A veces las malas costumbres cavan un foso
bastante profundo. Desde la niñez nos van arrastrando al llegadero: lo fácil,
lo menos exigente, el mínimo esfuerzo. Así preparamos el terreno para el adulto
que vendrá, cargado de poca transpiración y muchas agallas.
Por lo general la pretensión del ascenso
con alas cortas se extiende a todas las instancias. Queremos lo mejor de lo
mejor y aprendemos que chasquear los dedos es la ruta más corta. Para hacernos
ricos, para dar con la novia apetecida, para graduarnos de lo que sea, para
todo. Me llama la atención cómo nos mandan a hacer el disfraz de Tío Conejo
desde que nos ponen el primer pañal, y cómo nos esmeramos por superar al vecino
en estas lides. “Por lo general”, he escrito arriba, “por lo general” (no vaya
usted a sentirse señalado a propósito de cuanto llevo escrito hasta el punto y
aparte que de inmediato voy a colocar).
Me ha ocurrido por ejemplo que, hablando de
filosofía, en un aula o en un cafetín media humanidad quiere saberlo todo
haciendo nada. Es una particularidad muy nuestra que aparece con puntualidad de
reloj suizo. Si se trata de Kant, la petición es explicarlo y ya, hasta ahí
porque el tipejo se las trae. Es oscuro, es complicado, y como está el patio,
con la inflación, el desempleo y los delincuentes en las calles, las cosas no
andan como para coger quinientas páginas y leérselas cual si uno fuese ocioso.
Igual pasa con Descartes, Nietszche o Freud. La idea es probar lo ya probado,
masticar lo masticado, pensar por encimita lo que pensaron otros. Basta con
tener enfrente lo que se dice de Kant, no lo que dice Kant. Y así.
Reina la creencia de que hay que poner las
cosas fáciles. Un profesor está para eso. Lo complejo da urticaria. Tenemos
metida en la corteza cerebral la maña de que llegar a una meta, a cualquier
meta, supone agarrar al toro de los caminos verdes por los cuernos y entonces
leer filosofía va siendo como repasar Condorito en diez minutos que tengamos
libres.
Pues no. Rotundo no y quien no lo asimile
que se termine yendo de vareta. Estudiar exige vérselas de frente con ideas abstractas,
extrañas, intrincadas, que la mayoría de las veces no tienen un pelo de
sencillas. Kant es todo menos pan comido. Russel igual. Y ante semejante
escenario no hay forma de vislumbrar o entender qué diablos es el imperativo
categórico si no lo enfrentas tal cual es. Coger el Tractatus implica zarandear a las neuronas e involucrar dos dedos
de frente al respecto so pena de
asistir sólo a una realidad que otro nos pinta pero que no hemos transitado. Para
dialogar con José Ortega y Gasset hay que leer en directo a José Ortega y
Gasset. No hay escape.
Las malas costumbres están ahí, gordas,
rozagantes, alimentadas por lo que vamos siendo. Somos Tío Conejo y nos
encanta, aunque en el fondo, allá en el fondo, únicamente existan ilusiones.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario