10/27/2012

Las malas costumbres


    A veces las malas costumbres cavan un foso bastante profundo. Desde la niñez nos van arrastrando al llegadero: lo fácil, lo menos exigente, el mínimo esfuerzo. Así preparamos el terreno para el adulto que vendrá, cargado de poca transpiración y muchas agallas.
    Por lo general la pretensión del ascenso con alas cortas se extiende a todas las instancias. Queremos lo mejor de lo mejor y aprendemos que chasquear los dedos es la ruta más corta. Para hacernos ricos, para dar con la novia apetecida, para graduarnos de lo que sea, para todo. Me llama la atención cómo nos mandan a hacer el disfraz de Tío Conejo desde que nos ponen el primer pañal, y cómo nos esmeramos por superar al vecino en estas lides. “Por lo general”, he escrito arriba, “por lo general” (no vaya usted a sentirse señalado a propósito de cuanto llevo escrito hasta el punto y aparte que de inmediato voy a colocar).
    Me ha ocurrido por ejemplo que, hablando de filosofía, en un aula o en un cafetín media humanidad quiere saberlo todo haciendo nada. Es una particularidad muy nuestra que aparece con puntualidad de reloj suizo. Si se trata de Kant, la petición es explicarlo y ya, hasta ahí porque el tipejo se las trae. Es oscuro, es complicado, y como está el patio, con la inflación, el desempleo y los delincuentes en las calles, las cosas no andan como para coger quinientas páginas y leérselas cual si uno fuese ocioso. Igual pasa con Descartes, Nietszche o Freud. La idea es probar lo ya probado, masticar lo masticado, pensar por encimita lo que pensaron otros. Basta con tener enfrente lo que se dice de Kant, no lo que dice Kant. Y así.
    Reina la creencia de que hay que poner las cosas fáciles. Un profesor está para eso. Lo complejo da urticaria. Tenemos metida en la corteza cerebral la maña de que llegar a una meta, a cualquier meta, supone agarrar al toro de los caminos verdes por los cuernos y entonces leer filosofía va siendo como repasar Condorito en diez minutos que tengamos libres.
    Pues no. Rotundo no y quien no lo asimile que se termine yendo de vareta. Estudiar exige vérselas de frente con ideas abstractas, extrañas, intrincadas, que la mayoría de las veces no tienen un pelo de sencillas. Kant es todo menos pan comido. Russel igual. Y ante semejante escenario no hay forma de vislumbrar o entender qué diablos es el imperativo categórico si no lo enfrentas tal cual es. Coger el Tractatus implica zarandear a las neuronas e involucrar dos dedos de frente al respecto so pena de asistir sólo a una realidad que otro nos pinta pero que no hemos transitado. Para dialogar con José Ortega y Gasset hay que leer en directo a José Ortega y Gasset. No hay escape.
    Las malas costumbres están ahí, gordas, rozagantes, alimentadas por lo que vamos siendo. Somos Tío Conejo y nos encanta, aunque en el fondo, allá en el fondo, únicamente existan ilusiones.

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