6/06/2007

Sigmund Freud es el camino

Cada quien se cuelga de greñas freudianas para acercarse a lo que quiere. El universo de los anhelos es tan complejo como caprichoso, y ahí estamos para hacernos sentir: resulta que el ámbito de lo onírico nos trae como nunca de cabeza, al punto de que pegarse el premio gordo, el kino de las ilusiones, pasa por el tamiz del doctor Freud.
Y no es para menos, toda vez que a punta de inflación o desempleo cualquier ingreso explota en caída libre. Arañar por aquí y rebuscarse por allá es una modalidad que ocupa altos lugares en la cotidianidad, asunto nada desdeñable a la hora de buscarle explicaciones a tanto triple, boloñazo y otros juegos.
Pero Sigmund Freud es el camino. Desde que abrió el hueco por donde las antípodas -es decir, la consciencia y la inconsciencia- pueden finalmente darse el abrazo que las pone a merced de la razón, pues nada, basta con una siestecita para que muchos cubran de oro su futuro, o imaginen derrumbados todos los obstáculos. El dinero, mire qué cosas, espera a la vuelta de la esquina.
El mundo de los sueños es también el mundo de las nuevas esperanzas. Como sudar la gota gorda implica sudar la gota gorda, siempre es importante tener a mano el botón de acceso a la felicidad, que dicho sea de paso ocupa justo el tiempo de gritar bingo a mandíbula batiente. Soñar en clave de cheque es el mejor soporte, un colchón para que reboten las durezas de la vida.
Como para el creador del psicoanálisis los sueños consisten en realizaciones simbólicas de aquellos deseos ubicados en el cuarto oscuro, o sea, en el inconsciente, soñar es darse de nariz nada menos que con la concreción de lo que se desea, sólo que para ser desentrañada exige un aporte intelectual, un pelito de neuronas, pide a gritos que la razón introduzca sus pezuñas para que la felicidad reine cuando despertemos. Soñar con la vecina, con el gato y con un primo que no vemos desde los dos años, puede sugerir el cuatrocientos veintitrés. Roncar a pierna suelta y entrever a la tía Juana con cola de gallina y trompa de cochino, quién quita, da para pensar en el ciento veinticinco. Y así.
Con Freud a la vanguardia no caben medias tintas, la vida psíquica anda parejita con esta otra llena de cafés, corre corre y necesidades. Entre lo inconsciente y lo consciente, o lo que es lo mismo, entre el sótano y la azotea, median peldaños que terminan por darle forma a una escalera en caracol. Allá al fondo está su número. Ocupa la suerte el vaivén de sueño y duermevela. Mire usted, quién lo hubiera sospechado.

1 comentario:

Anónimo dijo...
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