6/04/2007

El obseso

Hay gente que se preocupa demasiado, y con razón. Existen otros que viven atacados por las penas, por las calamidades, y resulta que buena parte de sus tragedias ocupan sólo algún lugar extraño del cerebro, para el que lo imaginario, en este caso sentirse mal, preocuparse o volverse paranoico, es cosa de lo más normal.
El otro día vi a un tipo en la carrera Upata que es esclavo de sus obsesiones. Resulta que el señor, embutido en flux azul marino, pala en mano se ha puesto a hacer un hoyo cuya desembocadura, según él, lo arrojará a la China.
Luego de ver lo insólito por cualquier costado, aún después de que lo inimaginable se cuele por techos y ventanas -y uno ahí, acostumbrado a presenciarlo-, digo, luego de semejante arsenal, que un hombre enfluxado cave el hueco de su vida porque quiere ir a parar a tierras de dragones, tiene bastante sentido. ¿Asombrado?, vaya a la carrera Upata y ahí encontrará al individuo del que hablo, con su obsesión casi materializada. Y es que hay obsesiones de obsesiones. Unas son políticamente neutras, por ejemplo, mientras que otras llevan su carga de perjuicios, también políticos, que para qué te cuento. Las hay inocuas, muy deseables, porque sirven para pasar el rato, para distraerse en una cola en vez de estar mirando el techo, pero también pululan las verdaderamente patológicas, peligrosas por donde las mires, sobre todo aquellas que afectan a los otros en razón de que aterrizan en la arena pública vía abuso de poder. Pero decía que en la carrera Upata, a mediodía o atardeciendo, el obseso que nos toca ve crecer el hoyo que lo depositará en otros espacios y culturas según avanzan las semanas, y cada vez que mi esposa me pide que la lleve a Pórtico (muy cerca del abismo que les cuento) lleno de curiosidad observo al tipo que un buen día caerá de bruces al otro lado de este mundo.
-Buenos días
-Buenos días
-Trabajando, ¿no?
-Pues sí
-Yo también debería, pero me tomé unos minutos para ir con mi señora a Pórtico, usted sabe.
-Ahhh
-¿Y qué es lo que hace usted?
-Abro un foso que me llevará a la China, y usted?
Un obseso es sólo eso, un obseso, y si a ver vamos cada quien tiene su toque, no me lo vaya a negar. Recuerdo una etapa de mi vida en la que juraba, cada miércoles ya casi anocheciendo, que amanecería engripado. Apenas se hacían las seis comenzaba a molestarme la garganta, por lo que al día siguiente era un tirito al suelo que me despertara hecho un guiñapo. De modo que el obseso de esta calle tiene que ver conmigo, aunque la suya sea una obsesión geográfica mientras que la mía únicamente biológica, pero en fin. Estoy seguro de que usted también guarda sus cuentos, cosa además nada criticable, porque si a ver vamos de músicos, poetas y locos, todos tenemos un poco.
El obseso de la carrera Upata y el obseso que a diario llevamos dentro se parecen bastante. Tengo unos amigos que juegan a los detectives y la obsesión consiste en creerse el asunto de pé a pa. Resuelven crímenes que para la policía resultaron ser unos cangrejos. Usted los ve como dos niños grandes, hurgando en las páginas rojas de los diarios, atando cabos, haciendo deducciones, y llega un momento en que Sherlock Holmes termina por ser un aficionado. Entre el obseso que llegará a la China, el otro que pesca resfriados semanales y quienes aclaran enredos policíacos al más puro estilo de Poirot, media un hilo delgadísimo, tan imperceptible como la obsesión que ahora mismo anda rondándonos la chirimoya.
Y cualquiera piensa que es un dechado de cordura. Viéndolo bien, en lo que a humanos respecta, da la impresión de que todo obsesionado vive en estado natural. Lo otro es locura pura, monda y lironda, eso que notamos en las calles o en la panadería. Creerse normalito, ajeno al diván y al señor Freud es la obsesión de muchos, diría yo. De la mayoría, claro está. Quién lo hubiera imaginado.

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