11/01/2006

El filósofo

Mi perro es un gran filósofo. Tras su cara regordeta de la que brota una mirada imperturbable, se entrega a profundas reflexiones, a inefables consideraciones sobre lo humano y lo divino, a impenetrables razonamientos que sólo su condición canina, digo yo, es capaz de albergar en relación con el mundo de los hombres.Ayer, por ejemplo, me descubrió mirando la televisión, y ahora que lo menciono, apenas alcanzo a imaginar cuánta lástima (o diversión, qué sé yo) le habré producido nada más que por el hecho de estarme un tiempo precioso ante ese bendito aparato, y para remate pendiente de un manojo de políticos.Comienza por sentarse y ladear un poco la cabeza. Así, en esa posición, como un extraño pensador supongo que le da vuelta a los problemas y, oh sorpresa, flirtea con algunas soluciones porque las más de las veces termina agitando felizmente la cola para, como quien no quiere la cosa, venirse de lo más tranquilo y echarse junto a mí luego de un bostezo que denota cierto aire de autosuficiencia, de satisfacción, de fíjate que lo he logrado, que ya desearía uno hallar en muchos por ahí.A veces, el muy condenado se pasa horas y horas observándome con esos ojos que despiden una especie de sabiduría bastante esquiva, rarísima de encontrar en la mayoría de la gente. Mi perro, y esto lo digo con la convicción de quien ha comprobado estupefacto palabra a palabra lo que dice, hecho el loco sabe más de lo que cualquiera (inocente y despectivamente) pudiera imaginar, y ha llegado a ese estado, podría jurarlo sin remordimientos, a fuerza de silencio reflexivo, de neuronas, de puro y perruno ejercicio intelectual.Me divierto pensando en lo mucho que gozará el tipo escuchando mis conversaciones, mis pobres análisis en compañía de uno que otro amigo. Estoy seguro de que en secreto se dobla de la risa luego de escuchar lo que decimos. Él se ríe de nosotros y sus carcajadas he aprendido a percibirlas a través de un leve movimiento de su boca y de su lengua, que lleva a cabo en numerosas ocasiones. Se ríe de todos, de mí, de mis inadvertidos compañeros y de un gentío que escucha hablar cuando sintonizo los noticieros en la tele. A veces, y créame que no exagero un ápice, el movimiento de la boca y de la lengua llega a convertirse en algo que no dudo en calificar de incontrolable, lo cual hace que se le llenen de lágrimas los ojos y se retuerza con las patas para arriba. Cuando eso ocurre aprovecho para estudiarlo con más detenimiento, pero en un santiamén se da cuenta y de inmediato recobra la postura de perro normal echándose, muy tranquilo él, a mordisquear un hueso de goma que siempre utiliza en esos casos.Mi perro es un gran filósofo, él debe guardar muchas respuestas. Lo lamentable es que jamás lo he escuchado hablar (tengo la sospecha de que puede hacerlo). Estoy seguro de que prefiere su mundo de gruñidos y ladridos. Allá él con sus vainas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Roger, qué bueno tenerte en las filas del blog criollo. Cuéntame entre tus lectores. Un abrazo.Enza.

Kris dijo...

Hola, buen día, me gusto mucho lo que publicaste, andaba buscando algunas cosas sobre el día del filósofo y me tope con este blog, esta interesante.

saludos