7/26/2011

Algunas maneras de ser libres


Mayo de 2001


Enciendo esta máquina, también enciendo un tabaco, y procedo a escribir: ya saturados de tiros y afrentas hacia el quehacer periodístico, vale la pena alzar la voz en relación con un ámbito fundamental para cualquier democracia: la libertad de prensa.
Cuando un país se ve ahogado en su propio aliento, es decir, cuando casi es asfixiado por los gases tóxicos que emanan desde sus pútridas entrañas (las entrañas del poder), se corre un riesgo terrible. Hoy en día, y esto lo sabe medio mundo, los improperios, la desconsideración absoluta, el ataque vil tras el abuso de poder y la despreciable ofensa hacia los medios de comunicación, resultan cotidianos. Alguien, uno de esos que aún no ha terminado de sudar la fiebre revolucionaria, sacaba a colación el cuento de que “al Presidente medio país también irrespeta”. Y la verdad es que esto pudiera ser muy real. Pero lo cierto, lo macabramente cierto, lo que jamás dejaría de comprender un estadista, es que resulta intolerable lo contrario: que sea un Jefe de Estado quien lance la primera piedra.
Así las cosas, y después de todo, la prensa venezolana se está llevando al lomo el fardo de lo que chavistas y otras hierbas del mismo saco llamarían “contrarrevolución”. ¿Y qué cosa es ésa? Pues ni más ni menos que el hecho de lanzar verdades a los cuatro vientos y hacer las veces de piedra en el zapato, de piña bajo el brazo. Hoy por hoy, una de las pocas instituciones no sumisa, no incondicional a la vorágine del régimen es precisamente la periodística, lo cual dice bastante en función de su labor reveladora de una realidad que las más de las veces convendría a muchos mantener silenciada.
No es por nada que, en efecto, parte de la columna vertebral de un verdadero sistema democrático descanse en la libertad de expresión. En Venezuela la hay aún, es cierto, pero vilipendiada y pateada, cosa que cada vez cobra mayor fuerza y peligrosidad. La prensa venezolana, no obstante, se ha erigido, para nuestro regocijo y bien, en contrapeso, en trinchera resistente, en aquello que no cumplen el resto de los poderes públicos porque sencillamente mantienen fidelidad canina hacia el Ejecutivo. Ante la ausencia de un Poder Judicial transparente, ante la babosidad de la Fiscalía, ante la blandenguería alcahueta de la Asamblea Nacional, los medios han sabido sacar pecho y se han fortalecido en la misión que desde siempre ha conformado su razón de ser: erigirse en canales por donde circula la crítica, la polémica, el tú a tú, la vista en alto para otear el horizonte, cuestión que constituye, entre otros logros, una loable cosecha democrática. La incorfomidad, la posibilidad de disentir y además expresarlo, son características de ese espíritu libre que se ha insuflado pese a amenazas concretas.
El periodismo en este maltratado país, no hay dudas, está cumpliendo su papel en medio del marasmo. Representa el gigantesco espejo que nos arroja la imagen auténtica de lo que vamos siendo, de lo que estamos realizando; permite no perder del todo un camino que desde hace tiempo luce sin perfiles definidos, y se da el lujo de hacerlo (un lujo obligatorio), por fortuna, cuando es muy probable que lo necesitemos más. La prensa en Venezuela mide y arroja a la luz los niveles de destrucción (política, por ejemplo) que hemos sufrido, entre otras razones porque políticamente aquí se edifica demasiado poco. Dicho sea entonces, que es mentira la ruptura de una anquilosada “clase” de esta naturaleza. Para muestra el más simplón de los botones: los politiqueros de siempre, los vivos consumiendo su turno en el agarre del sartén son idénticos (clones, ni más ni menos) a los eternos adecos, copeyanos, masistas, comunistas, causaerristas y demás bichos, y esto de críptico, a estas alturas del sainete, no tiene un mísero pelo.
Un compás para el decir y el hacer a prueba de amnesia, una manera de sacar cuentas al paso de los días es lo que también el periodismo nacional y regional ha ofrecido. Ya sabemos que tanto el “soberano” (para seguir con la palabreja de moda) como los privilegiados enquistados en sus curules partidistas o en sus cargos, gozan de patologías severas a la hora de cumplir o recordar promesas no tan añejas. “Un doctor en un congreso ha salido con la historia, de que comer mucho queso reblandece la memoria. Así pues sin más misterios queda por fin explicado, por qué en nuestros ministerios hay tanto desmemoriado”. El grandísimo Aquiles Nazoa, otro que defendió a ultranza la libertad y el librepensamiento, arroja su tinta al respecto.
Hay que repetirlo: los medios de comunicación venezolanos se colocaron en la calle de enfrente, como es su obligación, y van siendo un contrapoder, una maquinaria de escrutinio y de contraloría, lo que ha permitido levantar palabra de equilibrio, de incorfomidad, de opinión abierta e imprescindible.
Entretanto, enciendo otro tabaco, que por lo general llega raudo para sellar el fin de estas cuartillas.

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