5/30/2011

De cómo el disparate se esconde tranquilo a la vuelta de la esquina

Por las calles de la vida suele uno tropezarse con lo humano y lo divino. Eso que en líneas generales nos parece de lo más normal, de golpe y porrazo bien podría ser barrido por la andanada de algo, sin tapujos, ubicable en el mero ámbito de la locura. Me explico: cabalgamos nuestra geografía vital a lomo de razón y sinrazón, curiosa verdad que, a fuerza de estar sembrada en lo más profundo de lo cotidiano, se nos escapa a veces de las manos como jabón entre los dedos.
Exacto. En eso de andar todos los días viendo lo mismo y nada más que lo mismo, compartirá usted mi idea de que ha terminado por desencadenarse una consecuencia inevitable: la aceptación sin ton ni son de ciertas cosillas, rocambolescas, tristes, ridículas, hilarantes cosillas, lo cual nos lleva de la mano y sin remedio, creo yo, derechito hacia el abismo en cuyo fondo reposa el mundo ilógico de lo disparatado.
Me explico más: conocerá usted a esa gente que dice sí cuando quiere decir no. O a aquella otra que responde meneando la cabeza hacia los lados al mismo tiempo que se muere por una afirmación. Habrá tenido la oportunidad de, muy tranquilo y circunspecto, solicitar el teléfono de sultano y obtener como respuesta su número de cédula. Estoy seguro, igualmente, de que a estas alturas ya ha puesto su humanidad en Eleoriente, por ejemplo, con la muy sana e inútil intención de reclamar el cobro de facturas que no debe, o el corte del servicio que ya pagó, y demás típicas aberraciones, qué cabrones miren, sin que esto represente en absoluto novedad por la que alguien tenga que pegar su quijada contra el piso. ¿Se dio cuenta?, el carácter surrealista vive luminosamente entre nosotros. ¿Comprende ahora?, somos el saco y el gato, el chivo y el mecate, y muchísimas veces ni lo uno ni lo otro, aunque todo lo contrario.
Pues bien, en ese ambiente cargado de lo que es y no es y del que como he dicho ya casi media humanidad no se percata, basta hacer un esfuercito para hincarle el diente a la incongruencia redomada, al disparate acurrucado en su trinchera, siempre listo para regalarnos un coñazo en la nariz, el muy hijo de puta. Como muestra, nada más que anteayer un diario guayanés tituló como para joderse en el alma de cualquiera: “Piden a los rebeldes humanizar la guerra en Colombia”. ¿Alguna contradicción? A mí que perdonen estos genios del periodismo local, estos cojonudos de la información y áreas circunvecinas, ¿pero cómo será una guerra humanizada? La verdad es que entre absurdo y absurdo, el bosque de lo real maravilloso es el único que no desaparece en estos tiempos de mierdecillas y de plagas. Asimismo, los iluminados del mundo generosamente han aportado su correspondiente botoncito a la infinita galería de lo que no tiene sentido. Fidel Castro, luego de su rutilante paso por el fecundo manicomio de los totalitarismos, ofrece una pieza magistral en cuanto a torceduras semánticas, nada menos que una imposibilidad hecha lengua: “Socialismo de mercado”. Tiene huevos, la verdad sea dicha.
Los ejemplos pican y se extienden. El mismo Borges, interrogado por algún ingenuo acerca de lo que es un oxímoron, esas contraposiciones fulgurantes del significado
que, como la ocurrencia del argentino, hacen palidecer a un haikú cuando de martillazos en el pulgar se trata, respondió: “Inteligencia militar”. Nada menos. Y el señor Chávez, para no restarse protagonismo, se la pasa chasqueando lo del “Neoliberalismo salvaje”, por manifestar su desacuerdo con lo que Uslar Pietri (“El liberalismo es la flor de la civilización”) escupió a los cuatro vientos en su última entrevista publicada. Menudo dilema. Menuda lenguarada la del uniformado.
¿Tendrá razón el señor Chávez o más bien don Arturo? Si afinamos bien la puntería y echamos mano de una lupa, dése cuenta de otro oxímoron que, cual conejo, brinca de la nada a nuestros brazos: “Hugo Chávez-Uslar Pietri”. Vea pues cómo la abundancia nos inunda.
Para hacerle una jugarreta al disparate, para cazarlo en la esquina misma que le sirve de escondite, vale la pena hacer silencio, caminar sobre la punta de los pies y atraparlo de improviso. El último, el que está de moda, el que se enquistó por estos lares en una especie de locura colectiva, lleva la rúbrica pomposa de “revolución pacífica”. Aquí sí que se fundieron los cables.
No faltaba más. Del sentido al sinsentido, y viceversa, bandeamos de lo lindo como pelota en un billar. Qué coños... qué le vamos a hacer.

2 comentarios:

Alana Márquez Reverand dijo...

Felicitaciones por este texto, que no por hilarante está lejos de la realidad. Con todo respeto, permitame decirle que me recordó a Cantinflas, quien dentro de sus "discursos" siempre decía verdades. Saludos!

roger vilain dijo...

Gracias por tu visita Alana. Sí, algo tiene que ver con Cantiflas, cuyo seudónimo era Mario Moreno. Un abrazo para ti y nos escuchamos en "Cultura Sónica".