5/20/2012

Cuentos de monte y culebra



Universidad de Los Andes, Mérida. Cuentos de monte y culebra (2009). Reseña del profesor Ricardo Gil Otaiza.


Narrar en la provincia constituye un hecho fundante en la literatura universal. Autores e importantes obras han nacido desde la negación de lo cultural, y se han abierto espacios por medio de una denodada lucha contra una especie de fenómeno "clasista" (por no llamarlo de otra manera), que pretende obviar su existencia: invisibilizando, orillando, colocando etiquetas, para que desde allí se dé el inefable salto al ostracismo. Por supuesto, en Venezuela este fenómeno ha estado siempre presente, y muchos de quienes hicieron vida literaria en la provincia se vieron obligados a tomar las maletas para marcharse de sus regiones y hacerse "capitalinos", so pena de sufrir los rigores de la marginación y el olvido.

Son numerosos los casos de autores nuestros que abandonaron su lar nativo para hacer carrera en la capital. Claro está, cuando se analizan los intríngulis de sus situaciones particulares, podemos observar que ha habido también razones conexas (políticas, familiares, universitarias) que aventaron a muchos de estos personajes hacia la capital. Gonzalo Picón Febres, Mariano Picón Salas, Diego Carbonell, Denzil Romero, Oswaldo Trejo, Salvador Garmendia, Julio César Salas, Manuel Caballero, Adriano González León, Eduardo Picón Lares, Mario Briceño Iragorry, y Julio Garmendia, entre otros, son una muestra significativa y relevante que ilustra lo que aquí se expresa.

Por supuesto, ha habido extraordinarias excepciones, como en el caso muy particular de Tulio Febres Cordero, quien logró posicionar su nombre y su obra dentro y fuera del país, sin siquiera moverse de la ciudad de Mérida. Cuando analizamos su caso, cobra visos de verdadera proeza, habida cuenta de lo intrincado del acceso a esta ciudad a finales del siglo XIX y primera mitad del siglo XX (incluso hoy). No obstante, tal excepcionalidad se ve matizada a la hora de sopesar el verdadero impacto de su obra y su permanencia en el tiempo, y cómo las nuevas generaciones de lectores venezolanos desconocen a Don Tulio, quedando en la memoria el mero susurro de algunos papeles sueltos, y su archiconocido texto Las cinco águilas blancas. Cuestión distinta si comparamos lo sucedido con el también merideño Mariano Picón Salas, quien tomó como plataforma para la escritura de su extensa y diversa obra, naciones y continentes.

En los años recientes ha habido un interés real en nuestro país por parte de algunos intelectuales, de agrupar a los autores y sus obras en celebérrimas antologías, que den constancia a ese nebuloso concepto de "posteridad" de lo que en nuestros tiempos se publica. Si bien cada libro antológico es movido por razones de diversa índole (géneros, estilos, extensión, época, etc.), ha existido una suerte de discriminación contra los autores que hacen vida familiar, intelectual y literaria en las distintas regiones del país, ignorándose que en cada rincón de nuestro extenso territorio nacional existe una verdadera cantera de posibilidades estéticas, que pugnan por alcanzar oportunidades para que sean conocidas y apreciadas en su justa dimensión ontológica y artística.

Movido quizás por todas estas reflexiones y angustias compartidas, en el año 2008, el entonces Secretario Ejecutivo del Consejo de Publicaciones de la Universidad de Los Andes, Dr. Mariano Nava Contreras, nos plantea la posibilidad de una antología que no discrimine a los autores que viven en la provincia, sino todo lo contrario: los agrupe en una suerte de gran libro colectivo. En todo caso, nos propone un libro a guisa de respuesta efectiva a esos "antólogos" capitalinos, quienes piensan que el mundo literario venezolano comienza y termina en los límites geográficos de la Gran Caracas. De inmediato nos pusimos a trabajar. A mitad del largo proceso de preparación del libro (que no fue fácil) se incorporó como antólogo el profesor Alirio Pérez Lo Presti, quien le insufló al equipo renovadas energías.

En principio hicimos una larga lista de autores y de obras, la cual fue tomando forma a medida que excluíamos de ella a posibles candidatos. Se nos hizo harto compleja la selección, ya que no deseábamos caer en nuestra odiada discriminación. En todo caso, debíamos asumir un criterio coherente, que diera organicidad al libro, pero al mismo tiempo, que permitiera incluir a un amplio espectro de autores y de textos, que implicaran riqueza estética y diversidad estilística. Leímos mucho, muchísimo, sin descanso, día y noche. Sobre nuestra mesa se hallaban infinidad de textos, que de alguna forma iban corroborando caso a caso nuestra hipótesis de inicio: es posible reescribir la historia de la literatura nacional desde el legado de los autores que son de la provincia, o que escriben en ella. Sí, la hipótesis resultaba taxativa, como taxativa nos resultaba también la decisión de los antólogos de la capital de excluir a los narradores de la provincia. Fue entonces cuando tomamos una decisión: incluiríamos a un autor nacido en la ciudad de Caracas, pero que hiciera vida literaria en la ciudad de Mérida, o en cualquier otra del país. Y lo encontramos.

Después de muchas sesiones de trabajo, de podar aquí y allá, de insertar al grupo inicial a éste o a aquél otro autor, logramos una lista de autores y de obras de consenso: Miguel Enrique Alonso (Caracas, 1946): Los dueños; Margarita Belandria (Canaguá, estado Mérida, 1953): Los totumos; Ricardo Gil Otaiza (Mérida, 1961): Carta para un difunto; Arturo Mora Morales (Tovar, estado Mérida, 1955): El naufragio; Mariano Nava Contreras (Maracaibo, 1967): Federico monta a un tren y conoce a los poetas muertos; Norberto José Olivar (Maracaibo, 1964): La guerra de Zingg; Alirio Pérez Lo Presti (Mérida, 1966): La verdadera historia de la perra caliente; José Pérez (El Tigre, 1966): No lisis, no listesis; Enrique Plata Ramírez (Maracaibo, 1959): Dos almas que en el mundo...; Alberto Quero (Maracaibo, 1975): Monólogo del ahorcado; Aixa Salas (Mérida, 1948): Una casa rara; y Roger Vilain (Upata, 1969): El derecho y el revés.

La lista se mantuvo y el libro salió publicado para la Feria Internacional del Libro Universitario (FILU) de la Universidad de Los Andes, del año 2009; pero todavía no nos adelantemos porque faltan detalles importantes. El título de la antología fue nuestro principal dolor de cabeza. Se barajaron varios, pero ninguno lograba la amalgama de lo que queríamos expresar al mundo literario regional y nacional. Ninguno llevaba implícita la ironía necesaria para que a manera de jugada maestra diera respuesta contumaz a la negación del otro, hecha desde la capital. Una buena tarde en medio de las deliberaciones, el Dr. Mariano Nava puso sobre la mesa una propuesta de título: Cuentos de monte y culebra. El impacto fue inmediato. En un principio el título hizo ruido a algunos, pero a medida que se iban consustanciado con un proyecto de esta magnitud (con un fin teleológico preciso como el enunciado), ganaba adeptos. El título seleccionado no requería de mucho análisis; resultaba una gruesa ironía para quienes desde la capital desdeñan a la provincia con aquella vieja conseja: "Caracas es Caracas y lo demás es monte y culebra". Listo, el título era firme y una bofetada para las mentes más cuadriculadas (muchas, por desgracia).

Quedaba ahora por dilucidar la carátula del libro. Para esto se echó mano del reconocido talento de Alberto Gilson, miembro del personal del Consejo de Publicaciones de la ULA. Le correspondió a Gilson una tarea compleja: reforzar desde la estampa el efecto impactante del título y la esencia de la antología. Debía conjugar en imágenes el mensaje que queríamos transmitir; de ser posible también su ironía. Nos pidió varios días para pensar. Luego de una semana nos encontrábamos en su estudio dispuestos a ver en pantalla la carátula. Lentamente se abrió ante nuestros ojos una espléndida imagen: el rostro sutil, aunque severo, de una anciana de los Andes venezolanos, quien miraba hacia la izquierda con ojos de alguien que sabe que está de vuelta de los caminos de la vida, llevaba puesto un gran sombrero de paja (del que se asomaban algunos mechones de cabello blanco), vestía un suéter azul tejido. En el lugar del escote se dejaba ver otra prenda tejida (posiblemente en lana) de color marrón, con estampa de figuras geométricas, al cuello se asomaba de manera sutil lo que podría ser una bufanda con líneas negras y blancas. Detrás de la anciana (como telón de fondo) se podía observar con nitidez una panorámica de las torres de Parque Central de Caracas, y en la parte inferior de la carátula, enrolló Gilson en una planta (que apenas se asomaba en la carátula), una temible serpiente, que nos miraba desde su mejor ángulo. La estupenda fotografía de la anciana pertenecía a Nataly Highton.

Cuentos de monte y culebra ha tenido una muy buena recepción entre el público lector y la crítica especializada. Es más, se han publicado reseñas elogiosas del trabajo realizado en diversos órganos impresos y digitales. En la FILU de 2009 se realizó un acto especial para su bautizo y presentación a la prensa, al que asistieron algunos de los autores incluidos, quienes nos contaron emocionados su experiencia literaria.

No dudamos en afirmar que Cuentos de monte y culebra quedará como testigo de excepción del inmenso potencial narrativo de nuestros autores nacidos o que viven en la provincia, y como un mentís —categórico y rotundo— a quienes se empeñan en fragmentar el hecho literario con intereses inconfesables.

Dr. Ricardo Gil Otaiza

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