega o el camarada Mao. Apoyan a autoritarios de pelaje radical debido a esa nostalgia punzante a propósito del socialismo a la soviética, de una Realpolitik que se les parece demasiado al bodrio que ayudaron a construir en el aquí y el ahora, contraparte en boga del capitalismo occidental encarnado por los Estados Unidos de América, blanco de todos los odios y culpable de todas las miserias.
¿Qué mensaje puede haber, qué entresacarán los intelectuales criollos del blablismo simplón, del lenguaje procaz, guapetón, cuartelero, de ese parloteo vacío y fácil que tan hábilmente explotan los jefecitos chavistas? Nada supone con meridiana claridad la antítesis de lo que entendemos por cultura que el despliegue militarista tan caro al oficialismo. Abdicar de la condición sine qua non de todo intelectual, que es pensar con cabeza propia, arroja pingües dividendos cuando la ideología, y únicamente la ideología, se entroniza en el altar de una realidad que la desmiente a cada instante.
¿Qué pueden hallar los intelectuales de esta Venezuela tan venida a menos en los disparates de Hugo Chávez? La idea de una “Quinta República” sin asidero argumental y sin plataforma de sustentación distinta a la imaginación calenturienta del Comandante, la suposición reduccionista que atribuye lo peor de lo peor a los cuarenta años de democracia republicana y lo mejor de lo mejor al gobierno de un émulo de Castro en Miraflores, el espejismo risible de que nos encontramos en “Revolución”, las clases magistrales y dicterios de una Martha Harnecker, de un Ceresole, un Dieterich, un Giordani, todo ello, me atrevo a afirmarlo sin ambages, no va más allá de chasquidos de la lengua que hombres cultivados, por muy a ras del suelo que ubiquen la cerviz, tendrían el deber de cuando menos observar. ¿Están engañados entonces?
El código genético de cierta intelectualidad que suscribe los desafueros bolivarianos lleva ya sea de forma abierta, acompañada de temblores y babas, o por vergonzosa omisión, el sello de una década (la de los sesenta, vuelvo a repetirlo) instalada, intacta y fresca en su adn. En este caso el paciente luce desahuciado. No mucho puede esperarse de quien a la edad de un dinosaurio no sudó ciertas fiebres juveniles. Algunos pensadores, músicos, poetas, narradores, muy pocos, la verdad sea dicha, jamás aprendieron, como Ulises de estos tiempos, a amarrarse decididamente al mástil, a taparse los oídos con fuerza y espantar cantos de sirenas. Así andamos.

Plegaria (II)



Ojalá el deseo
no tenga límites
Ojalá tu sombra
se haga huesos
piel
entrañas
en mi carne
Ojalá
me sorprendan
los colores de Van Gogh en el poniente
y ojalá esa balaustrada
continúe soportando nuestros cuerpos
plegados a ella
abrazados
mientras hilvanas dibujos con tus manos
en mi espalda
y yo invento una constelación
una galaxia
con mi piel
en tus caderas.