11/24/2010

Un asunto de reflejo


Una de estas noches me dio otra vez por coger un libro de Cortázar. Leí la historia del hombre que arrellanado en su sillón de terciopelo verde (“Continuidad de los parques”), absorto en los vaivenes de la novela que tenía en las manos, llegaba, gracias al extraño mundo de lo literario, a ser partícipe, personaje real, actor de la obra cuya lectura disfrutaba al máximo. Era el lector que se leía a sí mismo.
Entonces pude verme en mi sillón azul, ya muy de noche, emocionado ante ese cuento donde otro, igualmente en su butaca, disfrutaba las acciones que terminarían involucrándolo. Sentí también que que me leía a mismo, aunque por fortuna las cosas permanecieron en su sitio: la ficción en la ficción y lo que llamamos realidad bastante aparte, según suele creerse.
Ana María Cian, mujer dada a la tarea de contra viento y marea inventar y llevar a cabo debates, foros, reuniones para pensar esto que somos, allá en la Sala de Arte Sidor organizó lo que ha venido dándose como un homenaje al castellano, una celebración desde estas tierras para conmemorar los cuatrocientos años del Ingenioso Hidalgo. Gracias a la invitación de la gentil Cian participé el martes en el ciclo “El Quijote en la Sala”, destinado a que un grupo de personas leyéramos y comentáramos, en abrazo compartido con el público, fragmentos de la obra cervantina.
Me tocó en suerte el capítulo IX. Ahí, entre otros asuntos, cuenta Cervantes cómo un fajo de cuartillas, en poder de un mozalbete, resulta ser la historia del Quijote, escrita en árabe por el sabio musulmán Sidi Hamete Benegeli y traducida, gracias a oportunas diligencias, por un morisco contratado para ese fin. La historia dentro de la historia, la imagen especular puesta en evidencia.
Leo la prensa esta mañana y tramas diferentes saltan de ella. Tramas que de buenas a primeras se cuelan por los días como si nada, como la pieza adicional en la gigantesca cuenta del rosario que los días van construyendo. Historias de reclamos, de dimes y diretes, de crímenes, de farándula, de hazañas. También encuentro otras, historias que parecen no tener principio o fin porque son un suspenso, un eco mantenido en el tiempo, algo así como la masa gelatinosa de un paréntesis del que no sabemos cuándo se abrió y del que ignoramos el momento de su cierre. Es la historia de los políticos -no de la política, claro, sino de quienes la personalizan-.
En este país la mayoría de los políticos es el reflejo en el espejo del pasado. El de ellos, salvo excepciones, es un cuento muy parecido a una mueca, por eso del resultado final, mediocre, baladí y estúpido,
que en líneas generales les cuelga del verbo y de los hechos. En el fondo, Caldera, Pérez o Chávez se parecen bastante: carroñeros de las mismas desgracias, cada uno es la historia contenida en el otro, la fetidez idéntica del eructo que lo produjo. Serpientes que se muerden la cola, la trabazón de los políticos conforma un círculo que nos empeñamos en mantener incólume.
Dicen que la historia se repite, y de ningún modo es así. Cuando menos, digo yo, no debe ser lineal. Uno cree vivir en una recta, pero echándole ojos al problema surge la impresión de que las curvas están más que presentes. La historia en la historia, la imagen en la imagen.
Un asunto de reflejo, en fin.

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