7/10/2011

La llama y la vela

Febrero de 2001

Educarse va más allá de asistir a una escuela. Éste es un peldaño más que opcional hoy en día, pero no lo es todo. Educarse implica formarse, por ejemplo, para ejercer una profesión nacida en el seno de una institución llamada, digamos, universidad, o hacerlo para incrustarnos en la vida social de la que somos parte y consecuencia.
Quizás una de las grandes diferencias entre el ser humano y la condición animal sea aquella relativa al aspecto educativo: somos capaces no sólo de propiciarnos educación sino también de pensarla, de subirla y bajarla y ponerla de lado y mirarla a través de diferentes ángulos, siempre desde ella misma. El ser humano piensa la educación desde la educación, sin la que resultaría imposible llevar a cabo una tarea semejante, y me atrevería a decir, casi, que ni siquiera otra diferente. Ella es el motor de todo cuanto cobija el manto de la civilización, incluyéndola además. Nada menos.
Así como la filosofía es la madre de todas las ciencias, la educación engendra lo que somos. Nos elevamos a la altura de lo humano gracias a que nos educamos para ello, con lo cual podemos afirmar que toda cultura posee un substrato invariablemente educativo; la cultura, cúmulo de haceres realizado por el hombre y que permanece dinámicamente a través de generaciones, ha sido el producto de su acción.
Como gato encima de un tejado, así vislumbro a esa señora llamada educación. Emancipada, individual, también colectiva, humanizadora, no acepta jaulas o cadenas y mucho menos gríngolas para en forma terca, solapada y vil dirigir conciencias en su nombre. Si constituye el elemento indispensable para aproximarnos a la libertad es porque sin duda otorga habilidades para discernir, para hacernos con una elevada capacidad crítica, cuestión que, por cierto, está mucho más cerca de lo cambiante, de la tan mentada “revolución” que un puñado de predestinados masculla de la dentadura para afuera.
Ya lo ha dicho Savater: el poder tiene siempre una tendencia hacia el abuso y no bastan declaraciones de intención, por geniales o buenecitos que pudieran ser los gobernantes, para que prueben a hacer lo que les venga en gana (esto me hace recordar algunos atropellos de este gobierno, amén de un numerito ¿fatídico? y de moda: el decreto 1.011). Es aquí donde se atraviesa una sociedad educada, formada para la tolerancia, para el entendimiento, para el diálogo, para la exigencia y para la defensa de sus perspectivas y esperanzas. Formada, en fin, para la democracia, alimento vital de todo hombre que en sus horizontes dé cabida a la consecución de lo cívico. La educación se erige como la única responsable de que esto suceda. Lo contrario podría arrojar la triste demostración de un gigantesco vacío de ideas, de una falta infinita de ciudadanía, de un inexistente respeto hacia todo aquello que represente lo otro, lo distinto, lo diferente a la tribu. ¿Un ejemplo?, ¡zas!, nos da de lleno en la nariz: basta observar lo que esta semana se desarrollaba como una rutinaria sesión en la Cámara Municipal de la Alcaldía de Piar, allá en Upata. Pues nada, el recinto acabó transformado (golpes, insultos, trifulca de por medio) en lo que en esencia probablemente es: un circo, una vergüenza, espantosa forma de manifestar los altísimos niveles de chabacanería y hazmerreír que ellos, los legisladores, mediocridades de solemnidad, se encargan de cultivar cada día más. Esta es una gran verdad: no puede pedírsele guayabas al mango.
“Mientras arde, la llama debe reanimarse, mantener, contra una materia tosca, el dominio de su luz”, ha escrito Gastón Bachelard en “La llama de una vela”. Somos esa materia tosca, quizás, y sólo quizás, la vela que requiere fuego para arder. Como Prometeos de estos tiempos, nuestro destino ronda el robo, el de la llama (¿educación, cultura?) que consiste más bien en un esfuerzo sostenido y batallador para lograr mediante ellas lo que otros han disfrutado ya (mayor preparación, mejores condiciones de vida, más democracia y desarrollo). Empeño y empeño, dicen que es el infalible método... Amanecerá y veremos.

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