2/05/2007

Historia particular de una gaveta

En mi mesa de noche el tiempo se detuvo. El día a día, saturado de adrenalina, cargado de vértigo, sobrecalienta los relojes. Pareciera que la modernidad puso a sudar los minuteros, y en esa carrera, que poco tiene de olímpica, las cosas pasan, ocurren o no, siempre en brazos del fórceps que supone un quehacer jadeante, listo para la manzanilla, el valium o el lexotanil.
Pero mi mesa de noche es una realidad aparte, lo cual obliga a mencionar que, palabras más palabras menos, existen espacios desconocidos y extraños, sitios en los que el vacío absoluto cabe por los cuatro costados, sobre todo cuando vacíos de todos los pelajes andan muy de moda: vacío en los políticos, vacío intelectual, vacío social, vacío en las instituciones. Vacío, claro, lleno en mi gaveta de otras cosas.
Un objeto así, casi inefable pero sumamente útil, lo consigue usted en cualquier tienda, en cualquier rincón de esos dispuestos para venderle artículos de hogar, desde grifos o cerraduras hasta lámparas o juegos de cuarto. Semejante pieza cuyo único objetivo, cuya teleológica razón de ser, estoy seguro, implica engullir todo cuanto va engordando, todo cuanto abulta la lista de nuestras pertenencias no deseadas, o cuando menos postergadas, digo, semejante pieza abunda como si nada en la ciudad, en sus terrenales comercios, como abundan aquéllas menos elevadas, menos dadas a planos filosóficos vedados a gente tipo usted o tipo yo. Quién lo iba a decir.
Ayer no más, mientras buscaba un clavo de pared para colgar una litografía, la gaveta inferior de mi mesita fue el lugar exacto para hallarlo. Noté también que estaba una linterna vieja, con las pilas oxidadas, así como fotos donde aparecía muy joven y con más cabellos. Total, que mi gaveta es una caja de Pandora y vaya usted a saber qué encuentra uno en sus entrañas.
En ella entra el mundo por completo. Las pastillas para cualquier mal o el libro que está en cola; diez o quince bolígrafos viejos o un racimo de carnés vencidos desde el ochenta y cuatro. Qué más da, la gaveta de marras se las sabe todas, asunto nada despreciable cuando uno olvidó dónde puso el manual del DVD o las postales que envió el primo Francisco la pasada navidad. Una gaveta es el non plus ultra de los baúles sin fondo, la prueba palpable de una dimensión desconocida en la que hasta lo inimaginable tiene su lugar.
El otro día hojeé en una librería cierto libraco dedicado a lugares extraños, misteriosos, esos que según su autor pueblan la Tierra y en los que, sin esperar mucho, usted se da de bruces con un ovni, un bicho raro tipo yeti o un sencillo zombi. La verdad es que me vino a la memoria la humilde gavetica, desdeñada, tan poco dada a truculencias, a flashes, a aparecer en los diarios, a constantes tintineos de copas. Alérgica a las muchedumbres, encerrada en sí misma y con su enigma a cuestas, mi gaveta bien podría haber ocupado la primera página de aquel libro gordo dedicado a lo raro, a lo que hace fruncir ceños. En fin.
Pero una gaveta es una gaveta, claro está, y una mesa de noche se encuentra casi en cualquier habitación que se respete, diría yo. Tendrá usted sus historias personales, sus experiencias insólitas, no me cabe duda. En cuanto a mí, también encontré en ella un pedazo de melancolía, doblada en dos, y un trozo enorme de amor que alguna vez ya no sentí por un loro verdeazul que me acribilló con el pico. Vi de reojo algo de rabia, verde y maloliente, y hasta una sensación de desconsuelo por un incidente que no vale la pena referir. Mi gaveta es un objeto donde el tiempo se detuvo, sí. Ahora mismo tomo un poco de alegría y la guardo en ella, justo al lado de un almanaque de bolsillo amarillento y encima de unas llaves que de entrada no identifico, pero qué puede importar. Tendrá usted sus historias, desde luego. Seguramente las tendrá. Como ve, yo también tengo las mías.

2 comentarios:

Fedosy Santaella dijo...

Las mesitas de noche y los libros, son demasiado delatores de uno mismo, como para dejarlos estar en público.

Texto inspirador, Roger.

Salud

Roberto Echeto dijo...

Uno mismo es una gaveta medrosa llena de recuerdos y de imágenes que quisiera borrar, pero no puede porque esos recuerdos y esas imágenes están escondidos cual insectos oscuros en lo más recóndito de esa gaveta.

¡Qué vivan las gavetas!