3/01/2012

Intelectuales y poder en Venezuela



Toda revolución necesita intelectuales que la legitimen. Son los pensadores quienes avalan y constituyen, frente al mundo, la plataforma ideológica capaz de otorgar musculatura al esqueleto que, sin ellos, no es capaz de mantenerse en pie. Me llama la atención la “Revolución Bolivariana”, entre otras razones porque carece de intelectuales de relieve, es decir, al presente es un parapeto rico en consignas huecas, en viejos clisés, en una vasta lenguarada de lugares comunes, fósiles resucitados de la Guerra Fría cuya carne y linfa sólo alcanza para refocilarse en el ámbito de la izquierda borbónica continental.
El de Chávez es un proyecto de hegemonía autoritaria, de permanencia indefinida en el poder, militarista a todas luces, con su hoja cortante dirigida a acabar con las instituciones democráticas. ¿Qué lectura lleva a cabo la intelectualidad oficialista venezolana ante semejante panorama? La verdad una muy pobre a juzgar por su omisión, por su estado catatónico, por su silencio cuando menos cómplice.
Cierta gente de la cultura, pensadores gobierneros mal o bien intencionados han devenido en pasivos divulgadores del status quo que a trece años de su parto luce ya desdentado, carcomido, lleno de telarañas. Pueden levantar la voz y quebrar lanzas, ¿pero a favor de qué? Del Stalin tropical que se erigió en la mano que mueve los hilos: del poder, lógicamente, del cargo público al fin conquistado, del sueldito equivalente a un quince y último. Muchos apoyan la proyección de sus deseos más íntimos, caldo enrarecido que contiene ingredientes arrancados a los sesenta, esa década maravillosa tan difícil de echar al basurero que ve en una cachucha el símbolo de déspotas estelares como Fidel Castro, Daniel Ortega o el camarada Mao. Apoyan a autoritarios de pelaje radical debido a esa nostalgia punzante a propósito del socialismo a la soviética, de una Realpolitik que se les parece demasiado al bodrio que ayudaron a construir en el aquí y el ahora, contraparte en boga del capitalismo occidental encarnado por los Estados Unidos de América, blanco de todos los odios y culpable de todas las miserias.
¿Qué mensaje puede haber, qué entresacarán los intelectuales criollos del blablismo simplón, del lenguaje procaz, guapetón, cuartelero, de ese parloteo vacío y fácil que tan hábilmente explotan los jefecitos chavistas? Nada supone con meridiana claridad la antítesis de lo que entendemos por cultura que el despliegue militarista tan caro al oficialismo. Abdicar de la condición sine qua non de todo intelectual, que es pensar con cabeza propia, arroja pingües dividendos cuando la ideología, y únicamente la ideología, se entroniza en el altar de una realidad que la desmiente a cada instante.
¿Qué pueden hallar los intelectuales de esta Venezuela tan venida a menos en los disparates de Hugo Chávez? La idea de una “Quinta República” sin asidero argumental y sin plataforma de sustentación distinta a la imaginación calenturienta del Comandante, la suposición reduccionista que atribuye lo peor de lo peor a los cuarenta años de democracia republicana y lo mejor de lo mejor al gobierno de un émulo de Castro en Miraflores, el espejismo risible de que nos encontramos en “Revolución”, las clases magistrales y dicterios de una Martha Harnecker, de un Ceresole, un Dieterich, un Giordani, todo ello, me atrevo a afirmarlo sin ambages, no va más allá de chasquidos de la lengua que hombres cultivados, por muy a ras del suelo que ubiquen la cerviz, tendrían el deber de cuando menos observar. ¿Están engañados entonces?
El código genético de cierta intelectualidad que suscribe los desafueros bolivarianos lleva ya sea de forma abierta, acompañada de temblores y babas, o por vergonzosa omisión, el sello de una década (la de los sesenta, vuelvo a repetirlo) instalada, intacta y fresca en su adn. En este caso el paciente luce desahuciado. No mucho puede esperarse de quien a la edad de un dinosaurio no sudó ciertas fiebres juveniles. Algunos pensadores, músicos, poetas, narradores, muy pocos, la verdad sea dicha, jamás aprendieron, como Ulises de estos tiempos, a amarrarse decididamente al mástil, a taparse los oídos con fuerza y espantar cantos de sirenas. Así andamos.

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