8/14/2011

Poder despótico

Desde hace algunos años, quizás como resultado de un interés cada vez mayor por la Filosofía Política, me ha llamado la atención el hecho triste pero cierto de que muchos pensadores, intelectuales, escritores y, en fin, gente ligada de mil maneras a la cultura, sucumbiera, se doblegara y apoyara, por acción u omisión, estrepitosa y sin mayores muestras de vergüenza a la miríada de formas del poder despótico . ¿Cobardía? ¿Comodidad? ¿Talante ético laxo? ¿Capacidad maquiavélica para el camaleonismo político? ¿Cálculo oportunista porque a la vuelta de la esquina se vislumbra un beneficio? No lo sé. No tengo la verdad. No podría responder a ciencia cierta. Hay de todo y supongo que son bastantes las variables que se entrecruzan.



Me ha dado por hurgar, por investigar al respecto, por leer centenares de páginas, y con ello sólo aumenta mi sorpresa y la seguridad de que un intelectual, sólo por serlo, no está calificado para pontificar sobre lo humano y lo divino, para iluminar a nadie, para marcar caminos, para hacer las veces de gran sacerdote, ni cosa parecida. Es un peligro creer lo contrario y es un peligro permitir que lo haga. A lo sumo, su humilde tarea consiste en llevar a cabo el loable intento de buscar, y sólo buscar, a través de la razón, la inteligencia, las ideas y el conocimiento, posibles verdades, y hasta ahí.




Isaiah Berlin, Karl Popper, Roger Bartra, Enrique Krauze y muchos otros pensadores a quienes respeto y leo con fruición, legaron páginas brillantes, esclarecedoras, memorables, a propósito del tema. Yo, como he dicho ya, mordido por el gusanillo, he llegado a rasguñar cuartillas y me he atrevido a publicar algún pequeño intento de reflexión sobre el asunto (http://www.ucm.es/info/especulo/numero34/pericles.html), y me he sentido tentado a transformar ese ensayo en capítulo de libro. Ya veremos. Pero lo último que he leído, una obra magistralmente estructurada y expuesta, es la colección de trabajos del profesor de Columbia, Mark Lilla, publicada primero en el "The New York Review of Books" y en "The Times Literary Supplement", para luego ser editada en un tomo que llamó "The Reckless Mind: Intellectuals and Politics", aparecida en español con el título de "Pensadores temerarios". Allí, Lilla nos recuerda, en función de los hombres de talento artístico y de los pensadores en general, que "las vidas política e intelectual comparten una base no sólo en la razón, sino también en las pasiones. La pasión no es necesariamente algo malo: hay sanas pasiones por la verdad y la justicia que deben ser cultivadas. Pero las pasiones también tienen que ser controladas". Leer a Lilla, si nos preguntamos la razón y el por qué de los "intelectuales filotiránicos" (así los bautizó), resulta fundamental e ineludible.



Aparte, una polémica muy famosa entre Mario Benedetti y Mario Vargas Llosa, íntimamente vinculada con lo anterior (http://www.alumnos.unican.es/~uc1531/mario/marios.html), es altamente recomendable para empaparse de lo que este par de latinoamericanos universales suponía en relación con el problema. Además, la esgrima argumentativa, la puesta en escena de sus ideas, el manejo de los sables discursivos, desplegados por cada uno, es poco menos que una delicia. En algún lugar opina Vargas Llosa: "Hay una extraordinaria paradoja en que la misma persona que, en la poesía o la novela, ha mostrado audacia y libertad, aptitud para romper con la tradición, las convenciones y renovar raigalmente las formas, los mitos y el lenguaje, sea capaz de un desconcertante conformismo en el dominio ideológico, en el que, con prudencia, timidez, docilidad, no vacila en hacer suyos y respaldar con su prestigio los dogmas más dudosos e incluso las meras consignas de la propaganda". Y esta es una verdad que, por ser tan grande como un templo, desconcierta y hace fruncir ceños. Más adelante continúa afirmando el peruano: "Examinemos el caso de los dos grandes autores que Benedetti menciona -Neruda y Carpentier- preguntándome burlonamente si ellos son más culpables de nuestras miserias que la United Fruit o la Anaconda Cooper Mining. Tengo a la poesía de Neruda por la más rica y liberadora que se ha escrito en castellano en este siglo, una poesía tan vasta como es la pintura de Picasso, un firmamento en el que hay misterio, maravilla, simplicidad y complejidad extremas, realismo y surrealismo, lírica y épica, intuición y razón, y una sabiduría artesanal tan grande como capacidad de invención. ¿Cómo pudo ser la misma persona que revolucionó de este modo la poesía de la lengua el disciplinado militante que escribió poemas en loor de Stalin y a quien todos los crímenes del estalinismo -las purgas, los campos, los juicios fraguados, las matanzas, la esclerosis del marxismo- no produjeron la menor turbación ética, ninguno de los conflictos y dilemas en que sumieron a tantos artistas? Toda la dimensión política de la obra de Neruda se resiente del mismo esquematismo conformista de su militancia. No hubo en él duplicidad moral: su visión del mundo, como político y como escritor (cuando escribía de política) era maniquea y dogmática. Gracias a Neruda, incontables latinoamericanos descubrimos la poesía; gracias a él -su influencia fue gigantesca- innumerables jóvenes llegaron a creer que la manera más digna de combatir las iniquidades del imperialismo y de la reacción era oponiéndoles la ortodoxia estalinista. (...) Se me reprochará seguramente ser mezquino y obtuso: ¿acaso el aporte literario de un Neruda o un Carpentier no es suficiente para que nos olvidemos de su comportamiento político? ¿Vamos a volvemos unos inquisidores exigiendo de los escritores no sólo que sean rigurosos, honestos y audaces a la hora de inventar, sino también en lo político y en lo moral? Creo que en esto Mario Benedetti y yo estaremos de acuerdo. En América Latina, un escritor no es sólo un escritor. Debido a la naturaleza terrible de nuestros problemas, a una tradición muy arraigada, al hecho de que contamos con tribunas y modos de hacernos escuchar, es también alguien de quien se espera una contribución activa en la solución de los problemas. Puede ser ingenuo y errado, sería más cómodo para nosotros, sin duda, que en América Latina se viera en el escritor alguien cuya función exclusiva es entretener o hechizar con sus libros. Pero Benedetti y yo sabemos que no es así; que también se espera de nosotros -más, se nos exige- pronunciarnos continuamente sobre lo que ocurre y que ayudemos a tomar posición a los demás. Se trata de una tremenda responsabilidad. Desde luego que un escritor puede rehuirla y, pese a ello, escribir obras maestras. Pero quienes no la rehuyen tienen la obligación, en ese campo político donde lo que dicen y escriben reverbera en la manera de actuar y pensar de los demás, de ser tan honestos, rigurosos y cuidadosos como a la hora de soñar. (...) Ni Neruda ni Carpentier me parecen haber cumplido aquella función cívica como cumplieron la artística. Mi reproche, a ellos y a quienes, como lo hicieron ellos, creen que la responsabilidad de un intelectual de izquierda consiste en ponerse al servicio incondicional de un partido o un régimen de esta etiqueta, no es que fueran comunistas. Es que lo fueran de una manera indigna de un escritor: sin reelaborar por cuenta propia, cotejándolos con los hechos, las ideas, anatemas, estereotipos o consignas que promocionan; que lo fueran sin imaginación y sin espíritu crítico, abdicando del primer deber del intelectual: ser libre. Muchos intelectuales latinoamericanos han renunciado a las ideas y a la originalidad riesgosa, y por eso entre nosotros el debate político suele ser tan pobre: invectiva y clisé. Que haya acaso entre los escritores latinoamericanos una mayoría en esta actitud parece confortar a Mario Benedetti y darle la sensación del triunfo. A mí me angustia, pues ello quiere decir que, a pesar de la riquísima floración artística que nuestro continente ha producido, aún no salimos del oscurantismo ideológico". En fin, vale la pena detenerse un poco, acceder a los documentos (par de artículos de Benedetti y par de Vargas Llosa cuyas direcciones electrónicas copié arriba) y leer completa la polémica.



Para finalizar, dejo aquí unas palabras de la gran Rosa Montero, por sencillas, claras, contundentes y lapidarias: "Todos los poderes necesitan heraldos y voceros; todos precisan intelectuales que inventen para ellos una legitimidad histórica y una coartada moral. Ésos, los intelectuales orgánicos, son desde mi punto de vista los peores. Son los mandarines, y ese papel tripudo de gran buda no se ejerce impunemente". Para mí también son los peores, Rosa, qué duda cabe y en muy mala hora.

No hay comentarios.: