5/15/2012

Papirofobia



Existe gente con miedo a las alturas, a las ratas, a los sitios encerrados, pero yo conozco personajes que temen a los libros.
Una vez supe de un tipo que al ver una hoja impresa mostraba signos de intoxicación, se le resecaba la garganta, aumentaba su presión sanguínea, le salían llagas en la piel. Después me enteré de alguien cuyo pasatiempo era deshojar libros, es decir, descuartizarlos al más puro estilo de Jack, sí, el inglés aquel. Cuando lo tenía con él, cuando por fin gozaba degustando el ejemplar entre las manos, procedía a la tortura sistemática llevándolo a su mínima expresión: un montón de cuartillas desgarradas, ultrajadas, sin sentido, orden ni concierto, sin nada que hiciera vislumbrar lo que antes eran.
Por otra parte, hay gente disfrazada de lectora que va a las librerías, por ejemplo, como sadovoyeuristas. El placer de contemplar a sus futuras víctimas, de estudiarlas, de conocerlas en detalle mientras aún muestran el himen que poseen a manera de envoltorio, es una forma de goce previo al éxtasis que pronto será una realidad, cuando terminen desvirgadas, hechas manojo de papeles mutilados ante el clímax de su victimario. En el fondo son modos de expresar la angustia, de ocultar el terror a los libros, combatido a fuerza de ataques centelleantes contra éstos. Cada cabeza es un mundo, no faltaba más.
Cuenta un escritor que cierta señora, algo mal de la cabeza, prefería copiar sus novelas antes que leerlas, trocándose como si nada en monje medieval y en pleno siglo XXI, asunto que finalmente resultaba llevadero pues mientras la copista de estos tiempos ejercía su trabajo, en la otra mano acariciaba un control remoto Sony para colorear el mundo gris de la tinta y el papel. El mismo escritor sigue narrando, para rematar, que una niña, hija de amigos entrañables, llegó a rogarle que no le regalara libros porque entonces sus papás, que eran muy educados y consecuentes con las amistades, la obligarían a leer semejantes adefesios.
En fin, que hay individuos que le temen al agua o a la oscuridad, incluso a las muchedumbres, pero nada como quienes salen espantados cuando un texto escrito se les ubica a pocos metros de distancia.
Abogados, ingenieros, prostitutas, académicos, chulos, motorizados o políticos, todo un círculo de gente afín que crece y crece unida por una realidad que la unifica. Esta cofradía, según tengo entendido, apareció justo cuando el mal se hizo presente: el mal no como forma de estornudo o dolores musculares sino como expresión nueva de un maleficio totalizador que duraría centurias: la imprenta del tal Guttenberg, una verdadera migraña, un problema de salud pública en los tiempos que vendrían.
Hasta que inventaron pastillas para no leer. Pastillas de filosofía clásica, pongamos por caso, o de historia de Occidente, según cada quien y sus necesidades. Biología de mamíferos, química analítica cualitativa, novelística del siglo XIX, música renacentista, para todo, para esto y para aquello unas grageas muy bien dosificadas al alcance de cualquiera, en la farmacia de la esquina. Quién lo hubiera sospechado, García Márquez transmutado en enlaces covalentes por la Bayer, Cortázar o Úslar Pietri embutidos en blisters adornados con sus rostros. Montejo, Ramos Sucre, Blanco Fombona y Neruda hechos gotas para niños. Lo malo sin embargo sigue ahí, en el fondo muy ahí, molestia inacabable a la hora de vérselas con algún manualito de instrucciones, con unas líneas para instalar la nevera o ensamblar la bicicleta estacionaria. Vómitos, soponcios por doquier, aneurismas generalizados. Horror ciego.
Todavía el mundo no aplaca ciertas amenazas a pesar de tantos adelantos que a uno lo dejan sin aliento, hay que ver. Ya llegará el día, se cumplirá sin duda el sueño de un planeta menos cargado de fobias sin justificación que las sustente. Entonces seremos más modernos, claro, y más tribu y más manada. Más tribu y más manada. Eso es.

2 comentarios:

Unknown dijo...

jajajajaja, qué bueno está. Pastillas para no leer? será que las han regalado en los colegios?????

beso.

roger vilain dijo...

En los colegios, en los templos, en las farmacias, en los bares. En fin. Beso igual.