6/25/2011

Años

Tu rostro conoce la memoria, besa los minutos, abraza relojes oxidados.
Horas con sabor a mango y chocolate,
vientos soplando y despeinando.
Mordí el polvo, lo lamento. Tierra seca cubre mis papilas.
Muerdo el polvo desde niño, la historia es el resabio de días tristes.
Tuve la esperanza, a los quince años cualquier punto de fuga acaricia ocres, verdeazules, terracotas. A los quince tu lengua era sinónimo de besos, tu lengua era pez y yo arrecife.
Tuve la certeza de que el mundo vagaba en mis bolsillos.
A los quince años.

6/18/2011

Desde mi balcón

La ruborosa cara del cielo
despierta el oasis
para el nómada amor.

Giusseppe Ungaretti

6/15/2011

Cultura sónica








"Cultura Sónica"... lo que entra por un oído... ahí queda.




Radio Pentagrama fm.






6/14/2011

Cara y cruz

Leo hace poco una información que no sorprende. El gobernador Rangel Gómez ha abierto la boca para soltar otra idea genial. Y es que nos tiene acostumbrados.
Cuando se trata de declaraciones hay quienes son capaces de juntar letras para armar cualquier adefesio con tal de que salga a la luz pública. Basta hablar. Basta escupir una imbecilidad. Es suficiente el amague para tapar calamidades. Si los hospitales están en lo último, los demagogos chasquean la lengua y hallan la frase que les calza. Si es la economía, pues también. Ahora fue la delincuencia. El gobernador entonces da en el blanco: pide un día, sólo un día para que los periódicos no publiquen sobre el hampa, para que no informen del asunto, para que las páginas rojas desaparezcan, lo que, según lógica de bisturí mellado, silenciaría el ruido de las balas. Un genio, señoras y señores, ha hecho acto de presencia.
No faltaba más. En vez de un estadista queda el aprendiz de brujo, especie lenguaraz harta de naderías con complejos de avestruz. De la chistera saltará el conejo trocado en paz ciudadana, en clima de concordia las veinticuatro horas, en calidad de vida. Hay aquí una mezcla fétida de burla con cinismo. Se supone, claro está, que problemas como el agua, el transporte o los huecos en las calles tienen también sus días contados. Un chasquido de los dedos, una varita mágica y se acabó. David Copperfield instalado en la gobernación.
Pero como los días no son nunca en blanco y negro sino que guardan por fortuna mucho de hiel y miel, luego de leer el blablablá del funcionario alguien llama y me convida al cine. En la noche una película termina por reconciliarme con lo hermoso, con lo posible, con la esperanza hecha carne y hecha huesos a fuerza de talento, creatividad e inteligencia. Desde el primer minuto “Tocar y luchar”, de Alberto Arvelo, deja entrever el buen hacer que se nos viene encima.
Llegué a mediar dos o tres palabras con Arvelo en Mérida, cuando integraba “Lutania”, grupo musical que en esos días convocaba a una cofradía de jóvenes y no tan jóvenes en torno a otra manera de hacer y proponer canciones. Me dio la impresión que hoy se confirma: Alberto Arvelo es alguien dispuesto a dejar sentadas sus verdades a través del arte. Por lo visto, cambió el piano por la silla de director. “Una vida y dos mandados”, no sé si su primer trabajo cinematográfico, fue una película muy buena, mazazo directo al mentón de quienes se pasan los días vociferando contra el cine nacional, pero “Tocar y luchar” es de un talante diferente.
La obra de una vida, obra que trasciende esas cuatro frases hechas de políticos que no aguantarán medio segundo la molienda de la historia, constituye la columna vertebral de esta pieza que bien vale conocer. El maestro Abreu y su empeño por crear el sistema nacional de orquestas sinfónicas y el hecho extraordinario de brindarle a tantos jóvenes la posibilidad de vislumbrar un camino, de encontrarse a sí mismos, de hallar la manera de labrarse humanos, capaces, útiles, es algo único en esta Venezuela de calles ciegas y horizontes cerrados. Yo diría que la sensibilidad es protagonista en ambas historias (la historia de Abreu, su esfuerzo, su trabajo fenomenal, su cosecha, y la historia del documental de Arvelo, también como obra de arte).
Ya en casa, tarde, con el peso del día sobre la espalda, las pretensiones del político recogidas en la prensa caen en una lejanía brumosa. “Tocar y luchar” ha sido un tónico reparador, ha logrado enfocar la realidad, obviada a veces, de que cosas buenas ocurren aquí mismo, frente a nuestras narices. A estas alturas la pretensión de Rangel Gómez es una mueca ubicada en el más puro ámbito de la mediocridad. Un periodismo silente, que es a fin de cuentas el sueño de todo personaje con laxo talante democrático, cae aplastado por trajines como el de Abreu, el de Arvelo, el de los niños que descubren rutas diferentes para su crecimiento gracias a la música.”Tocar y luchar” hace pensar en futuros magníficos que pueden ser presente. Valió la pena, y de qué modo, echarse en brazos de una sala de cine.

6/05/2011

El mundo sigue dando vueltas

Para hablar de armamento no es preciso conocer de calibres, ni de municiones, ni de fusiles o tanques. En realidad los aparejos de guerra tienen su razón de ser, no otra que el perfomance diagonal a la pipa de la paz.Tengo un primo adicto a lecturas bélicas y un tío fanático de Pearl Harbor, película que según sus cálculos ha visto una docena de veces. La guerra del Golfo y la del Peloponeso se dan las manos, como todas las guerras, y Ernest Borgnine todavía es recordado por su casco de soldado y su rostro ennegrecido a fuerza de pólvora y metralla en aquella cinta cuyo nombre, que tengo en la punta de la lengua, me da la espalda escabulléndose.Hay gente dada a coleccionar pistolas, espadas o puñales. Existen otros que se aprendieron de pe a pa los recovecos de la Segunda Guerra y la nomenclatura completa, seguida por números, siglas y demás, de aviones, submarinos y hasta barcos inventados para pelear. Ante semejante despliegue de información histórica uno se encoge de hombros y se jacta al menos de no tener agenda electrónica: todos los compromisos, con fecha y hora para el encuentro, yacen ordenados en algún rincón de la memoria. Nada mal. Aún los números telefónicos se echan en brazos de ella y, si acaso, porque van siendo como muchos, terminan en una libreta amarillenta.Armas ha habido, hay y habrá, pero lo más interesante no es el tipo o el tamaño, ni siquiera la capacidad de destrucción. A mi juicio lo verdaderamente llamativo se esconde tras razones ontológicas. Así como lo lee: on-to-ló-gi-cas. Pero nada de eso, el ser de una bazuca, la metafísica de una bayoneta, me tienen sin cuidado. Qué va. Cuando la pomposa ontología se cuela en este escrito tiene que ver nada menos que con la condición humana, es decir, vislumbro la cuestión desde un horizonte hecho carne y hecho huesos, por lo que el asunto cobra ribetes, ahora sí, capaces de quitarme el sueño.De todo el armamento que en el mundo ha sido, de la simbología guerrera por la que pueda apostar, de entre el imaginario belicista que nos llega intacto hasta la fecha, me quedo con las mujeres. Con ellas, así es. Me quedo con las mujeres de armas tomar, y no por razones de violencia sino fíjese que por todo lo contrario.Es que una mujer de armas tomar es una mujer de armas tomar. Éstas (las armas, quiero decir), son ojivas nucleares que portan de lo más impávidas a la hora de caminar por una plaza o cuando hacen la cola para el cine. Una mujer de armas tomar tiene el empuje de un blindado, desde luego, más la versatilidad de un AK-47 y por lo general para resguardo de la paz, de la ansiada paz que se diluye casi siempre en manos de políticos y generales.Por una de estas chicas quemo las naves y con ella salgo a la conquista de otras tierras. Será por eso que el mundo sigue dando vueltas. Será por eso.

6/02/2011

Pequeña historia del día

Julio es Warao, vive en la invasión indígena que en pleno centro de esta ciudad hace las veces de espejismo urbano para quienes, con otra cultura, ningún apoyo del Estado y mil esperanzas sobre los hombros, suponen un destino mejor en brazos de la ciudad. “El campo no da para más”, dice haciendo una mueca con la boca, y cuenta que su padre, enfermo, viejo, cansado, no tuvo otra opción que abandonar la tierra en la que vivían, desvencijada e improductiva, para buscarse lejos un futuro mejor.
Lo observo tranquilo, con una sonrisa en el rostro al dar las gracias (las da, el cabroncete, las da de corazón) luego de que alguien le paga porque le limpió el calzado. Cada vez que tomo asiento en mi atalaya, aquí en mi café predilecto, lo veo deambular por las mesas, con dignidad y con respeto, en busca de trabajo. Saluda, da la mano, conversa, es muy despierto, y a veces le hago señas para que se instale junto a mí, lustre mis viejos botines de cuero y me permita, de paso, convidarlo a un refresco.
Tiene quince años. No sabe leer. No va a la escuela. Debe madrugar a diario porque la familia (su padre y él) depende del dinero que consiga en la calle. Quisiera estudiar, sí, pero también hay que comer todos los días, ya ve usted. Que si no trabajo no hay comida y mucho menos lápices o cuadernos o cajas de colores. Y entre lo primero o lo segundo, optó por el pan. Lo dice así, tal cual, y noto que lo afirma con tristeza. También con amargura, sí, pero nunca con resignación. No existe nada más opaco, carente del brillo, de la chispa necesaria para emprender la aventura de los días, con sus retos, con sus sueños, con sus grandezas y miserias, que un ser humado resignado.
Me habla de su vida, de sus pocos años aquí, de su rutina, la de antes, cuando estaba en el delta del Orinoco, y la de ahora, en pleno toma y dame con las calles. Tiene quince años y puedo ver la osadía que se cuela por su piel, me doy perfecta cuenta de sus ojos inteligentes, vivaces, imagino a ese muchacho viviendo día a día lo que otros ni en sueños llegarían a sospechar, a soportar, y me digo qué cojones, que perro mundo éste y qué políticos tan compatibles con la mierda tenemos. Y me confiesa, haciendo gala de un sigilo que supongo tiene parangón con el monte, con la selva, cuando su gente se entrega a la caza y procura máximo cuidado, me confiesa, digo, que se siente atraído, que le gusta una chica, que se ha enamorado, y que esa muchacha, a la que a idéntica hora, a diario, ve con su madre en la panadería, es tan fosforescente como ciertas lindas mariposas que él admiró muchas veces allá en la casa de su padre. Así lo repite otra vez, así martilla con pasión el adjetivo: fos-fo-res-cen-te.
Entonces da un golpe con el puño a la caja de limpiar zapatos y cambio de pie. Bebe un poco su refresco y yo le digo que sí, que una niña así, con semejante fosforescencia, mira tú, que lo hace ir sin falta a esa panadería llueva, truene o caigan rocas de las nubes, no es cosa que se encuentre en todas las esquinas. Nones.
Julio está de acuerdo, me mira con picardía, mientras yo deseo sinceramente que alguna vez le diga hola buenas, y ella responda sonriente, quizás mientras juega con su cabello recogido en unas colas a los lados, y él le tienda la mano, y ella le extienda la suya, y sean felices mientras dure, mucho o poco, ojalá que la misma eternidad, el encantamiento mutuo, y él le saque la lengua y le dé un puntapié en plenos huevos al puto día que tantas veces se resiste a una historia como ésta.