3/03/2012

La gramática y el coco



Algunos de mis estudiantes llegan a clases con la idea de que la gramática
no sirve para nada. Sienten en lo más profundo de su fuero interno que
tratar con ella es tiempo perdido. Además, confiesan que es difícil,
muy compleja, y que de un plumazo, si tuvieran el poder de hacerlo, sin que les
temblara el pulso la desaparecerían de todo régimen de estudios. Más aún, la
borrarían de la faz de la Tierra.
El Coco gramatical anda suelto y haciendo de las suyas. En lo que a mí
respecta, suelo echarles el cuento de que si no fuese por la gramática me las
vería negras para expresar desde estados de ánimo hasta órdenes, desde quejas hasta
la más simple frase de amor.
Eso de que la gramática carezca de importancia y ande por ahí arreglándoselas para complicarle la existencia a cualquiera, suena cuando menos bastante apresurado. El problema, creo, consiste en que lleva su tiempo vislumbrar conexiones entre
ella y la vida misma. Suponer, como la mayoría, que la gramática se divorcia
de lo que nos rodea es como aceptar sin ton ni son que las actividades
humanas permanecen rígidas, inmóviles, sin interacción alguna, clavadas en
compartimentos estancos. No faltaba más.
Por mucho que hago el esfuerzo no logro imaginar a los periódicos, los
libros, una receta de cocina o un cotorreo en una esquina, sin la presencia
vivita y coleando de esa soberana “aridez” que, a falta de mejor nombre,
dieron en llamar gramática. ¿Cuál es la herramienta, tipo martillo o
serrucho, de la que disponemos para concebir, para asir, para aprehender, para atrapar el mundo?, ¿de qué otra cosa podríamos echar mano si no del lenguaje para decir y decirnos?. No en balde Octavio Paz publicó un libro sabiamente titulado: "El
mono gramático". O sea, que de primates podemos tener mucho, pero al final
nadie nos lleva en los cachos, lo cual implica que si de nuestros primos peludos
se trata, pues nada, una serie de chasquidos lingüísticos, perfectamente
estructurados y únicos, nos mantienen muy a raya. Vea por dónde van
los tiros.
Aclaro: más que vincularse o no con el mundo, la gramática casi es el mundo
mismo, asunto fácil de entender una vez que nos percatamos de que sin ella no somos, de que sin ella, como dicen los boleros, no valdríamos más allá de nuestras pobres concreciones, de nuestra humilde condición de trasquilados bípedos. En fin, bien podemos darle con ganas a la lengua, bien podemos sostener, mire pues, una conversa de lo más sabrosa, de lo más
humana, de lo más gramatical, nos guste o no. Sí, en esto la gramática parece el objeto de un bolero, esas canciones de arrebato que curan o hunden para siempre. Termina por fortuna salvándonos, tiende el puente entre posibles universos, uno oscuro, subterráneo y lleno de telarañas (casi agramatical), otro luminoso, apolíneo, redimido. Las
fronteras entre ella y eso que han nombrado vida real, insisto, cargan
cuando menos bastante neblina a cuestas, un denso claroscuro digno más bien
de una pintura del gran Rembrandt.
Mientras muchos hacen el intento de desaparecerla, mientras un conglomerado
busca esperanzado las maneras de enviarla al infierno si es posible, en lo
personal la tengo a buen recaudo. Nada más que por si acaso.

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